En busca de la santidad

Papa Francisco: Hay que tener en cuenta que la santidad no es algo que nos proporcionamos a nosotros mismos, que obtenemos con nuestras cualidades y nuestras habilidades. La santidad es un don, es el regalo que nos hace el Señor Jesús, cuando nos lleva con Él, nos cubre de Él y nos hace como Él... La santidad es el rostro más bello de la Iglesia: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y su amor... no es la prerrogativa de unos pocos: la santidad es un don que se ofrece a todos, sin excepción, por eso es el carácter distintivo de cada cristiano.

domingo, 14 de junio de 2009

ENFOQUE ESTRUCTURAL DE LA ORIENTACIÓN FAMILIAR

CURSO DE ORIENTADORES FAMILIARES
FACULTAD DE TEOLOGIA
GRANADA

MEMORIA FINAL


ENFOQUE ESTRUCTURAL DE LA ORIENTACION FAMILIAR
Nuevas estrategias para una orientación familiar eficaz


ANTONIO MANUEL SANCHEZ SANCHEZ
Cádiz, abril de 2000

INDICE

1.- INTRODUCCION
2.- TEORIA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA
2.1.- No es posible la no comunicación
2.2.- Contenido y relaciones en la comunicación
2.3.- Comunicación digital y analógica
2.4.- Valores y actitudes en la comunicación
2.5.- Para fomentar la comunicación eficaz
3.- ORIENTACION ESTRUCTURAL DE LA FAMILIA
3.1.- Ciclo vital de la familia
3.2.- Modelo de sistema familiar

4.- IMPLICACIONES DE UN ENFOQUE SISTEMICO EN LA ORIENTACION FAMILIAR
4.1.- La familia en el proceso de orientación
4.2.- El contrato o sistema terapéutico
4.3.- La reestructuración de la familia

5.- PROCESO PRÁCTICO EN LA ORIENTACION FAMILIAR
5.1.- La primera entrevista
1- La etapa social
2- La etapa del planteo del problema
3- La etapa de interacción
4- Definición de metas
5- Conclusión
5.2.- La función de las directivas
5.3.- Cómo impartir directivas

5.4.- La orientación familiar en etapas

6.- ORIENTACION DEL MATRIMONIO COMO PAREJA DE TRES
6.1.- Guías para el proceso terapéutico
7.- EL DESCUBRIMIENTO DEL SENTIDO D E LA VIDA
7.1.- El sentido del amor como tarea

BIBLIOGRAFIA


ENFOQUE ESTRUCTURAL DE LA ORIENTACION FAMILIAR


Nuevas estrategias para una orientación familiar eficaz



1.- INTRODUCCION

En el concepto dinámico tradicional, el tratamiento tiene como objetivo la reestructuración psicológica del paciente, y pone el énfasis en la exploración del pasado, en el contenido de la comunicación y en la interpretación y transferencia como instrumento de cambio.


La corriente existencial, tiene como objetivo el crecimiento y la expansión de la persona, y en el tratamiento pone el énfasis en la experiencia del presente, entre el terapeuta y los miembros de la familia, como instrumento de cambio para ambos.


La corriente sistémica, tiene como objetivo el cambio del sistema familiar como contexto social y psicológico de los miembros de la familia, y en la terapia se pone el énfasis en la transformación de los procesos interpersonales en disfunción. (Minuchin, Jai Haley, Braulio Montalvo).



Desde esta visión sistémica y estructural abordamos la comunicación en su aspecto pragmático, más que en las teorías convencionales que ponen el énfasis en los signos, los significados, canales, etc. La comunicación entre dos o más personas desborda la mera conversación verbal y la utilización del lenguaje. Podemos estar diciendo una cosa y, sin embargo, estar comunicando otra muy distinta. Comunicamos lo que somos, especialmente a través de nuestro comportamiento, nuestra forma de ser y actuar; en definitiva comunicamos desde nuestro estilo de vida. Desde esa forma de ser y existir vamos a establecer diversos tipos de relación con los demás.



El significado de lo que comunicamos va a depender también más del tipo de relación que establecemos que de las palabras que utilizamos, e incluso de los gestos que emitimos. Cuando una madre le dice a su hijo que se lave las manos antes de acostarse, no sólo le está enseñando a ser higiénico, sino que también, y sobre todo, le está comunicando quién es ella en relación con él, está estableciendo un tipo de relación. Dependiendo del tipo de relación establecido entre marido y mujer, la frase de ella diciendo "quita la televisión" va a comunicar una relación de dominio o de confianza, etc.



Encontramos que muchos problemas tienen una etiología relacional, son causados por el tipo de relación establecido, más que por deficiencias individuales. Y aún en el caso de encontrarnos con deficiencias individuales descubrimos como el tipo de relación establecido va a potenciar o reducir el impacto de la patología detectada.



A lo largo del Ciclo Vital de la familia vemos cómo este enfoque sistémico-relacional se va sucediendo continuamente, es decir no es estático sino dinámico y en continua transformación. Influido, nunca determinado, por multitud de agentes, tanto internos como externos; influido por determinados cambios y diversas situaciones vitales. Por ello es apropiado definir un "modelo" de sistema familiar, flexible y a modo de guión, para comprobar cómo hay etapas donde surgen unos riesgos de problemas, pero que a la vez suponen una gran oportunidad de mejora y de felicidad.



Esta visión condiciona e influye en la forma de trabajar la orientación y terapia familiar, ya que atendemos a la familia al completo, tenemos en cuenta toda la situación familiar, y no sólo al "paciente identificado".



La orientación y terapia familiar se realiza a través de una serie de etapas fundamentalmente encaminadas a reestructurar la familia y elevar su calidad de vida. Reestructurar desde unos principios y valores que van a dar sentido a la vida y al proyecto de familia.





2.- TEORIA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

2.1.- No es posible la no comunicación
2.2.- Contenido y relaciones en la comunicación
2.3.- Comunicación digital y analógica
2.4.- Valores y actitudes en la comunicación
2.5.- Para Fomentar la comunicación eficaz




Por lo general, cuando se habla de comunicación nos solemos referir a intercambio de mensajes, conversaciones, diálogos, etc.. Es cierto, esto también es comunicación, pero a un nivel muy superficial. Si analizamos en profundidad cualquier conversación observaremos que va acompañada de otros ingredientes. Y estos ingredientes forman parte de la comunicación de manera tan determinante que en ocasiones comunican una cosa distinta de lo que estamos diciendo en la conversación.

Los diversos “ingredientes” que componen la comunicación los podemos dividir a efectos meramente metodológicos (nunca en la práctica clínica) en tres grandes áreas:
- signos
- significados
- conducta

Del estudio de los signos se ocupa la sintáctica. Se trata del aspecto más tangible, son los signos que utilizamos para transmitir información. Cuando nos dirigimos a alguien diciendo: “Esa puerta debe estar cerrada” los signos son esos conjuntos de letras que componen las palabras de nuestra frase.

La semántica es la que se ocupa de estudiar el significado de esos signos, de esa frase. Estamos diciéndole a alguien que esa puerta debe estar cerrada.

Sin embargo, tal vez lo que realmente queremos comunicar con esa frase va a depender del tono que se le dé o de cómo se diga. Puede depender de la forma de ser y de la conducta del emisor. Y, a su vez, va a influir en la conducta y en la forma de ser del receptor; y del tipo de relación establecido. De este aspecto se ocupa la pragmática que estudia la conducta. Así, desde esta perspectiva de la pragmática, toda conducta, y no sólo el habla, los signos y los significados, es comunicación, estamos en comunicación constante. Aún con el silencio estamos comunicando. Incluso los indicios comunicacionales en contextos impersonales son comunicación, ya que afectan a la conducta y por lo tanto a la comunicación.

Esta separación (sintáctica, semántica y pragmática) es meramente conceptual, ya que ambas son interdependientes. Pero debido a su importancia y a su influencia en la comunicación, nos ocuparemos menos de las relaciones emisor-signo o receptor-signo y más de la relación entre emisor y receptor que se establece a través de la comunicación y que viene determinada por las conductas y formas de ser de cada uno.

Los estudios sobre comunicación se han centrado demasiadas veces en la influencia del emisor sobre el receptor, sin tener en cuenta, en la práctica, los efectos del receptor sobre el emisor, y mucho menos aún se ha considerado la influencia del contexto en el que se produce el intercambio y la interacción.

En el ámbito teórico sí ha sido contemplado, pero no tanto en la práctica de la orientación y la terapia. Es importante tenerlo en cuenta, ya que en no pocas ocasiones las aseveraciones, las frases, no siempre pueden tomarse de forma literal y aparente, y mucho menos si se trata de casos psicopatológicos, pues las personas pueden decir algo y significar otra cosa.



2.1.- No es posible la no comunicación


Desde esta visión pragmática integral de la comunicación deducimos que toda conducta, y no sólo el habla, es comunicación. Ya no hablamos de un esquema lineal de emisor-mensaje-receptor, sino de un conjunto de formas y modos de conducta (verbal, tonal, postural, contextual, etc.). Cada uno de estos modos de conducta limita o condicionan el significado de los otros. No es la palabra la que define a la conducta, sino al revés. Todos estos elementos deben ser considerados en conjunto, observando las múltiples permutaciones posibles entre ellos, que van desde lo eficaz y congruente hasta lo incongruente y paradójico.

En todo tipo de comunicación, pero sobre todo en la comunicación familiar no sólo hay que tener en cuenta lo que se dice, sino lo que se deja de decir, hay que observar cómo se actúa, cómo se comporta y desde qué actitudes y valores. Si aceptamos que toda conducta es comunicación, estamos en condiciones de afirmar que no es posible la no-comunicación, ya que no es posible no comportarse. Actividad o inactividad, palabras o silencios, manifiestan siempre un mensaje, que influye sobre los demás. Por lo tanto, no podemos decir que la comunicación sólo tiene lugar cuando es intencional, consciente o eficaz. El que no se establezca un entendimiento mutuo no significa que no haya comunicación.

La imposibilidad de no comunicarse es un fenómeno de interés no sólo teórico sino que tiene implicaciones prácticas para lograr una comunicación eficaz. Tener esto en cuenta es de vital importancia para el éxito en la orientación y terapia familiar, pues en muchas ocasiones el objetivo primero a conseguir será lograr una comunicación eficaz que lleve al entendimiento mutuo, dificultado por la ausencia de palabras o de atención.

Una conducta determinada responde a una forma de ser, a un estilo de vida elegido según unos valores. De la forma de ser y de existir van a depender las conductas y las relaciones que se establecen con los interlocutores. Y desde este conglomerado integral dependerá que tipo de palabras, gestos, posturas, etc… se van a utilizar.




2.2.- Contenido y relaciones en la comunicación

En toda interacción humana, en todo intercambio hay un contenido que se quiere transmitir y a su vez existe un tipo de relación. En la comunicación no sólo se transmite una información sino que al mismo tiempo se imponen conductas y se establece un modo de relacionarse, de comunicarse. Un mensaje transmite un contenido, pero al mismo tiempo revela el tipo de relación que tienen o establecen los comunicantes, de tal manera que una misma frase (lo que se dice) con un mismo contenido puede variar su significado dependiendo del tipo de relación existente entre los interlocutores (cómo se dice).

La comunicación como conducta implica, pues, una relación entre comunicantes. La forma de ser y la conducta van a influir y son influidas por el tipo de relación entre ellos. La comunicación no sólo transmite información sino que define un tipo de relación expresado a través de las conductas. Lo importante es descubrir la conexión existente entre el contenido y la relación personal en la comunicación. La relación puede expresarse también en forma no verbal, gritando o sonriendo, o de muchas otras maneras. El tipo de relación establecido entre los miembros de una familia puede entenderse claramente a partir del contexto, las actitudes, los valores, etc., en los que la comunicación tiene lugar.

El tipo de relación entre dos personas o más (familia) estará influido por el tipo de conducta y de hechos que se suceden a lo largo de su historia. Si esos modos de conducta aprendidos provocan una comunicación ineficaz o incluso patológica, la labor del orientador será aplicar las estrategias pertinentes para que esa familia ´desaprenda´ esas pautas de conducta y a la vez aprenda nuevos modos de comportarse y relacionarse.


2.3.- Comunicación digital y analógica

La comunicación digital es la verbal y la analógica la no verbal. Las dos son inseparables, se complementan y dependen mutuamente. A menudo se suele limitar la comunicación analógica a los movimientos corporales, sin embargo incluye la postura, los gestos, las expresión facial, la inflexión y tonos de voz, la secuencia, el ritmo, la cadencia de las palabras, y cualquier otra manifestación no verbal. Comunicación analógica es también los indicadores comunicacionales que inevitablemente aparecen en cualquier contexto en que tiene lugar la interacción.

No tenemos más que observar nuestra propia experiencia para comprobar cómo constantemente utilizamos modos de comunicación tanto digitales cómo analógicos. Lo más inmediato, lo más tangible es la comunicación digital que tiene una importancia que no hay que olvidar. De hecho la mayoría de los logros de la civilización son impensables sin el lenguaje digital. Pero hay que tener en cuenta que existe un vasto campo, menos tangible, donde utilizamos de modo casi exclusivo la comunicación analógica. La comunicación analógica es ese caudal de comunicación que acompaña al habla, a la comunicación digital. Un gesto, una expresión facial, por ejemplo, puede revelar más que cien palabras.


2.4.- Valores y actitudes en la comunicación

Toda conducta, intencional o no, tiene valor de mensaje y establece un tipo de relación, por lo tanto, es comunicación. La conducta siempre responde a una determinada manera de ser con relación a unos valores determinados a los que cada persona se adhiere. La comunicación y la relación entre las personas será más positiva y eficaz cuanto más valiosos sean esos valores. No cabe duda de la importancia que cobra la formación en valores si queremos potenciar las relaciones humanas, especialmente tratándose de la familia. Los valores dan una medida de lo que somos, y lo que somos –integralmente- es lo que expresamos en cualquier tipo de conducta, relación y comunicación

Existen muchos intentos para definir los valores que muchas veces dependen de los propios valores del “definidor”. Su propio nombre indica que se trata de algo valioso, de algo que hace bien al hombre. En su aspecto más básico y menos controvertido, podemos afirmar que si los alimentos nos hacen bien, pues posibilitan nuestra existencia, son un valor. El dinero, en la medida que nos posibilita una calidad de vida, es un valor. Lo mismo podemos decir del aire que respiramos. El ejercicio físico, la amistad, la inteligencia, los conocimientos, la emotividad, la coherencia, la alegría, la constancia, el olvido de sí, el amor, el trabajo, la libertad, la responsabilidad, la serenidad, la paciencia, etc., serán valores en la medida que posibilitan el crecimiento personal y social. Los valores desarrollan las potencialidades humanas, son lo que le hace a la persona llegar a ser lo que está llamado a ser.

Describir y hacer una relación de valores sólo tiene valor de muestrario, pues para que sean eficaces deben ser encarnados y personalizados por cada uno. Nadie puede imponernos unos determinados valores. La adhesión de una persona a unos valores es fruto siempre de un descubrimiento personal. De este descubrimiento nace una elección, una opción personal por un estilo de vida, por un proyecto de vida. Una vez que optamos por un proyecto de vida, ésta se llena de contenido, sentido y significado, y estamos en condiciones de orientar la conducta según ese sentido descubierto.

Vivimos en una época de grandes medios y escasos fines, vivimos acelerados, con prisas, bombardeados por relámpagos publicitarios que, sin darnos cuenta, nos transmiten sus “valores” y nos metemos en ellos. Hoy el gran problema que aqueja a nuestra sociedad es la desorientación, la frustración y el vacío existencial. No tenemos respuestas a preguntas como: ¿hacia donde vamos?, ¿Por qué y para qué existimos?. Vivimos sin ilusión y sin proyectos de futuro, y lo que aún es más preocupante, en ocasiones ni siquiera nos planteamos estas preguntas.

La labor del orientador familiar será, en no pocas ocasiones, educar en valores, y enseñar a los padres a transmitir los valores a sus hijos. Los valores, el estilo de vida, los proyectos de vida, sólo pueden ser transmitidos cuando son encarnados, cuando son contemplados en alguien que los vive. Los valores tienen una fuerza tremenda por sí mismos, son atractivos, invitan a ser vividos, y cuando son experimentados son comprendidos. Los valores son un descubrimiento personal, por lo que los padres deberán suscitar el deseo de crecimiento, de desarrollo personal en sus hijos, creando ámbitos para descubrir esos valores. Y, por supuesto, deben ser un ejemplo constante, pues lo que transmiten no es un conocimiento teórico, sino una existencia y una manera de ser y de vivir, o dicho de otra manera, transmiten un conocimiento experiencia.



2.5.- Para fomentar la comunicación eficaz

Esta visión de la comunicación tiene implicaciones prácticas para lograr una comunicación eficaz, intencional y consciente. Va a influir en la forma y las técnicas de hacer orientación familiar. No reducirá su objetivo a la reestructuración psicológica del paciente individual, ni pondrá el énfasis en la exploración del pasado, ni siquiera en el contenido de la comunicación, sino que se centrará fundamentalmente en el cambio de las pautas de comportamiento (comunicación) defectuosos o ineficaces. Se tomará a la pareja y a la familia, no como la suma de sus miembros, sino como una unidad, como un ser vivo, con su propia estructura, en la que se han establecido una serie de tipos de relaciones determinadas. De esta manera, el objeto de la orientación familiar se centrará en el cambio del sistema familiar, como contexto social y psicológico de los miembros de la familia, en los procesos interpersonales y en sus pautas de conducta.

Afecta también a las formas de fomentar la comunicación eficaz, que no se centrará tanto en los signos y significados de las palabras, sino en todo lo relativo a las relaciones entre comunicantes, su forma de ser, su visión del otro, y todo lo concerniente al contexto social donde se produce la comunicación.

En la pragmática de la comunicación hemos definido unos elementos interdependientes:
- Forma de ser y valores
- Tipo de relaciones
- Conductas
- Palabras, gestos, posturas, transmisión de información, etc.

Para fomentar un estilo de vida haremos reflexionar sobre el significado y el sentido de la existencia, de la vida, de nuestros clientes. El descubrimiento del sentido de la vida se realiza a través de la experiencia, a través del conocimiento, a través de las emociones. Nunca es impuesto ni tampoco inventado. Habrá que crear las condiciones necesarias y los ámbitos donde se suscite el deseo de crecimiento personal y de dar significación a la vida. No se lo vamos a transmitir en la sesión clínica, aquí vamos a prescribir pautas para su vida, para crear el caldo de cultivo que posibilita su descubrimiento. La mejor manera de fomentar los valores es conseguir que sean vividos y experimentados, pues los valores se comprenden cuando se viven. Decir a un cliente que sea generoso tres veces al mes, es la mejor manera para que descubra que la generosidad es un valor, que le hace bien, que le hace crecer y que le satisface. Haremos que repita actos que responden a valores, actos que posibilitan un tipo de relación gratificante. Esta repetición de actos, de nuevas conductas que, al principio pueden parecer artificiales van impregnado en el cliente, los va personalizando, y si los asume como valores, van a ir configurando su nueva forma concreta de ser y su forma de relacionarse y comportarse con los demás.


Mensajes claros.
Es importante que los mensajes sean claros de tal manera que el receptor reciba realmente lo que se está emitiendo. Esto tiene relación con la coherencia de los mensajes, es decir que digamos lo que queremos decir, no utilizando dobles mensajes o ironías. Coherencia también entre lo que decimos y hacemos.
Una madre para potenciar que su hija tomara el coche y practicara, ya que acababa de sacar el permiso de circulación, la animaba diciendo que ella no iba a estar preocupada, que cogiera el coche porque era bueno para que tomara dominio de él, diciéndole que ella iba a estar tranquila, etc.…, pero a la vuelta la hija se la encuentra con tez seria, con gesto claramente preocupado y preguntándole que si le había pasado algo. La hija no volvió a coger el coche en mucho tiempo. No hubo coherencia entre el mensaje verbal y el no verbal, entre las palabras y las emociones, entre la inteligencia (comprendía que era buena para la hija) y el control emocional.
Un padre le dice gritando a su hijo que no hay que gritar, verbalmente le está transmitiendo a su cerebro, a su inteligencia que no se debe gritar, pero lo que le está transmitiendo en la forma de ser es que se puede gritar porque su padre lo hace, porque en su ambiente se grita.
Una madre le dice a su hijo que en cuanto acabe las tareas saldrán un ratito al parque, el hijo acaba las tareas, pero la madre encuentra excusas para no salir. Muchas veces oímos decir a los padres que sus hijos no confían en ellos, que no les cuentan sus cosas, a veces somos los padres los que potenciamos estas actitudes. Si, por ejemplo, animamos a nuestros hijos para que nos cuenten sus problemas, afirmando que no nos vamos a enfadar, que nos pueden contar con confianza, pero cuando nos cuentan algún error cometido, montamos en cólera, estamos favoreciendo que no nos vuelvan a decir nada.

Controlar las propias emociones y controlarlas.
Conocer las propias emociones y controlarlas es la mejor manera de potenciar las buenas y cambiar las que no nos reportan beneficios, las destructivas, como las explosiones de ira, … Las personas que conocen sus sentimientos tienen un sentido más fiable de sus emociones y pueden hacer algo por cambiarlas. Al mismo tiempo tenemos que aprender a conocer las emociones del otro. La expresión de las emociones no tiene palabras, no es verbal. Las palabras son expresiones del intelecto, del proceso racional. La percepción intuitiva de las emociones de otras personas se construye a través de la habilidad de “leer” lo que no se expresa verbalmente, cambios de tono de voz, gestos, expresiones faciales, etc.

Fomentar la capacidad de escucha.
No es lo mismo escuchar que oír. Escuchar significa paciencia, atención, apertura, capacidad de salir de sí mismo. Para escuchar se requiere silencio, silencio que es ausencia de ruido, de todo tipo de ruido, interno y externo. Es dejar al otro plena libertad de palabra con total disposición de acogida. De una actitud de disponibilidad honrada nace la tolerancia ideológica, religiosa, etc. Y también la solución a muchas de nuestras dificultades para comunicarnos. Hemos invertido años en aprender a leer, escribir y hablar. Pero pocos hemos recibido entrenamiento para escuchar. Cuando tenemos una conversación con otra persona tendemos a creer que existe un dialogo. Pero muy a menudo estamos equivocados. La mayor parte de los llamados “diálogos” no lo son realmente. Son en realidad dos monólogos opuestos dirigidos en paralelo, porque no hemos adquirido la habilidad de escuchar.

Niveles de escucha. Cuando una persona nos habla podemos escucharla en cinco niveles: ignorando, sin escuchar en absoluto, fingiendo escuchar, escuchar selectivamente, escuchar atentamente y escuchar empáticamente.

Podemos oír pero no escuchar en absoluto cuando estamos pendientes de otra cosa, o cansados, cuando no prestamos la más mínima atención. Fingimos escuchar cuando pretendemos no ser descorteses, hacemos preguntas, pero realmente no estamos interesados en las respuestas. Cuando practicamos la escucha selectiva sólo atendemos a ciertas partes de la conversación. Cuando escuchamos atentamente prestamos total atención a la otra persona, sin distracciones de ningún tipo, pero realmente no estamos implicados en la conversación, nos interesa el tema, atendemos a las palabras que nos están exponiendo sin escuchar lo que hay detrás de ellas. Lo central y lo importante a este nivel es el tema de conversación. En la escuchar empática lo importante es la otra persona, la relación con ella. A este nivel escuchamos para comprender, más que para entender. Se trata de comprender las motivaciones, deseos y situación de la otra persona. Significa ver el mundo en la forma que la otra persona lo hace. Significa comprender y sentir como la otra persona lo hace. La esencia de la escucha empática no consiste en estar de acuerdo con la otra persona, sino en la profunda comprensión emocional e intelectual de ella. Escucha empática implica mucho más que registrar, meditar o entender las palabras expuestas. Significa escuchar con los oídos, los ojos, el corazón. Significa escuchar las palabras, el tono de voz y el lenguaje no verbal. Significa percibir emociones, conductas e intenciones.

De nuestras actitudes dependerá el nivel o estilo de escucha que utilicemos. No olvidemos que, aún inconscientemente, estamos optando por un tipo de escucha, por un tipo de comunicación. La persona no puede no comunicar; puede parar de hablar, pero no de comunicar. Sus pensamientos, en formas de expresiones faciales, gestos, posturas y otras acciones proveen de un constante flujo de información constante que indica las emociones que sentimos. La lectura del lenguaje no verbal, por tanto, resulta vital cuando tratamos de comprender las emociones de otra persona, cuando tratamos de conseguir una comunicación eficaz.

Controlar el propio estado de ánimo.
Controlar el propio estado de ánimo para tener capacidad de transmitir mensajes constructivos, positivos, que dan seguridad, animan y hacen sentir al otro nuestra simpatía e interés. Si un día estamos deprimidos, cansados, preocupados, corremos el riesgo de comunicar nuestro mal humor. Corregir sin destruir. El reproche no debe hacerse de manera que ataque globalmente la personalidad del otro con adverbios absolutos (jamás, siempre) o con el verbo ser (eres). Animar sin adular. Reconocer los méritos. Interesarse sinceramente por los demás. El verdadero interés por los otros no nace de la curiosidad o de la mala intención, sino de una auténtica disposición a ayudar material o espiritualmente. Respetar la dignidad del otro, reconocer la unicidad y singularidad de toda persona.

Ser coherentes y auténticos en los mensajes.
Sinceridad interior que significa ser transparente consigo mismo y en la comunicación con los demás. Aparecer auténticos, no ocultar las motivaciones y movimientos interiores, evitar la hipocresía, la etiqueta formalista, acomodar la conducta a los sentimientos que se exteriorizan. Decir a alguien “te amo” y comportarse luego de manera que el amor no tenga confirmación alguna, demuestra doblez interior y crea desconfianza en las relaciones interpersonales. Hay quien distingue comunicación “para entenderse” y comunicación “estratégica”; la primera sería la comunicación pura, sin segundas intenciones; la segunda, en cambio, sería la que tiene como objetivo conseguir fines utilitaristas más allá de entenderse.


Autocontrol de los mensajes y posibilidad de cambio.
Saber dominar las diversas situaciones, apelando a la razón frente a la irracionalidad, al autocontrol frente a la intemperancia, a sentimientos positivos frente a los negativos. Y, también, saber recurrir al humor como remedio a los pequeños dramas de la vida cotidiana, sin caer en el sarcasmo y la ironía. El análisis de uno mismo es fundamental para cualquier relación que uno se proponga.




3.- ORIENTACION ESTRUCURAL DE LA FAMILIA


3.1.- Ciclo Vital de la Familia
3.2.- Modelo de Sistema Familiar



La orientación estructural de la familia es un cuerpo de teoría y técnicas que estudian al individuo en su contexto social. El marco de referencia del orientador será la familia como estructura y como sistema global con vida propia. La orientación y la terapia basada en este marco de referencia intenta modificar la organización de la familia. Cuando se transforma la estructura del grupo familiar, se modifican consecuentemente las posiciones de los miembros de ese grupo. Como resultado de ello, se modifican las experiencias de cada individuo.

El hombre no es un ser aislado, sino un miembro activo y reactivo de grupos sociales. Si tratamos de orientar a un individuo, lo haremos en y desde ese contexto social donde se desenvuelve. Lo que el individuo experimenta como real depende tanto de elementos internos como externos. La experiencia del hombre está condicionada por su interacción con el medio. Decir que el hombre influye y es influido por el contexto social donde vive puede parecer obvio y aceptado por todos. El concepto no es nuevo, ya Homero lo conocía. Pero el hecho de basar las técnicas de salud mental en este campo, constituye un nuevo enfoque.

Las técnicas tradicionales se centraron en la dinámica del individuo, en la exploración de su vida intrapsíquica, aislándolo de su medio. Entre el individuo y su contexto social se erigió una “frontera” artificial. En teoría se reconoció que esta frontera era artificial, pero en la práctica fue mantenida por el proceso de terapia. Como consecuencia de ello, se llegó a concebir al individuo como el asiento de la patología. El terapeuta tradicional, orientado hacia la terapia individual, tiende aún a considerar al individuo como el asiento de la patología y a reunir los datos que pueden obtenerse acerca del individuo. Su fuente de información es el individuo, sus acciones y sus palabras. El terapeuta puede establecer contacto con la familia, pero como medio de obtener información acerca del individuo y de su relación con la familia. Su relación con la familia se basará fundamentalmente en el contenido de la comunicación, en lo que le cuentan, en la información que le dan acerca del “paciente”. Es comparable al técnico que trabaja con una lupa, los detalles son nítidos, pero el campo de visión está sumamente reducido. El terapeuta va a depender de la información que le quieran decir, pero no en la observación real de la familia. El terapeuta que trabaja en el marco de referencia de la terapia estructural de la familia lo podemos comparar con un técnico de lentes graduables. Puede acercarse cuando desea estudiar el campo intrapsíquico, pero también puede observar con un campo más amplio. Este foco más amplio y la mayor flexibilidad del terapeuta aumenta las posibilidades de intervención. Considera al individuo como un miembro de diferentes contextos sociales, actuando y respondiendo en su marco. El terapeuta no depende de la información que le cuenta el paciente o la familia, sino que observa como actúa la familia, como actúa el contexto y como se desenvuelve el individuo en ese grupo social. El terapeuta saca sus propia conclusiones basadas en la observación y no sólo de las palabras, basa su enfoque no sólo en la comunicación verbal, sino sobre todo en la comunicación analógica, no verbal. Consecuentemente su concepción acerca de la localización de la patología será mucho más amplia y también las posibilidades de interacción.

La antigua idea de que el individuo actúa sobre su medio se ha convertido en la concepción del individuo en interacción con su medio. La terapia individual se centra en la observación del individuo y en la comprensión de lo que le cuenta de sus circunstancias. La terapia estructural-sistémica observa al individuo y a sus circunstancias. El objeto de atención es el hombre en su contexto. Es muy conocida la frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”, pero menos difusión se le ha dado a la que le sigue: “y si no salvo a mis circunstancias no me salvo yo” y “… este sector de la realidad circundante forma la otra mitad de mi persona…”

El terapeuta sistémico va a tener una visión diferente sobre el asiento de la patología. En primer lugar no considera la vida psíquica del individuo como un proceso exclusivamente interno. Contempla al individuo que actúa sobre su medio, que influye sobre su contexto y es influido por este a través de una secuencia repetida de hechos y de interacciones. Las conductas individuales de la persona tienen mucha relación con el ambiente donde vive, con el grupo social donde se desenvuelve. El hombre es "un animal social”, vive en sociedad y en interacción con su entorno. La conducta del individuo influye en la estructura de su grupo social.

En segundo lugar señala que las modificaciones en la estructura familiar contribuyen a la producción de cambios en la conducta individual y colectiva, y en los procesos intrasíquicos internos de los miembros de ese sistema. Al modificar la estructura familiar se dota a sus miembros de nuevas experiencias produciendo modificaciones en su comportamiento y en su situación dentro de su entorno.

En tercer lugar cuando un terapeuta trabaja con un paciente o con la familia de un paciente, su conducta se incluye en ese contexto. El terapeuta y la familia forman en conjunto un nuevo sistema, terapéutico en este caso, que gobierna la conducta de sus miembros. El terapeuta se convierte en un elemento (cualificado), posibilitando que mediante su intervención vaya modificando la situación social que se encuentra.

Estos tres axiomas (el contexto afecta a los procesos internos, las modificaciones del contexto producen cambios en el individuo y la conducta del terapeuta es significativa en este cambio) siempre han formado parte del sentido común básico de la terapia y la orientación, pero no se ubicaron en el centro de la práctica terapéutica, en la que aún existe una dicotomía artificial entre el individuo y su contexto social, mientras que los procesos internos se situaron en el primer plano.

La terapia de familia reúne técnicas que alteran el contexto inmediato de las personas de tal modo que sus posiciones cambian. Al cambiar sus posiciones y las relaciones entre una persona y el contexto social en que se mueve, se modifica consecuentemente, su experiencia subjetiva. En este cambio la intervención del terapeuta es fundamental, se asocia con la familia para cambiar su organización, de tal modo que las experiencias de sus miembros se modifican. La nueva organización orquestada por el terapeuta, pero realizada por la familia, permite un continuo refuerzo de la nueva experiencia, lo que proporciona una estabilidad y permanencia al nuevo sistema que se inaugura. Tener una visión global de la familia no significa ignorar al individuo. Es tenerlo en cuenta en su interacción en el presente, superando la visión simplista de sus características innatas. El presente del individuo es su pasado más las características actuales

La terapia estructural de la familia es una terapia de acción, más que de palabras o consejos. La herramienta consiste en modificar el presente, no en explicar o interpretar el pasado. El pasado contribuyó en la creación de la organización y funcionamiento actual de la familia; por lo tanto se manifiesta en el presente y podrá cambiar a través de intervenciones en el presente. Es una terapia que teniendo en cuenta el presente mira más hacia el futuro, hacia nuevas posibilidades y expectativas, confía en la capacidad humana para cambiar, para mejorar.

El objetivo fundamental es el sistema familia. El terapeuta se asocia a este sistema y utiliza su persona para transformarlo. Al cambiar la posición de los miembros del sistema, cambia sus experiencias subjetivas. Con este objetivo el terapeuta confía en algunas propiedades de los sistemas:
a) Una transformación de su estructura permitirá, al menos, alguna posibilidad de cambio
b) El sistema familiar está organizado sobre la base del apoyo, regulación, alimentación y socialización de los miembros. Por tanto, el terapeuta se une a la familia, no para educarla o socializarla, sino, mas bien, para reparar o modificar su funcionamiento con el fin de que pueda desarrollar sus tareas con mayor eficacia.
c) El sistema de la familia tiene propiedades de autoperpetuación. El proceso que el terapeuta inicia en el seno de la familia será mantenido en su ausencia por los mecanismos de autorregulación de ésta. En otras palabras, una vez que se ha producido un cambio, la familia lo preservará, proveyendo una matriz diferente que querrá mantener.

Estos conceptos de estructura constituyen el fundamento de la orientación y terapia familiar. Sin embargo, la terapia estructural de familia necesita partir de un modelo de normalidad que le permita medir las anomalías. Es preciso tener presente el ciclo vital “normal” de una familia.


3.1.- Ciclo vital de la familia

La familia es una unidad social, un grupo social, un sistema que enfrenta y realiza una serie de tareas de desarrollo a lo largo de su historia vital. Estas tareas difieren según las diferentes culturas, pero tienen un denominador común, unas raíces universales. El desarrollo de esas tareas difiere también dependiendo del momento evolutivo que viven, de sus propias circunstancias y de su peculiar idiosincrasia. Pero los problemas básicos de una familia, de toda familia, son los mismos que los de millones de familias. Al igual que todas las familias normales enfrentan constantemente problemas similares (relación entre sí, educación de los hijos, relación con otros familiares y con el mundo exterior) y negocian los compromisos que posibilitan la vida en común.

La familia pasa por una serie de etapas vitales a través de las cuales se va configurando y desarrollando. El orientador familiar deberá explorar estas etapas y desarrollos. Analizará la formación de esa familia y las modificaciones que se van produciendo en cada etapa, desde la formación e la pareja, pasando por el nacimiento del primer hijo, y en todos los momentos del desarrollo de su ciclo vital.

Al comienzo del matrimonio una joven pareja tiene que realizar una serie de tareas. Los nuevos esposos deben acomodarse a su nueva situación, adaptándose a un gran número de pequeñas rutinas que antes no tenían que hacer. Van a desarrollar una serie de transformaciones, formas en que cada esposo estimula y controla la conducta del otro y, a su vez, es influido por la secuencia de la conducta anterior. Estas pautas constituyen una trama invisible de demandas complementarias que regulan muchas situaciones de la familia.

Deben asumir su nuevo rol de pareja, para lo que tienen que enfrentarse a la tarea de separarse de cada familia de origen. Deben “dejar de ser hijos” para ser “esposos”. Van a negociar una relación diferente con los padres, hermanos, parientes políticos, etc. Las prioridades deben modificarse, ya que los deberes fundamentales de los nuevos esposos conciernen a su matrimonio. Las familias respectivas deben apoyar esta ruptura, esta separación. Esta etapa del ciclo vital de la familia es fundamental, ya que es el momento en que se forma la nueva unidad que será la base y fundamento de la nueva familia en formación. Si no se asumen decididamente los nuevos roles, las nuevas relaciones, habrá dificultades que pueden perturbar la estabilidad de la pareja recién estrenada. Del mismo modo deben acomodarse con nuevas pautas para sus relaciones con las amistades y los elementos extrafamiliares (trabajo, deberes, ocio). Deberán reorganizarse y regularse de una forma nueva. Se deben adoptar decisiones para encarar las interferencias del mundo exterior en la pareja. Los amigos de cada uno pasarán a ser amigos de los dos, o mejor, del matrimonio. Para ello cada cónyuge debe conocer a los amigos del otro y seleccionar a aquellos que serán los amigos de la pareja. Por lo tanto, cada cónyuge debe ganar nuevos amigos y perder otros antiguos.

El nacimiento de un niño supone un cambio radical en la organización de la familia. Dejan de ser pareja para ser familia, por lo que van variar sus relaciones entre sí al incorporarse un nuevo miembro al sistema familiar. Las funciones de los cónyuges deben diferenciarse para satisfacer las necesidades del niño, de atención y alimento. Los esposos van a ver limitado su tiempo por los requerimientos del hijo. Aparece una nueva organización de la familia, nuevas relaciones y funciones. Con el nacimiento de nuevos hijos también enfrentan nuevas situaciones, aparece un nuevo grupo de subsistemas, en el que los niños y los padres tienen diferentes funciones. Este periodo requiere también una reorganización y renegociación de las fronteras con la familia en su conjunto y con los elementos extrafamiliares. Los parientes políticos pueden incorporarse para apoyar, orientar u organizar las nuevas funciones de la familia. Pero a veces pueden ser elementos perturbadores por querer asumir antiguas funciones que ya no les corresponde.

La familia está en transformación continua, los niños se hacen adolescentes y luego adultos, los hijos se emancipan y los cónyuges “vuelven” a ser pareja (nido vacío), los padres se convierten en abuelos. En todos los periodos de desarrollo se requiere que la familia se adapte y se reestructure. Se trata de vivir el momento presente con intensidad, sin anclarse en las costumbres del pasado y sin adelantarse al futuro. “Cada día tiene su afán”. Los cambios requieren acomodaciones continuas.

A medida que los hijos abandonan la familia, reaparece la unidad original de marido y mujer, aunque deben tener en cuenta que las circunstancias sociales son totalmente distintas.

La familia, en cada momento, debe enfrentar el desafío de cambios tanto internos como externos y mantener, al mismo tiempo, su continuidad. Debe apoyar y estimular el crecimiento de sus miembros mientras se adapta a una sociedad en transformación.

Todas estas tareas a las que se enfrenta cualquier familia durante su ciclo vital no son fáciles de encarar. Dificultad que se agrava por la falta de formación para una tarea tan importante como es la fundación de una familia. Para cualquier tipo de profesión se requiere unos años de estudio y de formación, se pide un esfuerzo para el aprendizaje. No existen instrumentos sociales para facilitar a las parejas el conocimiento y la educación necesarias para afrontar con éxito esta empresa. Tampoco existe una mentalidad por parte de los protagonistas sobre la necesidad de esta formación. Pocas instituciones se dedican a la formación de novios y matrimonios. Esto unido a la crisis de valores de nuestra sociedad puede ser una de las causas del aumento de divorcios y de situaciones irregulares y perturbadoras en las familias. La Institución (pionera una vez más) que más empeño pone puesto en la necesidad de esta formación es la Iglesia Católica fomentando los Cursillos Prematrimoniales, abriendo Centros de Orientación Familiar, promoviendo Cursos en el ámbito universitario para Orientadores Familiares, etc.…








3.2.- Modelo de sistema familiar

La familia siempre ha sufrido cambios paralelos a los cambios de la sociedad, y siempre ha servido, por un lado, a la protección psico-social de sus miembros, y por otra, a la acomodación y transmisión de la cultura de esa sociedad. A lo largo de la historia la familia ha perdido antiguas funciones y se ha especializado en nuevas. La sociedad industrial se ha hecho cargo de esas funciones que antiguamente se consideraban deberes familiares (seguridad social sumida por el estado, las empresas familiares dan paso a los asalariados, incorporación de la mujer al trabajo, etc.…). Estos cambios pueden avivar o exacerbar los conflictos entre los esposos. Junto a estos cambios, el hombre moderno sigue adhiriéndose a una serie de valores que pertenecen a una sociedad diferente. El mundo occidental se encuentra en un estado de transición, y la familia que siempre debe acomodarse a la sociedad, se modifica juntamente con él. Pero, debido a las dificultades transicionales, la familia se ha especializado en la función de apoyar a sus miembros, imprimiéndoles un sentimiento de identidad independiente. Este sentido de identidad, que no se pierde en la masa social, está influido por su sentido de pertenencia a ese grupo social que llamamos familia. Esto no significa que la familia "se defienda” de la sociedad cerrándose ante su influjo, debe tener una actitud abierta acomodándose a ella y colaborando para su mantenimiento y continuidad. La familia debe complementarse con la sociedad, no son dos instituciones paralelas, deben avanzar juntas influyéndose mutuamente. Vivimos en una sociedad en crisis, en cambio y evolución constante. Este cambio también alcanza, cómo es lógico, a la familia. Algunos de estos cambios pueden ser considerados como ataques a la familia, tal y como la entendemos. La sociedad plural desarrolla estructuras extrafamiliares adaptándose a nuevas corrientes de pensamiento y a nuevas realidades sociales y económicas. Por otro lado la familia ha perdido peso en relación a la función de socialización de los niños. La sociedad asume esta función con niños en edades cada vez más tempranas. La Escuela, los medios de difusión, los grupos infantiles y pandillas se ocupan cada vez en mayor medida de la guía y educación de los niños. Pero la familia no tiene que perder de vista que la sociedad, que ha asumido en gran medida esa función, no ha desarrollado aún fuentes extrafamiliares adecuadas de socialización y apoyo, la familia sigue teniendo esta responsabilidad. Los medios socializadores y educativos de la sociedad desempeñan un papel importante, pero no sustituyen a la familia. El que la familia deje a cargo de la sociedad a los hijos no significa que deje de ocuparse de ellos. En ocasiones la familia renuncia a sus deberes, aún inconscientemente, por lo que no sorprende que las crisis de identidad de los adolescentes hayan dado lugar a un cierto número de fenómenos sociales inadecuados. La socialización y apoyo de los miembros de la familia dependen en gran medida del funcionamiento eficaz de las familias.

Del mismo modo que la familia en sentido genérico cambia al unísono con la sociedad y con las circunstancias históricas, también la familia individual y concreta cambia y se adapta constantemente. La familia es un sistema abierto en continua transformación, recibe y envía mensajes de y desde el medio extrafamiliar. La familia se va adaptando a las demandas que va recibiendo a lo largo del desarrolla de las etapas que enfrenta.

Por lo tanto, las tareas de la familia actual no son fáciles, siempre se plantean problemas. La familia normal no se distingue de la anormal por la ausencia de problemas, sino por la forma de enfrentarse a ellos, y por su capacidad para resolverlos o afrontarlos. Por ello, el orientador familiar debe disponer de un esquema conceptual del funcionamiento familiar “normal” o eficaz, que le ayude a analizar a una familia. Un esquema basado en la concepción de la familia como un sistema que opera dentro de contextos sociales específicos, tendrá en cuenta que la familia es un sistema sociocultural abierto en proceso de transformación. Este desarrollo se realiza a través de una serie de etapas que exigen una reestructuración sucesiva. Así, la familia, al adaptarse a las circunstancias cambiantes, mantiene una continuidad y fomenta el crecimiento psico-social de cada miembro.

El orientador familiar debe tener un “modelo” de estructura familiar. La estructura familiar es el conjunto invisible de funciones que organizan los modos en que interactuan los miembros de una familia. Estos modos de comportarse responden a unas determinadas pautas transacionales establecidas. Esta secuencia de hechos y de pautas de comportamiento repetidas establecen de qué manera, cuándo, y con quién relacionarse. Son el “esqueleto" de la estructura familiar. Cuando una madre le dice a su hijo que debe acostarse ya, y este obedece, esta interacción define quien es ella en relación con él y quién es él en relación con ellas, en ese contexto y en ese momento determinado. De esta manera ocurre en las relaciones con los demás miembros de la familia. Estas pautas transacionales son las que regulan la conducta de los miembros de la familia y pueden responder a una jerarquía de poder, a la complementariedad de funciones o a negociaciones explícitas o implícitas. A menudo, las pautas transacionales, se establecen a través de acontecimientos “insignificantes” de la vida cotidiana. Las pautas transacionales si están bien establecidas y definidas favorecerán la acomodación mutua y la eficacia funcional de la familia y de sus miembros. De este modo el sistema se mantiene a sí mismo y ofrecerá resistencia al cambio más allá de cierto nivel. Del mismo modo tiende a mantener las pautas eficaces y preferidas durante tanto tiempo como pueda hacerlo. Toda desviación que altere la “estabilidad” y la “armonía” de la familia más allá de lo tolerable, excitará mecanismos para restablecer el nivel habitual.

De este modo, la familia corre el riesgo de anclarse en la “armonía” y renunciar al cambio. Debe tener en cuenta que las pautas que han sido eficaces en una etapa determinada del ciclo vital de la familia, pueden no serlo en etapas sucesivas. Por consiguiente, la familia debe ser capaz de adaptarse y cambiar cuando las circunstancias cambien, aunque se pierda modestamente la plácida “estabilidad”. La familia debe responder a cambios internos y externos y, por tanto, debe ser capaz de transformarse de modo tal que le permita encarar con éxito las nuevas circunstancias sin perder la continuidad que proporciona un marco de referencia a sus miembros.

Dentro de la estructura familiar se establece otros subsistemas a modo de “alianzas”. A través de ellas la familia desempeña sus múltiples funciones. Las reglas que definen quienes participan y de que manera en los diferentes subsistemas, son los límites. La función de los límites está en proteger la diferenciación dentro del sistema familiar. Para que el funcionamiento familiar sea adecuado, los límites deben ser claros. Deben definirse con suficiente precisión como para permitir a los miembros de los subsistemas el desarrollo de sus funciones sin interferencias indebidas, pero también deben permitir el contacto entre los miembros del subsistema y los otros. La claridad de los límites en el interior de una familia constituye un parámetro muy útil para la evaluación de su funcionamiento. Algunas familias se vuelcan y se cierran hacia sí mismas, como un conglomerado, sin distancia entre los miembros, sin límites, que entorpece el funcionamiento eficaz de la familia. A este fenómeno se le llama aglutinamiento. En el caso contrario, los límites son rígidos, la comunicación entre los subsistemas se hace difícil, y las funciones protectoras de la familia se ven perjudicadas. A esta familia la llamamos desligada.

La mayor parte de las familias poseen subsistemas aglutinados y desligados. Es un instrumento eficaz para el orientador familiar a la hora de afrontar y analizar las dificultades de una familia. De esta manera el orientador familiar va construyendo un mapa familiar. Un subsistema de madre e hijo sumamente aglutinado puede excluir al padre, que se convierte en excesivamente desligado. No habría prácticamente límite entre madre e hijo, y sin embargo, existiría un límete excesivamente rígido con el padre.

Los miembros de subsistemas a familias aglutinadas, sin límites claros, pueden verse perjudicados, ya que el excesivo sentido de pertenencia provoca un abandono de la autonomía. Por el contrario los miembros de subsistemas o familias desligados pueden desarrollar una fuerte autonomía y un desproporcionado sentido de independencia, pero provocar una carencia de lealtad y pertenencia, dificultando la ayuda y apoyo mutuo cuando lo necesitan.

De un extremo a otro existe una amplia gama de variaciones. El problema surge cuando la dificultad experimentada por uno de los miembros de la familia no atraviesa los límites inadecuadamente rígidos. Se requerirá un alto nivel de strees en el individuo para que pueda transcender a los demás, activando los sistemas de apoyo de la familia. Por eso en ocasiones la familia es la última en enterarse del problema de uno de sus miembros. En el extremo aglutinado, ocurre lo contrario, cualquier dificultad de un individuo afecta y repercute intensamente en los demás. Ambos tipos de relación provocan, pues, problemas familiares.

El orientador familiar operará a menudo como un delineador de límites, clarificando los difusos y abriendo los rígidos. Su evaluación de los subsistemas y del funcionamiento de los límites le va a proporcionar un rápido cuadro diagnóstico de la familia en función del cual debe orientar su intervención terapéutica.

El subsistema conyugal se constituye cuando dos adultos de sexo diferente se unen con la intención expresa de formar una familia. Sus principales características son la complementariedad y la acomodación mutua. Aprenderán a ceder sin sentir que se han dado por vencidos. Deben ceder parte de su individualidad para lograr un sentido de pertenencia. Pueden encontrar dificultades por la insistencia de los cónyuges en sus derechos de independencia. Puede convertirse en un refugio ante los strees externos y en la matriz para el contacto con otros sistemas sociales. Pero las parejas también pueden estimularse en rasgos negativos. Estas pautas negativas pueden existir en las parejas corrientes sin que ello implique una patología grave o intencionalidad por parte de uno de los miembros. El subsistema conyugal debe llegar a un límite que lo proteja de la interferencia de los otros sistemas sociales, en particular cuando la pareja atiene hijos. Deben tener un territorio psico-social propio. Si el límite alrededor de los esposos es excesivamente rígido, el sistema puede verse aislado. Pero si los esposos mantienen limites flexibles, otros subsistemas, incluyendo a los hijos y a los parientes políticos, pueden interferir en su funcionamiento. Marido y mujer se necesitan mutuamente. Esta necesidad obliga al orientador familiar a proteger los límites que rodean al subsistema conyugal. Si en una sesión los hijos interfieren en las relaciones del subsistema conyugal, se debe anular esta interferencia. Es posible realizar entonces sesiones entre marido y mujer excluyendo a los otros miembros. Si en esas sesiones éstos siguen discutiendo acerca de los problemas de sus hijos en lugar de referirse a las relaciones marido-mujer, es conveniente que el orientador señale entonces que están franqueando un límite.

Cuando nace el primer hijo se alcanza un nuevo nivel de formación familiar, aparece el subsistema parental. El subsistema conyugal debe diferenciarse entonces para desempeñar las tareas de socializar un hijo, pero sin renunciar al mutuo apoyo que les caracteriza. Deberán trazar un límite que permita el acceso del niño a ambos padres y, al mismo tiempo que lo excluya de las relaciones conyugales. A medida que el niño crece va variando sus demandas, ante las que el subsistema conyugal debe modificarse para satisfacerlas. La pareja, los cónyuges, deben adaptarse a los nuevos factores que actúan en el marco de la socialización, ya que el niño empieza a tener contacto con compañeros extrafamiliares, la escuela y otras fuerzas socializantes exteriores a la familia. La autoridad paterna debe ser flexible y racional. Los padres deben comprender las necesidades del desarrollo del hijo y explicarles las reglas que imponen. Los padres deben razonar emotivamente las normas que imponen, aunque aún el hijo no tenga capacidad de comprenderlas. De está manera se crea un ambiente emotivo y razonable. Es más importante el modo que se expone que el contenido de lo que se dice. Es cierto que hoy han aumentado las dificultades de ser padres, por eso se hace más necesaria una orientación familiar preventiva y de asesoramiento. Las dificultades difieren en cantidad y calidad según la edad del hijo.

Al principio la familia desarrollará funciones de alimentación, después de control y orientación. Cuando llegan a la adolescencia los requerimientos de los padres entrarán en conflicto con los de los hijos. Los hijos deben ir adquiriendo una autonomía acorde con su edad. La relación entre padres e hijos se convierte en un proceso difícil de acomodación mutua, muchas veces mal resuelto por desconocimiento, precipitaciones o nerviosismo. A menudo los padres no explican las normas que imponen, o las explican inadecuadamente. En otras ocasiones mientras que para los padres las normas son evidentes, para los hijos no. De esta forma es posible que los hijos no acepten las normas. Han de tener en cuenta que los hijos van a comunicar sus necesidades con distintos grados de claridad. Necesitarán que se les dedique más tiempo y un mayor compromiso emocional. Los padres deben capacitarse para enseñar a los hijos a autoeducarse, para que ellos mismos se vayan progresivamente imponiendo normas. Normas que no son coacciones o limitaciones de su libertad, sino cauces para su desarrollo integral. Los padres deben darles progresivamente responsabilidades en los quehaceres de la casa y en su funcionamiento, para que se impliquen en los problemas cotidianos y para formarles en la libertad. Los padres deben comprender la complejidad del proceso de educación del niño. No deben abandonar su deber de autoridad, deben disponer de ese poder necesario para desempeñar sus funciones.

En ocasiones se denomina a la familia como la primera democracia, pero consideran de forma errónea que la sociedad democrática es una sociedad sin lideres o que una familia es una sociedad de iguales. El funcionamiento eficaz requiere que padres e hijos asuman el hecho de que el uso diferenciado de autoridad constituye un ingrediente necesario del subsistema parental. La familia se convierte en un ensayo de formación social para los niños, que necesitan saber cómo negociar en situaciones de poder desigual. Los padres deben ir progresivamente perdiendo poder y ganando autoridad. El poder lo tienen por derecho, es una capacidad que tienen los padres por el hecho de serlo y para responder al deber de educación que se le impone por propia naturaleza y por la propia sociedad. La autoridad, sin embargo, la tienen que conquistar, la tienen que construir, es una cualidad que será muy beneficiosa a medida que el hijo vaya creciendo. Es un proceso difícil y complejo ya que se trata de que los padres pasen de serlo todo para los hijos en los primeros años, a ir “desapareciendo”, “decreciendo”, para que los hijos puedan ir creciendo, apareciendo.

El orientador familiar debe tener en cuenta toda la complejidad que implica el proceso educativo. A veces el orientador familiar deberá apoyar al subsistema parental, teniendo presente que puede provocar conflicto con el objetivo educativo de apoyar la progresiva autonomía de los hijos. En estas situaciones el orientador debe recordar que sólo un subsistema parental débil (sin autoridad, aunque tenga poder) instaura un control restrictivo, y que ese control excesivo, ese poder inadecuado, se presenta por lo general cuando el control racional y emocional es ineficaz, cuando no se ha conseguido la autoridad. Entonces el apoyo a la responsabilidad y a la obligación del niño para determinar las reglas de la familia estimula el derecho y la obligación del niño a crecer y desarrollarse en forma autónoma. La tarea del orientador será la de ayudar a los subsistemas para que negocien y se acomoden mutuamente.

Cuando aumenta el numero de hijos se instaura un nuevo subsistema, el fraterno. Es el primer laboratorio social en el que los niños pueden experimentar las relaciones con sus iguales. En el mundo fraterno los niños aprenden a negociar, cooperar, competir. En las familias numerosas, el subsistema fraterno puede tener otras subdivisiones, ya que los hijos más pequeños, que se mueven aún en las áreas de seguridad, alimentación y guía en el seno de la familia, se diferencian de los niños mayores que realizan contactos con el mundo extrafamiliar. Cuando los niños se ponen en contacto con el mundo de sus iguales fuera de la familia, intentan actuar según las pautas aprendidas dentro de la familia en su subsistema fraterno. La importancia y significación del subsistema fraterno queda patente en familias con un solo hijo. Estos hijos únicos desarrollan pautas precoces de acomodación al mundo adulto, que pueden manifestarse en un desarrollo precoz. Al mismo tiempo, pueden mostrar dificultades para el desarrollo de la autonomía y para la capacidad de competir, cooperar y compartir con otro.

El orientador debe conocer las necesidades del desarrollo de los niños y debe ser capaz de apoyar el derecho del niño a la autonomía sin minimizar los derechos de los padres. Los límites del subsistema fraterno deben proteger a los niños de la interferencia adulta, para que puedan ejercer su derecho a la privacidad, tener sus propias áreas de interés y disponer de la libertad de cometer errores. En diferentes etapas de su desarrollo los niños poseen diferentes necesidades, capacidades cognitivas particulares, y sistemas de valores propios. En algunos momentos el orientador familiar debe actuar como traductor, interpretando el mundo de los niños para los padres, y al contrario. También es posible que deba ayudar al subsistema a negociar límites claros aunque no rígidos con el mundo extrafamiliar, para, por ejemplo, actuar de puente entre un niño aferrado en exceso a su familia y el mundo exterior.

Una familia se encuentra sometida a presión interna y externa que exige una transformación constante para poder adaptarse y crecer mientras que el sistema familiar conserva su continuidad. En este proceso de cambio y de continuidad las dificultades para acomodarse a las nuevas situaciones son inevitables. El enfoque de la familia como sistema social en transformación esclarece la naturaleza transicional de determinados procesos. La etiqueta de patológica debe reservarse a las familias que frente a las tensiones incrementan la rigidez de las pautas y de los límites. En las familias corrientes, el orientador confía en la motivación de la familia como el camino para la transformación. En las familias más complicadas su labor será de un actor del drama familiar, incorporándose a las coaliciones existentes para modificar el sistema y desarrollar un nivel diferente de equilibrio.

La dificultad de un sistema familiar puede originarse en cuatro fuentes:

- Contacto estresante de un miembro con fuerzas extrafamiliares. Una de las principales funciones de la familia consiste en brindar apoyo a sus miembros. Cuando uno de éstos se encuentra afectado por un estrés, los otros miembros de la familia sienten la necesidad de acomodarse a sus nuevas circunstancias. Esa acomodación puede limitarse por un subsistema o, por el contrario, difundirse en el seno de toda la familia. El estrés que afectó al marido ha sido atenuado a través de la s relaciones con su mujer. Ambos se pueden ver afectados por la no resolución de la situación. La misma fuente de estrés que afecta aun miembro individual puede actuar a través de los límites de los subsistemas (por ejemplo, un padre y una madre extresados por problemas de trabajo, pueden regresar al hogar y criticarse mutuamente, pero luego desviar su conflicto descargándolo en los hijos. También es posible que una familia en su totalidad se vea estresada por el contacto extrafamiliar de uno de sus miembros. La familia debe, entonces, modificarse, para salvar su supervivencia. Este cambio puede obligar a otros cambios en el subsistema parental. Cuando una familia comienza una terapia debido a dificultades de contacto de uno de sus miembros con el mundo extrafamiliar, los objetivos e intervenciones del orientador familiar se orientan en función de su evaluación de la situación y de la flexibilidad de la estructura familiar. Si la familia ha realizado cambios adaptativos, su intervención principal puede dirigirse hacia la familia.

- Contacto estresante de la familia en su totalidad con fuerzas extrafamiliares. Puede ser debido a mala situación económica, cambio de domicilio, etc. La intervención el orientador se dirigirá también a enseñar a utilizar los servicios sociales de ayuda o, incluso coordinar las acciones a instancias de la familia.

- Estrés en momentos transicionales de la familia. Existen muchas fases en la evolución de la familia que requieren la negociación de nuevas reglas familiares. En este proceso se plantearán inevitables conflictos. Estos conflictos ofrecen una oportunidad de crecimiento a todos los miembros de la familia. Pero si no se resuelven pueden causar problemas aún mayores. Pueden producirse por cambios originados en la evolución de los miembros o por cambios en la composición de la familia. El cambio en la relación de los padres con los hijos va a afectar también a la relación entre los cónyuges. En el comienzo de la adolescencia de los hijos deben otorgarles mayor autonomía y mayor responsabilidad. Así mismo cuando una familia incorpora un nuevo miembro, ese nuevo miembro debe adaptarse a las reglas, y el antiguo sistema debe modificarse para incluir al nuevo miembro, ya que hay tendencia a mantener las antiguas pautas. La incorporación de un nuevo miembro puede ser por el nacimiento de un hijo, el matrimonio de un hijo de familia extensa, la unión de dos familias a través del matrimonio de padres separados o viudos, la inclusión de un pariente, amigo o hijo adoptivo, etc. Las dificultades también pueden venir originadas por la disminución de miembros de la familia: muerte, separación o divorcio, encarcelamiento, internación, o partida de un hijo para proseguir los estudios, etc.

- Estrés relacionados con las propias característica de cada familia. El orientador debe tomar en cuenta todas las circunstancias y tener presente la posibilidad de que áreas determinadas de la familia den lugar a pautas inadecuadas o disfuncionales.

El esquema conceptual de una familia normal, de un modelo de estructura familiar, presenta tres facetas.

· En primer lugar, una familia se transforma a lo largo del tiempo, adaptándose y reestructurándose de tal modo que pueda seguir funcionando. Sin embargo es posible que una familia que ha funcionado eficazmente encuentre dificultades en su desarrollo apegándose en forma inadecuada a esquemas estructurales previos.

· En segundo lugar, la familia posee una estructura que sólo puede observarse en movimiento. La familia tiende a preferir unas determinadas pautas, que son suficientes para responder a los requerimientos habituales. Pero la fortaleza del sistema depende de su capacidad para movilizar pautas transicionales alternativas cuando las condiciones internas o externas de la familia le exigen una reestructuración. Los límites de los subsistemas deben ser firmes, pero sin embargo, lo suficientemente flexibles como para permitir una modificación cuando las circunstancias cambian.

· Finalmente, una familia se adapta a las dificultades de tal modo que mantiene la continuidad de la familia, al mismo tiempo que permite reestructuraciones. Si una familia responde ante las dificultades con rigidez, se desarrollaran pautas de comportamiento ineficaces, disfuncionales. Todo ello puede hacer que esa familia acuda a la Orientación Familiar.




4.- IMPLICACIONES DE UN ENFOQUE SISTEMICO EN LA ORIENTACIÓN FAMILIA


4.1.- La familia en el proceso de orientación
4.2.- El contrato terapéutico, el sistema terapéutico
4.3.- La reestructuración de la familia




El enfoque estructural de las familias se basa en el concepto que una familia no se reduce a los aspectos individuales de sus miembros. Los miembros de una familia se relacionan de acuerdo con ciertas reglas. Estas reglas constituyen un todo, una estructura, aunque por lo general no estén establecidas de forma explícita, ni siquiera reconocidas. La estructura familiar no es fácil de observar. Los datos significativos y el diagnóstico que se plantea el orientador familiar, se realiza en la práctica. El Orientador logrará observar la estructura familiar de forma experimental, asociándose a la familia, formando parte de ella. El orientado presta atención a lo que le cuentan los miembros de la familia, oye las informaciones acerca de cómo experimentan la realidad. Pero también observa cuidadosamente la forma en que los miembros de la familia se relacionan con él y entre sí. El orientador analizará el tipo de relación existente entre sus miembros, los valores que orientan su desarrollo, sus pautas de comportamiento, sus reglas explícitas o implícitas, sus motivaciones, emociones, razones. La acción de orientador se basa más que en la información que recibe, en la observación de cómo se desenvuelven, de cómo actúan. Con la información recibida y la observación de los movimientos de la familia, el orientador llegará a un diagnóstico estructural.

El orientador indagará una serie de aspectos que deberá tener en cuenta. Es significativo, por ejemplo, saber quien es el “portavoz” de la familia. Si el portavoz es el padre, tratará de saber qué significa, quién lo designó como tal, será debido a que es la figura ejecutiva de la familia, o acaso es la madre la verdadera figura ejecutiva, que cede temporalmente su poder al padre en función de alguna regla implícita acerca del rol adecuado de los hombres. La observación por parte del orientador es fundamental. Mientras el padre habla, observará cómo actúa, qué hace la madre y los demás miembros de la familia, ¿secunda de forma tácita sus comunicaciones o, acaso, interfiere con él a través de medios verbales o no verbales, la conducta de la familia ¿asiente o contradice el contenido de las comunicaciones verbales?.

Por otra parte el Orientador Familiar deberá interrogarse sobre si lo que ocurre en la sesión es representativo o no de otros momentos de la vida familiar fuera de la consulta. Deberá observar si se modifica el tono afectivo de la interacción familiar cuando la composición de la familia es diferente, así mismo tendrá en cuenta si las transacciones que se producen en un momento de la sesión o en una sesión son más significativas que otras anteriores.

Por lo tanto la tarea fundamental del Orientador para elaborar un diagnóstico acertado y para plantear el proceso terapéutico a realizar, al mismo tiempo que responde a los acontecimientos que se van produciendo en la sesión, será la observación cuidadosa a la vez que se va haciendo interrogantes. Debe comenzar señalando los límites y las pautas transacionales, elaborando hipótesis de cuales son operativas y cuáles no. Elabora, de esta manera, el mapa familiar. Un mapa de carreteras no refleja la riqueza de la extensión que representa, pero es un instrumento de extraordinario valor para movernos con facilidad por esa realidad geográfica. Lo mismo ocurre con el mapa familia que elabora el Orientador. Es un esquema organizativo que no refleja la riqueza de la familia, pero que va ser muy útil para desenvolverse por los entresijos de esa familia. El mapa es estático, mientras que la familia está en continuo movimiento y cambio. Pero el mapa familiar es un instrumento de gran valor, es un dispositivo simplificador muy útil. Es un material que le permite al Orientador formular hipótesis de las áreas que funcionan bien en el seno de la familia, y también acerca de las que no funcionan satisfactoriamente. El mapa es una guía para ayudar a determinar los objetivos a conseguir en el proceso de la Orientación a lo largo de las sesiones correspondientes. Con el mapa familia, el orientador agrupa y organiza los datos que va recogiendo.

Al mismo tiempo que recoge material para un mapa estructural, el terapeuta introduce pruebas experimentales. La sola presencia del Orientador es ya una prueba, porque la familia se organiza en relación con él. Pero, además, puede imponer la realización de tareas planificadas para indagar acerca de aspectos significativos de la estructura familiar. El orientador familiar es, pues, un miembro actuante en relación con el sistema terapéutico. El orientador debe asociarse a la familia para observarla desde dentro, para tomar datos de su vida real y no sólo de las comunicaciones verbales de sus miembros. Para asociarse con la familia el orientador deberá subrayar los aspectos de su personalidad y experiencia. Conservará la libertad de ser espontáneo en sus indagaciones experimentales. El orientador familiar se asocia a la familia para poderla modificar desde dentro, como un miembro, cualificado y con autoridad, del sistema familiar, terapéutico en este caso. Desde dentro va a poder transformar las pautas transacionales defectuosas e ineficaces, y va realizando la reestructuración familiar de una forma cuidadosamente planificada.

Una de las tareas que realizará el orientador familiar será explorar la estructura y situar las áreas susceptibles de flexibilidad y cambio. Con su intervención esclarece partes de la estructura familiar que han permanecido sumergidas e inactivas, pudiendo transformarlas en activas. Pero el orientador en esta tarea de asociación con la familia debe tener la habilidad y flexibilidad precisas para poder desligarse y observar con la perspectiva necesaria, el efecto de sus indagaciones e intervenciones. De esta forma logrará esclarecer un cuadro diagnóstico de la familia.

Cuando el sistema familiar responde se pueden producir fundamentalmente una de las alternativas siguientes. La familia puede asimilar sin dificultad la intervención del orientador a sus pautas transacionales previas, lo que permite el aprendizaje pero no el crecimiento. La familia también puede responder acomodándose, asumiendo nuevas pautas transacionales o activando de las pautas alternativas. Finalmente, si la familia responde a la intervención del orientador como si se tratase de una situación completamente novedosa, la indagación se convierte en una intervención reestructurante. Si la familia no la rechaza, se producirá un desequilibrio en la familia, una crisis en el sistema, que abre el camino a la transformación.

El orientador al elaborar el mapa de la estructura familiar, observa su flexibilidad, planteando un objetivo y los caminos que le van a conducir al logro de ese objetivo. En la primera sesión elaborará un mapa inicial y provisional de la familia, que le proporcionará al orientador un objetivo, indicando algunos pasos para alcanzarlo. El mapa se clarificará en las sesiones posteriores y las evaluaciones sucesivas, haciéndolo más preciso y fiel. Deberá tener en cuenta que ningún modelo familiar es inherentemente normal o anormal, funcional o disfuncional, dependerá de su idiosincrasia, de su propia composición, de la etapa de desarrollo, etc.

La utilización del análisis estructural para determinar objetivos terapéuticos y sugerir estrategias terapéuticas, presenta ciertos peligros inherentes. Existe, por ejemplo, el riesgo de no tomar en cuenta el proceso de desarrollo o todos los subsistemas posibles de la familia, e incluso el riesgo de asociarse y apoyar sólo a un subsistema contra los otros. El terapeuta puede asociarse a un subsistema para observar cómo responde el sistema en su totalidad. Es una parte esencial del proceso de diagnóstico, útil para conocer la familia, pero manteniéndose en esta posición el orientador puede elaborar una organización disfuncional. Este riesgo de la terapia estructural de la familia puede evitarse si el terapeuta se acomoda al sistema familiar de tal manera que le permita experimentar y evaluar el estrés y el dolor experimentado por los miembros de la familia, sin implicarse.



4.1.- La familia en el proceso de orientación.

Por lo general, lo que conduce a una familia a un Centro de Orientación Familiar son los síntomas de uno de sus miembros. Se trata del paciente identificado, al que la familia define como “el que tiene problemas” o “el que es el problema”. Pero cuando una familia aplica a uno de sus miembros la etiqueta de “paciente”, suele ser un mecanismo o un recurso para mantener el sistema o mantenido por el sistema. Sin embargo la situación problemática de uno de los miembros sistema puede ser la expresión de una disfunción familiar. O puede haber sido suscitado en el miembro individual de la familia debido a sus condiciones de vida particulares y, luego, ser apoyado y mantenido por el sistema familiar. En ambos casos, la participación de la familia es fundamental y de gran influencia. La selección de una persona como problema constituye un simple método para mantener una estructura familiar rígida, inadecuada. La función del orientador consiste en ayudar al paciente identificado y a la familia, introduciendo tareas para facilitar la transformación del sistema familiar. Sea producido por la familia o mantenido, la transformación de la estructura familiar siempre dará resultados positivos. Este proceso incluye tres pasos fundamentales.
- El orientador se asocia a la familia en una posición de liderazgo, de autoridad en la materia. Saca a la luz y evalúa la estructura familiar subyacente. Crea circunstancias que permitirán la transformación de esta estructura. En la práctica concreta el desarrollo de estos pasos son inseparables.
- Como consecuencia de este proceso, la familia se transforma de forma significativa para todos los miembros de la familia, pero particularmente para el paciente identificado, que es liberado de su posición anómala. El cambio se produce en el modo en que algunas personas se relacionan entre sí.
- El terapeuta debe evaluar la familia y desarrollar objetivos. Y debe intervenir, no es un observador sin más, no es un mero escuchador de problemas. Y la meta de su intervención debe ser la familia en su conjunto, aunque no debe ignorar a los individuos, ni al individuo “problema”. El orientador se ocupará sobre todo de realzar y hacer eficaz el funcionamiento del sistema familiar de una manera satisfactoria. La familia será la matriz de la curación y del crecimiento de sus miembros.

Para transformar el sistema familia, el terapeuta debe intervenir de tal modo que desequilibre el sistema. La familia puede tener problemas y dificultades y, sin embargo, mantener el equilibrio como protección y defensa. En estos casos es preciso desequilibrar la familia, posibilitando una nueva organización y un nuevo equilibrio que sea eficaz para resolver la situación problemática. Jay Haley señaló los riegos de constituir una asociación estrecha con un miembro de la familia, señalando que si el terapeuta forma una coalición con un cónyuge contra el otro en una sesión particular para conseguir un objetivo determinado o para hacer alguna averiguación complementaria, debe repararlo pronto y reconstituir el equilibrio uniéndose o aliándose con el otro. Por ello en algún momento particular de las sesiones, el proceso parecerá parcial. Sin embargo, la visión global del proceso total revelará que el orientador mantiene un sentido de contacto con todos los miembros de la familia, de tal modo que éstos lo siguen aunque lo consideren poco equitativo.

Todo terapeuta que no tenga la capacidad de proporcionar a la familia un intenso sentido de respeto para cada uno de ellos como individuos y de demostrarles su firme voluntad de cura, perderá a la familia en el proceso de transformación. En el proceso de ruptura del equilibrio la confianza de la familia en el terapeuta es extremadamente importante. El terapeuta debe controlar el impacto de sus intervenciones y de las circunstancias de la vida sobre la familia y estará dispuesto a proporcionar ayuda. El cambio a través de las intervenciones terapéuticas, al igual que todo otro cambio de la familia, se acompaña con tensión, y el sistema terapéutico debe ser capaz de manejar estas circunstancias. Este tipo de tratamiento se basa en la manera en que las personas pueden influirse y ayudarse mutuamente, lo que asevera que es la familia en su conjunta la que debe ser tratada, que es la familia la matriz de la curación, aunque el problema planteado sea individual, y aunque el problema sea incluso fundamentalmente individual. Modificar la familia significa transformar las formas que tienen de relacionarse, cambiando sus posiciones en la familia. Las experiencias de las personas se modifican a medida que sus posiciones relativas se transforman. De esta forma el “paciente designado” tiene como mínimo una posibilita de cambio, que bien dirigida por el orientador puede hacer que ese cambio sea eficaz para él y para la familia. Suele ser eficaz cuestionar la percepción de la realidad de los pacientes. El orientador debe apoyar a los miembros de la familia, pero debe sugerir que más allá de lo que han percibido hay otra cosa, así utilizará expresiones como "si, pero..." o "si, y..."

El padre, la madre y el hijo son ubicados en una nueva posición por las intervenciones del terapeuta. Originalmente aceptaron estos cambios de posición debido a que el terapeuta les ofrecía alternativas dentro de su esfera y les planteaba una promesa de disposiciones más satisfactorias. La transformación de la familia se mantiene cuando el terapeuta no se encuentra presente, en la vida diaria entre sesiones, debido a que la transformación ha activado nuevas dinámicas entre los miembros de la familia y a que empiezan a tener experiencias nuevas que constituirán nuevas pautas transacionales. De ese modo, las nuevas pautas transacionales tienden a mantenerse por sí mismas. Pero no es fácil y las recaídas pueden ser normales, ya que las antiguas pautas disfuncionales suelen haber funcionado durante largo tiempo y estar muy arraigadas en el sistema, por lo que deben desaprender comportamiento pasados que provocan los problemas y, a la vez, no sólo aprender los nuevos, sino mantenerlos y personalizarlos haciéndolos propios. Los pacientes evolucionan por tres causas. En primer lugar, se cuestiona su percepción de la realidad. En segundo lugar se les proporcionan posibilidades alternativas que les parecen adecuadas. Y, en tercer lugar, una vez que ensayaron las pautas transacionales alternativas aparecen nuevas relaciones que se refuerzan a sí mismas.

El orientador debe saber cómo plantearse los objetivos, pero al mismo tiempo debe saber también cómo facilitar los pequeños movimientos que llevan a la familia en dirección de estas metas. Debe proporcionarle sistemas de apoyo en el seno de la familia para facilitar el movimiento de una posición a la siguiente. El contacto terapéutico se produce en un nivel de proximidad interpersonal dentro de un contexto específico, pero debe estar en estrecha relación con la experiencia de la vida cotidiana de una familia, donde la familia debe sentir prolongado por el aporte del terapeuta, aunque no esté presente físicamente.

Con este enfoque terapéutico el orientado debe preservar la individuación y apoyar la reciprocidad. Suele ser útil no permitir que un miembro de la familia hable acerca de otros que se encuentran presentes en la sesión. A menudo será preciso separar a personas que se sientan juntas. En otras ocasiones no se permitirá la utilización de un miembro de la familia como depósito de los recuerdos de los otros. Es eficaz reforzar las descripciones de competencia de los miembros de la familia y recompensar toda actitud positiva que se muestre en una sesión, así como las características positivas individuales. Por otro lado es bueno que se acepten las flaquezas humanas. El sentido del humor, sin caer en el cinismo, es muy útil para cualquier tipo de problema. Es preciso cuestionar la existencia de un "yo" sin un "tu", ya que es difícil que un individuo cambie sin el apoyo y la complementariedad de los otros. De esta manera los miembros de la familia se convierten en co-terapeutas.

En general, en lugar de permitir a las personas que hablen acerca de acontecimientos del pasado, es preferible mirar al futuro desde el presente, en relación a las situaciones actuales, analizadas en la sesión. Si es posible se podrá actuar la conducta problema para observar como reaccionan ante el hecho, puede ser más útil que hablar sobre él. Es útil organizar la colocación física en la sala de consulta, expresando la proximidad y la distancia. De este modo se puede, según convenga, facilitar o bloquear la comunicación y el afecto. Es importante mantener la distancia, deslindándose el orientador de la situación y orientando a los miembros de la familia para que actúen su propio drama mientras se observa continuamente el orden y el ritmo de las comunicaciones de la familia, decidiendo constantemente acerca del momento en que el orientador debe hablar y de la persona a la que debe dirigirse. El orientador actuará como un pariente lejano al que le agrada relatar anécdotas y pensamientos propios, cuando son relevantes en relación con la familia presente. Estos métodos permiten ganar tiempo, haciendo que un encuentro entre extraños se convierta en una conversación afectiva como de viejos conocidos. Son técnicas de acomodación sumamente importantes en el proceso de asociarse a la familia.


5.2.- El contrato o sistema terapéutico

Las operaciones de asociación con la familia tienen como objetivo la creación de un nuevo sistema familiar en que se incluye el terapeuta como líder de esa “familia terapéutica”. Si el terapeuta no logra asociarse a la familia y establecer este sistema terapéutico, la reestructuración no puede producirse y todo intento de alcanzar los objetivos fracasarán. Existe una serie de técnicas que ayudarán a formar el sistema terapéutico, el ámbito propicio para lograr los objetivo propuestos Unión, acomodación, mantenimiento, rastreo, mimetismo)

Unión y acomodación son dos conceptos que describen el mismo proceso. La técnica de la unión consiste en las acciones que realiza el terapeuta para relacionarse con los miembros de la familia y con el sistema familiar. Las técnicas de acomodación se refieren a las adaptaciones que realiza el terapeuta para lograr una alianza con la familia. Para ello debe conocer y aceptar el modo peculiar de esa familia, su organización y su estilo de vida; y fundirse (sin confundirse) con ella. Deberá conocer “experiencialmente” a esa familia. No basta con un conocimiento teórico que realiza un orientador desde fuera, se trata de participar en la forma de ser de la familia, experimentar las pautas transacionales establecidas que regulan su funcionamiento. El orientador se introduce en la familia para transformarla desde dentro, participando activamente en ese cambio. Hay que tener en cuenta que la familia se modificará solamente si el terapeuta logra incorporarse al sistema. Acomodándose a la familia tendrá más posibilidades de que la familia acepte su intervención. Es posible que las técnicas de unión no siempre dirijan a la familia en la dirección de los objetivos terapéuticos, pero son exitosas en la medida en que garanticen el retorno de la familia a la sesión siguiente.

El mantenimiento, relacionado con los procesos de acomodación, proporcionan un apoyo programado a la estructura familiar. El terapeuta realiza operaciones de mantenimiento cuando, por ejemplo, reconoce la posición ejecutiva de los padres en una familia cuando dirigiéndoles las primeras preguntas, cuando respeta las peculiaridades de esa familia, o cuando acepta la definición de los cónyuges de su complementariedad, o disfruta abiertamente del sentido humor de la familia o expresa afecto hacia ellos.

El restreo es también una técnica de acomodación. Se realiza cuando el terapeuta realiza preguntas aclaratorias de lo que está en juego, los comentarios positivos y aprobadores, o el estímulo para la amplificación de un aspecto. El terapeuta, por lo general, lejos de cuestionar lo que se dice, se coloca a sí mismo como una parte interesada en la conversación. El rastreo del contenido de las comunicaciones puede ser útil en la exploración de la estructura familiar, es pues también una técnica de reestructuración.

Una madre que alimenta a su bebé con una cuchara comienza por abrir su propia boca mientras intenta que el bebé abra la suya. Está utilizando el mimetismo. De la misma manera el terapeuta también utilizará el mimetismo para lo considere oportuno. De esta manera se asemeja a los miembros de la familia en todos los rasgos universales de la condición humana. El terapeuta planteará situaciones en las que tenga experiencias comunes con la familia. El terapeuta puede poner el acento en ellas para mezclarse con la familia en una operación mimética. En el marco del sistema terapéutico, las operaciones miméticas son por lo general implícitas y espontáneas. Estas operaciones pueden ser utilizadas con fines reestructurantes.

El siguiente paso que tiene que realizar el terapeuta es la realización de un diagnóstico, una hipótesis de trabajo que elabora a partir de sus experiencias y observaciones relacionadas con los procesos de unión y acomodación, que forman el sistema terapéutico. Por lo general la familia llega al Centro de Orientación Familiar debido al sufrimiento o anomalía de un miembro, que denominamos el “paciente identificado”, con el objetivo de que el terapeuta cambie al paciente identificado. Pretenden que el terapeuta cambie la situación sin modificar sus pautas transacionales habituales. Sin embargo, un objetivo del proceso de diagnóstico consiste en ampliar la conceptualización del problema. El terapeuta considera al paciente identificado simplemente como el miembro de la familia que expresa, del modo más visible, un problema que afecta al sistema en su totalidad. Ello no significa que el paciente identificado sea irrelevante, y requerirá una atención particular. Pero la familia en su totalidad debe ser el blanco de las intervenciones terapéuticas. Al evaluar las transacciones de la familia, el terapeuta se concentra en seis áreas fundamentales:

1- Estructura de la familia, sus pautas transacionales preferidas y las alternativas disponibles.

2- Evalúa la flexibilidad del sistema y su capacidad de elaboración y reestructuración, tal como lo revela la modificación de las alianzas y coaliciones del sistema y de los subsistemas en respuesta a las circunstancias cambiantes.

3- Examina la resonancia del sistema familia, su sensibilidad ante las acciones individuales de los miembros.

4- Examina el contexto de vida de la familia, analizando las fuentes de apoyo y de estrés en el ámbito de la familia.

5- Examina el estadio de desarrollo de la familia y su rendimiento en las tareas apropiadas a este estadio.

6- Explora las formas en que los síntomas del paciente identificado son utilizados para el mantenimiento de las pautas preferidas por la familia.

El diagnóstico en la terapia familiar se logra a través del proceso interaccional de unión. La estructura de la familia, el grado de flexibilidad inherente a ella, la resonancia del sistema y la posición del paciente identificado son, todos, entes invisibles que sólo pueden percibirse a través de la acomodación del terapeuta a ellos y su exploración del sistema. El mapa familiar sirve de guía para la elaboración del diagnóstico. Sin embargo, como este mapa se relaciona íntimamente con las características peculiares tanto del terapeuta como de la familia, el diagnóstico incluye también el modo en que la familia responde al terapeuta. La información debe ser recopilada por diferentes clases de información (verbales, no verbales, tono de voz, vacilaciones, quién habla y cuándo, colocación en la sala,....) El impacto del terapeuta sobre la familia forma parte del diagnóstico. El orientador familiar debe reconocer el nivel de su influencia en el cuadro presentado pro la familia. El diagnóstico interaccional se modifica constantemente a medida que la familia asimila al terapeuta, se acomoda a él, y reestructura o resiste las intervenciones reestructurantes. El diagnóstico y la terapia se hacen inseparables.

Es esencial realizar un contrato terapéutico. La familia y el terapeuta deben lograr un acuerdo en lo que concierne a la naturaleza del problema y los objetivos del cambio. Aunque las características de este contrato no estén definidas con claridad, deben estar presentes. Puede desarrollar y cambiar con el tiempo, ya que evoluciona a medida que la terapia progresa. El contrato terapéutico debe especificar, no sólo la naturaleza del problema y el objetivo a conseguir, sino también la frecuencia de las sesiones, y durante cuanto tiempo se extenderán. Todos estos términos pueden modificarse a medida que el proceso evoluciona y se recogen nuevos datos, pero desde el comienzo se debe alcanzar un cierto grado de comprensión.

El terapeuta puede actuar como un delineador de límites dentro de la familia, asociándose a un subsistema de la familia y excluyendo a otros en el transcurso de las sesiones. Por ejemplo, puede crear circuitos geográficos que facilitan la comunicación sólo entre algunos miembros de la familia. Todas estas intervenciones en subsistemas son útiles también como explicaciones dentro del marco del proceso de diagnóstico.


4.3.- Reestructuración de la familia

Las operaciones de reestructuración tienen como objetivo lograr un cambio terapéutico en la familia. Este cambio tiene que ser realizado por la propia familia, el orientador tiene que crear los ámbitos y las condiciones necesarias para facilitarlo, para marcarles el camino, para orientarle en la consecución de ese cambio, de ese objetivo. El orientador no es el que hace el cambio, es la familia la que, con ayuda terapéutica, buscará y descubrirá los mecanismos de cambio. De esta manera los cambios tendrán consistencia y continuidad. Cuando, por ejemplo, alguien quiere enseñar a otro cómo subir a una piragua, puede ayudarle a subir, colocarlo en la posición correcta, sujetándolo, y cuando sabe que no se caerá, lo deja sólo. Lo más probable es que la próxima vez que quiera repetir la operación sólo no lo conseguirá, ya que lo hizo otro por él. Sin embargo si el instructor, renunciado a la prisa, le va enseñando y va creando las circunstancias para que aprenda por sí mismo y descubrirá cómo subir a la piragua, lo más probable es que tarde más tiempo en disfrutar de la travesía, pero estará en condiciones de subir y navegar cuantas veces quiera. Ese aprendizaje tendrá consistencia y continuidad. Por lo tanto el orientador no mostrará la solución del problema, no mostrará como superar la dificultad, sino que creará con las técnicas reestructuración y de unión, las condiciones necesarias para que la familia descubrir cual es la alternativa mejor para lograr el cambio satisfactorio, aprendiendo también de este modo operaciones y formas de solucionar problemas nuevas o encarar dificultades que con posterioridad puedan surgir. Son las intervenciones terapéuticas que una familia debe enfrentar en el intento de lograr un cambio terapéutico, sin olvidar que estas son interdependientes con las operaciones de unión.

La tarea del orientador es fundamental, pero de conseguir que su intervención pase de ser al principio imprescindible a ir desapareciendo poco a poco, hasta llegar a ser insignificante e innecesario. Llegado este punto la labor del orientador puede ser de acompañamiento y seguimiento a distancia. Hay que tener en cuenta que el cambio terapéutico terapia no puede lograrse sin las operaciones de unión, pero éste no tendría éxito sin la reestructuración orquestada por el orientador y realizada por la propia familia. En las operaciones de reestructuración el orientador opera como director y como actor. Crea escenarios, coreografía, esclarece temas y lleva a los miembros de la familia a improvisar dentro de los límites impuestos por el drama familiar. Son las intervenciones que crean movimiento hacia las metas terapéuticas. Pero dependen para su éxito de una unidad terapéutica que esté firmemente establecida. Cuando el terapeuta se une a una familia, debe encarar dos tareas fundamentales. Debe acomodarse a la familia, pero también debe mantenerse en una posición de liderazgo dentro de la unidad terapéutica.

Existen al menos siete categorías de operaciones reestructurantes:

1- Captar las pautas transacionales de la familia. Aunque el terapeuta debe mantener su posición de liderazgo, debe evitar el peligro de su posición, es decir el riesgo de centralizar en exceso el desarrollo sobre su persona. Si el terapeuta no controla esta tendencia, la sesión puede desarrollarse de modo en el que él ocupe siempre la posición central, aunque permanezca en silencio. Otro peligro es el de que la sesión se restrinja a las descripciones de la familia. Para obtener una descripción verdadera, el terapeuta debe ir más allá de la autodescripción verbal de la familia.

2- Dramatización de las pautas transacionales. Puede ser sumamente útil que la familia actúe en lugar de describir, para no limitarse a las descripciones verbales de la familia.

3- Recreación de los canales de comunicación. El terapeuta debe disponer de un cierto número de técnicas para estimular la comunicación itrafamiliar en la sesión. Los miembros de la familia aceptarán que tienen que hablar entre sí como regla del sistema terapéutico. Se abre así una nueva perspectiva para el terapeuta. Puede comenzar a prestar una menor atención a la lógica del contenido y una mayor atención a las secuencias modeladas en las que se producen los intercambios de la familia.

4- Manipulación del espacio. La redistribución geográfica constituye otra técnica para dramatizar las descripciones de la familia. La ubicación puede constituir una metáfora para intimidad o distancia entre las personas. Cuando una familia acude a la primera sesión, la forma en que se ubica puede proporcionar indicios acerca de las alianzas y coaliciones, centralidad y aislamiento. La ubicación puede también constituir una técnica para estimular el diálogo. Y puede constituir un modo efectivo de trabajar con los límites.

5- Señalamiento de los límites. Cada miembro de la familia y cada subsistema familiar debe negociar la autonomía e interdependencia de su circuito psicodinámico. El objetivo es lograr un grado correcto de permeabilidad de límites. En una familia aglutinada, los límites deben ser consolidados para facilitar la individuación de los miembros de la familia. El terapeuta se une a una familia aglutinada con la intención de clarificar los límites. En las familias que se encuentran más cerca del extremo desligado, actúa para disminuir la rigidez de los límites, facilitando el flujo entre los subsistemas de un modo que permita un incremento de las funciones de apoyo y orientación de la familia. Los niños de la familia deben ser diferenciados, y recibir derechos y privilegios individuales según su edad y posición en la familia. Los límites del subsistema conyugal deben ser lo suficientemente claros para proteger a la pareja de la intrusión por parte de los niños o de otros miembros adultos de la familia extensa. Cuando los límites alrededor de un subsistema son consolidados, el funcionamiento de este subsistema mejorará. El terapeuta puede imponer límites trabajando selectivamente con diferentes subsistemas de una familia. Pero el terapeuta trabaja siempre con su mapa de la familia total presente en su mente. Aún cuando trabaja en forma intensiva con un subgrupo, su meta es la reestructuración total de la familia.

6- Intensificación del estrés. A menudo la familia es poco flexible, incapaz de recurrir a formas de relación diferentes. La habilidad del terapeuta para producir estrés en diferentes partes del sistema familiar le proporcionará a él, y en algunos casos a los propios miembros de la familia, un indicio acerca de la capacidad de la familia para reestructurarse cuando las circunstancias cambien. Bloqueo de pautas transacionales. La maniobra más simple a la que un terapeuta puede recurrir para producir estrés consiste en obstruir el flujo de comunicación a lo largo de sus canales habituales. Acentuación de las diferencias. El terapeuta puede producir estrés al señalar diferencias que la familia ha escamoteado. Desarrollo del conflicto implícito. Los métodos de una familia para evitar un conflicto operan en forma rápida y automática. Unión en alianza o coalición. El terapeuta puede provocar un estrés uniéndose en forma temporaria a un miembro o subsistema de la familia. Este tipo de incorporación a la estructura familiar requiere una cuidadosa planificación y una habilidad para desligarse, de tal modo que el terapeuta no sea absorbido por la guerra familiar. También puede unirse a los diferentes miembros de la familia de forma sucesiva. Este enfoque es en particular necesario con familiares que niegan o evitan sus conflictos en forma rígida y con familias que se niegan en forma persistente a aceptar la idea de que la familia como un todo constituye el problema. Esta técnica presenta un riesgo. El miembro de la familia que es atacado puede contraatacar no al terapeuta sino al miembro de la familia con el que éste se alía. El objetivo último del terapeuta consiste en beneficiar a la totalidad de la familia, y la familia debe percibirlo en todo momento.

7- Asignación de tareas. Las tareas crean un marco en cuyo seno los miembros de la familia deben desenvolverse. Dentro de la sesión las tareas pueden relacionarse con la manipulación del espacio. Las tareas pueden utilizarse para dramatizar las transacciones de la familia y sugerir cambios. Al asignar tareas dentro de la sesión, el terapeuta subraya su posición como el que fija las reglas. Es él quien determina las reglas de conducta dentro de la sesión terapéutica. El terapeuta puede también asignar tareas para el hogar. Así el terapeuta se convierte en el hacedor de las reglas más allá de la estructura de la sesión terapéutica. La tarea debe apuntar tanto al problema que se presenta como al problema estructural subyacente. En la familia "con puertas abiertas", la tarea busca una diferenciación entre los miembros de la familia. En una pareja en la que la esposa controla muchos aspectos de la vida de su esposo, incluyendo sus hábitos alimenticios, su horario de acostarse y la regularidad con la que se baña, la tarea busca que aumente la distancia entre marido y mujer, para facilitar la reestructuración del subsistema conyugal. La focalización sobre las tareas obliga al terapeuta a ecarar la estructura y las pautas transacionales de la familia, en lugar de encarar las características particulares de los miembros individuales. Las tareas señalan las nuevas posibilidades de reestructuración de la familia y posibilitan nuevas experiencias. Al plantear tareas, el terapeuta debe clarificar su mapa de la familia y establecer objetivos específicos, así como también pasos específicos en dirección de esos objetivos. Las tareas también constituyen un medio adecuado para poner a prueba la flexibilidad familiar. La tarea no es más que una indagación del sistema familia. La asignación de una tarea proporciona un nuevo marco para las transacciones. El terapeuta observa los resultados con el propósito de lograr que surjan pautas transacionales alternativas.

8- Utilización de los síntomas. El terapeuta que trabaja dentro del marco de la familia considera que los síntomas de un miembro individual son una expresión de un problema contextual. Por lo tanto, puede combatir la tendencia de la familia a centralizarse en el portador del síntoma. En otros casos, sin embargo, puede elegir trabajar de forma directa con el que presenta los problemas. El enfoque centrado en el síntoma puede constituir el camino más rápido para diagnosticar y modificar las pautas transacionales disfuncionales de una familia. Los síntomas del paciente identificado son reforzados por la familia. Un terapeuta puede reforzar los síntomas del paciente identificado, aumentando su intensidad. En algunas ocasiones, es posible utilizar el síntoma como una vía que permita alejarse del paciente identificado. El abordaje de un síntoma a través de su funcionamiento en la familia permite desarrollar una estrategia para enfrentar el problema identificado desplazando temporalmente el foco de concentración terapéutica a otro miembro de la familia. Una reconceptualización o reetiquetamiento del síntoma en términos interpersonales puede abrir nuevos caminos de cambio.

9- Manipulación del humor. Muchas familias presentan un tipo de emoción o afecto predominante. Una familia conservará una cualidad deprimida, apática; otra bromeará constantemente. El afecto que acompaña a las transacciones familiares constituye uno de los múltiples indicios que determina la conducta del terapeuta. Emplear el afecto de la familia constituye una operación de unión, pero también puede constituir una operación reestructurante.

10- Apoyo, educación y guía. El apoyo, la educación y la guía constituyen a menudo operaciones de unión, aunque también pueden cumplir funciones reestructurantes. La alimentación, curación y apoyo que una familia proporciona a sus miembros son vitales para los miembros individuales de la familia y para el mantenimiento del sistema familiar. El terapeuta debe comprender la importancia de estas funciones y saber de qué modo estimularlas. A menudo se verá obligado a enseñar a la familia de qué modo apoyarse mutuamente. Puede verse obligado, también, a enseñar a los padres el modo de responder en forma diferencial a sus hijos. En la familia con las puertas abiertas, por ejemplo, uno de los objetivos fundamentales de las tareas asignadas consiste en proporcionar una experiencia de socialización diferenciada. Si el funcionamiento ejecutivo de una familia es débil, es posible que el terapeuta debe incorporarse al sistema, asumiendo las funciones ejecutivas como un modelo, y luego abandonar esa posición para que los padres puedan reasumir estas funciones. En algunos casos el terapeuta puede enseñar a los miembros individuales de la familia a enfrentar el mundo extrafamiliar.

Estas técnicas terapéuticas no son en absoluto las únicas a las que puede recurrir el terapeuta. El orientador con su conocimiento y sus experiencias tiene que adquirir la habilidad de, sin perder de vista los síntomas, descubrir la raíz del problema y de las dificultades, y en función de ellas elaborar las intervenciones necesarias para crear alternativas. Si, por ejemplo, un miembro de la familia cierra siempre las puertas con un fuerte portazo, el terapeuta no perderá de vista la conducta problema y podrá poner tareas dirigidas directamente para evitar esa conducta, pero deberá buscar la causa y la raíz de ese comportamiento y elaborar y prescribir tareas dirigidas el fondo del problema. Ya que, aún el caso de conseguir eliminar el comportamiento problema (portazos), su raíz y causa pueden haber quedado intactos, y por lo tanto, con toda seguridad desencadenará otra conducta inadecuada, aunque aparentemente no tenga nada que ver con la anterior.





5.- PROCESO PRACTICO EN LA ORIENTACION FAMILIAR


5.1.- La primera entrevista
1- La etapa social
2- La etapa del planteo del problema
3- La etapa de interacción
4- Definición de metas
5- Conclusión
5.2.- La función de las directivas
5.3.- Cómo impartir directivas
5.4.- Etapas en la orientación familiar



5.1.- La primera entrevista

Para que una terapia termine con eficacia debe comenzar adecuadamente, esto es, estableciendo el "contrato" entorno a un problema resoluble y descubriendo la situación social que por necesidad lo genera. Empezar una terapia entrevistando a una sola persona es partir con desventaja. Como fuente de información sólo tendremos la observación de esa persona y la información que él nos da del problema. Sólo tendremos “su versión”, y sobre todo no observaremos a la familia en movimiento. Es mucho más sensato entrevistar al grupo natural en cuyo seno se manifiesta el problema, iniciando así de inmediato la búsqueda de una solución. Por ello el terapeuta debe reunir a la familia. Reuniendo a las personas podrá ayudarlas a individualizarse, y es más lógico empezar ese proceso de individuación de inmediato, en la primera entrevista. Si un terapeuta entrevista a un hombre, mujer, abuelo o niño y no ve al resto de la familia, establece una coalición a ciegas, sin saber en qué organización está entrando. Es mejor conocer a todos cuantos habitan el hogar, para captar rápidamente el problema y la situación que lo genera. De esta manera el cambio afectará a todos.

Este énfasis en que todos los involucrados estén presentes en la primera entrevista no significa que sea imposible practicar la terapia de no lograrse la participación total, sino que el modo más fácil de trabajar es trayendo a todos a la reunión. Por lo tanto, el problema planteado por el cliente, será abordado para buscar la solución dentro del marco familiar, desde la familia y para la familia. Se formulará con claridad el síntoma planteado y se planeará la intervención dentro de la situación social. La orientación se centra, por tanto, en la situación social que genera en problema, más que en la persona, aunque sea esta persona la que presenta la dificultad o la “conducta problema”. Para ello el orientador deberá clarificar el mapa familiar y definir esa unidad social. Ya hemos visto como el orientador debe elaborar un contrato terapéutico en torno a un problema resoluble y a la situación social que lo genera o lo mantiene.

La primera entrevista en muy importante ya que se van a establecer las bases de las demás y del funcionamiento del sistema terapéutico del que el orientador debe considerarse parte integrante. La primera entrevista se plantea a través de cinco etapas bien delimitadas con sus objetivos específicos: Social, planteo del problema, interacción, fijación de metas y conclusión.


1.- La etapa social.

El objetivo de esta etapa es que la familia se ponga cómoda. Se saluda a la familia como si se tratara de una reunión de tipo social, en la que el anfitrión (orientador) trata de que sus invitados (familia) se sientan cómodos creando un ambiente de confianza y un clima agradable de tertulia informal. Todos los miembros de la familia deben participar en la acción en todas las etapas de la entrevista, especialmente en esta de los saludos. Conviene obtener una respuesta de cada persona, para definir la situación en la que todos son importantes y están involucrados en ella. No permitirá que nadie empiece a comentar el problema hasta tanto no haya obtenido de cada entrevistado alguna respuesta social.

Mientras la familia se acomoda, el terapeuta puede observarla para tener una idea de cómo empezar la etapa siguiente. La mayoría de las familias que vienen con un problema se colocan a la defensiva con respecto a él, por más afables que parezcan sus integrantes, ya que es violento tener que revelar un problema personal a un extraño.
· El terapeuta debe observar el estado de ánimo de la familia.
· Debe observar las relaciones existentes entre padres e hijos.
· Debe reparar en la relación existente entre los padres o los otros adultos que traen a los niños. Observará como se conducen los miembros de la familia con el terapeuta. De las conductas observadas se sacaran indicios, nunca conclusiones. El terapeuta reparará especialmente en el miembro de la familia que intenta ponerlo de su parte, aún en esta etapa de saludos.
· Si recoger información es importante, no lo es menos considerar las conclusiones extraídas como provisionales. El terapeuta no debe formarse ideas muy firmes, pues quizás ha malinterpretado los datos.
· También es importante que, por ahora, el terapeuta no comunique a la familia sus observaciones


2.- Etapa del planteo del problema.

La situación ya no es de tipo social, es preciso pasar a esta nueva etapa que obedece a un propósito: conocer el problema, saber para qué vienen, qué les preocupa. Es la etapa de “entrar en materia”. Lo habitual es que el terapeuta pregunte por qué han venido o qué problema los aqueja, pasando así de una situación social a una de terapia. A la hora de hacer la pregunta hay que tener en cuenta dos aspectos: el modo en que el terapeuta la formula y a qué miembro de la familia va dirigida.

La pregunta puede ser directa (ir al grano) “¿Cuál es su problema? ¿cuál es el problema?”. Se le puede dar a la pregunta un tinte más personal, en la que el terapeuta se va situando ya dentro del ámbito social “¿En qué puedo servirles?” “¿Qué tipo de ayuda esperan de mí?”. Puede no centrar la pregunta en el problema, sino en el objetivo que quieren conseguir “¿Qué cambios desean lograr?”. O dejar que la familia decida si quiere centrar la conversación en el problema o en el objetivo o cambio deseado, preguntando, por ejemplo: “¿Por qué motivo han venido a verme?”. En principio, cuanto más general y ambigua sea la pregunta, tanto más campo se dará a los miembros de la familia para exponer sus puntos de vista.

El orientador debe decidir si dirige la pregunta a algún miembro en particular. Puede dirigirse en primer término al adulto que parezca más desligado del problema para integrarlo, haciendo que participe, y demostrando que él también es importante en la solución del problema. O puede dejar la pregunta abierta para que sea contestada por cualquiera, preguntando, por ejemplo “¿Alguien puede decirme cuál es el problema?”, “que hable el que pueda”, “que hable el que quiera”.

La cuestión de decidir a quien dirigir la pregunta encierra diversas dimensiones. Está aquella persona que tiende a preocuparse lo suficiente por el problema como para traer a su familia a la entrevista; también suele haber alguien que desestima el problema y ha venido a regañadientes. En segundo lugar tenemos la dimensión de la jerarquía, ya que no existe ninguna organización cuyos miembros sean iguales entre sí. El terapeuta debe respetar la jerarquía interna de la familia si quiere ganar su buena voluntad. Una tercera dimensión está más ligada al proceso terapéutico que a otras situaciones, el orientador debe hacer que toda la familia participe. Puede ser recomendable dirigirse en primer lugar al adulto que parezca estar más desligado del problema, tratando con la mayor atención y respeto a la persona más capaz de traer a su familia a nuevas entrevistas. En general no es una buena idea iniciar el dialogo preguntando al niño problema por qué ha venido su familia, ya que podemos acentuar aún mas su etiqueta, reforzando su situación y, a la vez, la de la estructura familiar. En algunos casos el terapeuta mira hacia el piso o el techo y pregunta, sin dirigirse a nadie en particular, utilizando preguntas como: "¿Alguien puede decirme cual es el problema?" Esta actitud suele sacar a relucir al vocero de la familia, además de informar sobre la posición que ocupa en la familia.

La segunda tarea importante del orientador es cómo escuchar la exposición del problema. Mientras los escucha, el terapeuta debe hacer ciertas cosas y abstenerse de hacer otras. Debe aceptar simplemente lo que dicen, aunque puede inquirir sobre algún punto que le parezca oscuro. Debe, por ahora, limitarse a recoger hechos y opiniones. Todos deben tener la oportunidad de manifestarse. Cuando un individuo haya formulado el problema se les pedirá su opinión a todos los demás, cuidando de no dar la impresión de que se desea provocar un desacuerdo entre dos personas o responder a alguien. El terapeuta sólo quiere conocer la opinión de cada entrevistado. El diálogo entre dos personas no es recomendable en esta etapa. Por eso deberá persuadir a los demás de que manifiesten su opinión, tratándose con sumo respeto, sin entrar en contestaciones a otros, sino que manifiesten su opinión, su versión. Por lo general, lo mejor es dejar para el final al "niño problema", ya que suele estar más dispuesto a expresar su opinión una vez que sus hermanos y hermanas han dado las suyas.

El terapeuta mientras inquiere sobre el problema y estimula a la gente para que hable, debe observar cómo actúa y qué dice cada uno de los entrevistados, sin comunicar a éstos sus observaciones. La manera de hablar de los participantes revelará si creen que el terapeuta podrá hacer algo por ellos, o si han venido simplemente por obligación y sin esperanza alguna. Observará a quién achacan el problema, detectará el grado de facilidad con que los miembros de la familia aceptan la responsabilidad del problema, ya que requerirá que la asuman unánimemente para poder resolverlo.

La tarea fundamental del orientador en este momento es la observación. Mientras alguien habla observará las reacciones de los demás. Cuanto mayor sean el interés y participación de quienes escuchan, cuanto más los irrite y perturbe lo que se dice, tanto mayor será la posibilidad de que esa familia se encuentre en estado de crisis, lo cual implica inestabilidad. Por el contrario, cuanta más calma e indiferencia demuestren, más probable será que la situación familiar sea razonablemente estable, y por lo tanto difícil de cambiar. Estos mensajes indirectos son particularmente evidentes cuando los padres describen el problema de su hijo. De hecho, hay tres maneras distintas de recibir información sobre el problema.

1- En la primera indagación dejará que la familia exprese el problema metafóricamente, sin especificar demasiado. El terapeuta procurará comunicarse también a nivel general.

2- Después se irá concretando y detallando el problema, y las metas que se quieren alcanzar.

3- Por último el terapeuta pedirá que le resuman el problema y que definan los cambios deseados.

Comúnmente los miembros de una familia atribuyen el problema a una sola persona, en tanto que la tarea del terapeuta consiste en encararlo pensando en más de una, ya que este enfoque lo capacita al máximo para lograr el cambio.

La misma entrevista, y el modo en que la conduce, pueden servir al terapeuta como primer paso para provocar un cambio. También debe ir pensando cómo conseguir que los miembros de esa familia cooperen para llevar a cabo el cambio.



3.- La etapa de interacción.

Una vez que se ha recabado la opinión de los presentes, el terapeuta hará que todos los miembros de la familia dialoguen entre sí sobre el problema. Mientras que en la etapa anterior el terapeuta manejaba directamente la conversación, ahora dejará de ser el centro del dialogo haciendo que sean ellos los que entren en debate, estimulará a conversar entre ellos en torno a sus discrepancias. Esta nueva etapa capacita también para averiguar cuál es el problema. Pero la actitud del orientador no debe ser pasiva, si uno de ellos, por ejemplo, trata de seguir dirigiéndose a él, deberá reintegrarlo al dialogo familiar. Si es conveniente se les acercará físicamente o se cambiará su colocación para facilitar esta charla. Nunca se insistirá demasiado en lo importante que es que en esta etapa de interacción los miembros de la familia actúen entre sí, más que con el terapeuta. Por más que se empeñen en introducirlo en el dialogo, es preciso obligarles a hablar entre ellos. En vez de limitarse a presenciar una conversación sobre el problema, en esta etapa procurará traer la acción problema al seno de la reunión.

El orientador debe observar la organización de la familia. Los integrantes de una familia no pueden describirle al terapeuta sus secuencias y pautas de conducta porque las desconocen. Esta información sólo se obtendrá observando cómo se conducen entre sí; la conversación entre los miembros del grupo servirá para que el terapeuta repare en la clase de secuencia existente en esa familia. La estructura de la familia saldrá a la luz si el terapeuta conduce correctamente la etapa de interacción.


4.- Definición de metas

En este momento de la entrevista el terapeuta tiene la información suficiente para poder definir los cambios deseados, la meta u objetivo a conseguir. A esta altura de la entrevista es importante obtener del grupo una formulación suficientemente clara de los cambios que quieren alcanzar mediante la terapia. La formulación de la meta a conseguir debe ser clara y operativa. Su formulación debe ser negociada con la familia. Este objetivo forma parte del contrato terapéutico. Cuanto más claro sea, tanto más organizada será la terapia; por el contrario, si los problemas y los cambios deseados se formulan de manera confusa y oscura, sin procurar aclararlos, resultará más difícil lograr la participación familiar y disminuirán las posibilidades de éxito.

El problema a resolver por el terapeuta debe ser uno que la familia desea solucionar, pero planteado en forma tal que lo haga resoluble. La negociación debe incluir la manera de darle un carácter operativo. Una de las razones más importantes por la que debe especificarse claramente el problema es que así el terapeuta podrá saber si ha tenido éxito o no. Se presume que al terminar el tratamiento, y en una ulterior entrevista de seguimiento del caso, el terapeuta querrá saber bien definidamente si ha alcanzado o no sus objetivos terapéuticos.

Por lo común, el problema debe definirse con la mayor claridad posible, pero hay momentos en que este procedimiento puede no ser el mejor. En algunos casos lo mejor es quitarle claridad al problema, para manejarse con más alternativas. En algunos casos lo mejor será mantener la atención en la persona problema, utilizando esto como palanca para cambiar la situación. Por lo general, el terapeuta puede hallar el modo de centrar la terapia en el problema presentado, alcanzando al mismo tiempo otros objetivos que él considera importantes.

Otra situación especial se plantea cuando una familia presenta un problema y el terapeuta descubre que el tal problema no existe. En un caso así, hay veces en que no conviene confrontar a los padres con estos datos; presumiblemente, los padres no son tontos: saben que su hija no es el problema y tienen alguna otra razón para presentarse de esta manera, de modo que lo mejor es explorar tentativamente la situación y ver que hay detrás de ella. Hay situaciones en que un terapeuta no debe actuar como tal, sino limitarse a un papel de sabio consejero.


5.- Conclusión
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La primera entrevista debe concluir con la concertación de una nueva cita. Si conviene que a esa cita concurra otro convivente más, se aconsejará su asistencia y se discutirá la manera de hacerla concurrir.

El terapeuta puede proponer alguna directiva como "tarea para casa" o "deberes", que la familia cumplirá entre una sesión y otra. La tarea impuesta puede ser simple o compleja, aunque a esta altura de la terapia suele convenir más que sea sencilla.



5.2. La función de las directivas

El objetivo principal de la terapia es hacer que la gente se comporte de manera diferente, para que tenga así experiencias subjetivas diferentes. La finalidad de las directivas es provocar esos cambios. Se emplean para intensificar la relación entre clientes y terapeuta. De esta manera, si la familia debe hacer algo durante la semana, el terapeuta permanece ligado a sus vidas durante todo ese lapso, pues piensan qué pasará si no cumplen la tarea, si la cumplen a medias, etc… También se usan para obtener información. La manera en que reacciona la gente al recibir una directiva es esclarecedora con respecto a ellos mismos y a cómo responderán a los cambios deseados.

Una directiva es una tarea que se impone a la familia para la sesión o para realizar en el hogar en el período entre sesiones. Pueden darse de forma directa o implícita. Todo cuanto se haga en terapia puede ser visto como una directiva. Toda acción del terapeuta constituye un mensaje para que la otra persona haga algo; en este sentido está impartiendo una directiva. Una vez que el terapeuta advierta que diga lo que diga o calle lo que calle le está indicando a una persona que haga algo o deje de hacerlo, le será más fácil aceptar la idea de impartir directivas.

Básicamente hay dos tipos de directivas, dos formas de tareas. Puede decir a la gente que haga algo con el propósito de que lo cumpla, o por el contrario para que no lo cumpla, o sea con el objetivo de que cambie por la vía de la rebelión. La tarea puede consistir en que deje de hacer algo, tratando así modificar el comportamiento de una familia. Una directiva de cese de comportamiento debe ir acompañada e otros mensajes. Sin embargo el orientador puede pedirles que hagan algo diferente, tratando así de cambiar el comportamiento de una familia pidiéndole a sus miembros que adopten una conducta diferente a la usual, que prueben nuevos hábitos y que vivan nuevas experiencias. Las directivas pueden impartirse mediante formulas de consejo o imponiéndolas. Las directivas son instrumentos para cambiar la secuencia que tiene lugar dentro de la familia. La directiva propone formas de tratarse entre sí los miembros de una familia, introduciendo una acción que cambiará la secuencia que tiene lugar dentro de la familia.

Es importante que las tareas sean cumplidas, para ello es necesario motivar a la familia, convenciéndoles de su valor imprescindible para la resolución del problema. Motivar a alguien a hacer algo significa persuadirlo de que extraerá algún beneficio de esa acción. Cuando un terapeuta desea motivar a los miembros de una familia a que realicen una tarea, tiene que convencerlos de que por su intermedio alcanzarán los objetivos individuales, recíprocos y familiares que ellos desean.

Lo común es que el terapeuta las formule de forma directa, les diga a los integrantes de la familia que conoce y comparte su deseo de resolver el problema que los aqueja. Una vez convenido el objetivo, se ofrece la tarea como un medio de alcanzar el fin deseado a través de la terapia. Cuando hay discrepancias entre los miembros de una familia sobre los propósitos que persiguen, se hace a veces necesario hallar el modo de que la tarea le reporte alguna ganancia a cada uno de ellos.

A menudo puede utilizarse una forma indirecta como primer paso, adoptando luego una forma más directa. Consiste en hacer que los miembros de la familia hablen de sus dificultades, de sus fallidos intentos de solucionar el problema, de manera tal que estén prontos a escuchar a quien pueda sugerirles qué pueden hacer. De este modo, al acentuar la angustia que ellos sienten, el terapeuta la usa como una motivación, y hasta puede proyectar su situación hacia el futuro haciéndoles conversar sobre los desastres que les aguardan si no toman alguna medida, si no realizan las tareas.

Pero también puede encararse la cuestión de manera opuesta, si los integrantes de la familia están comentando cómo mejoraron las cosas, lo que ofrece el terapeuta aparece como una pequeña adición para ayudarles en su proceso de mejoría. Puede motivárseles a hacer una tarea en el hogar iniciándoles en la ejecución de pequeños trabajos durante la entrevista, pidiéndole que durante la semana haga lo mismo.

El terapeuta debe adecuar la tarea a las personas, a su manera de ser, para que tenga más probabilidades de ser cumplida. Nunca impartirá una tarea que sepa no va a ser cumplida, a no ser que esto sea lo que pretende.

Por lo general, al motivar a la familia el terapeuta deberá ejercer su autoridad de diversas formas, deberá valerse de su posición de experto conocedor de lo que hay que hacer, pues así tendrá más probabilidades de ser obedecido. "Voy a pedirles algo que les parecerá estúpido, pero igual quiero que lo hagan"; así se impide toda discusión: no pueden aducir que es una tarea tonta habiéndolo dicho ya el terapeuta.


5.3.- Cómo impartir directivas.

Deben impartirse instrucciones concretas, claras y con precisión (a menos que se quiera ser confuso por alguna razón particular). Más que sugerirlas, las directivas deben impartirse abiertamente y para ser cumplidas. Al terapeuta le conviene ser claro y preciso, diciendo exactamente lo que quiere que se haga. Observará sus reacciones, no temerá caer en repeticiones. Si no está seguro que alguien los haya comprendido, puede interrogar a esa persona sobre las instrucciones y hasta pedirle que las repita. Sin embargo hay situaciones en las que quizá no desee ser preciso y detallado, prefiriendo en cambio deslizar una idea de la conversación para que la familia piense "espontáneamente" en realizar ese tipo de tarea; también aquí la insinuación casual debe hacerse en términos precisos.

Así como ha de procurar que participen todos los miembros de una familia en la entrevista, el terapeuta debe hacer que todos intervengan en una tarea; puede excluir a alguien por razones especiales; pero nunca en forma accidental. La tarea debe estructurarse como cualquier otro trabajo: con alguien que la ejecute, alguien que lo ayude, alguien que supervise, alguien que planifique, alguien que compruebe su ejecución, etc. El propósito de involucrar a todos en la tarea es hacer hincapié en la unidad familiar total, salvo en casos especiales en que el terapeuta debe encomendar una tarea a una parte de la familia con abstención de los demás miembros. Así mismo, deberá poner cuidado en no perturbar la jerarquía interna de la familia haciendo intervenir a niños en tareas de adultos.

Las tareas deben ser revisadas. Esta revisión es otro medio de asegurarse de que han comprendido bien la tarea. Durante este repaso, el terapeuta debe prever las dificultades que pueden surgir. A veces, mientras se les imparte una tarea, los integrantes de una familia entran a pensar en cómo zafarse de ella.

Cuando se imparte una directiva, siempre debe solicitarse un informe sobre la misma en la siguiente entrevista. Se deberá comprobar si se ha cumplido total o parcialmente o si, por el contrario no se ha realizado. Revisar las tareas significa darles la importancia que tienen y, a la vez, obtener información significativa. En el caso de que las tareas hayan sido cumplidas, el orientador no tendrá reparos en felicitar a la familia potenciando que sigan realizando las sucesivas y potenciando su confianza en el orientador. En caso contrario habrá que averiguar por qué no la han terminado o no la han hecho. De la no-realización de las tareas también se obtiene mucha información. A continuación el terapeuta debe reprochárselo con firmeza. Si el terapeuta les perdona con ligereza, les estará diciendo que sus directivas, y él mismo, carecen de importancia, tornando así menos probable que cumplan la próxima tarea que se les imponga. Si no tienen ninguna excusa válida, el terapeuta no debe mostrase clemente, debe censurarles por haber perdido una extraordinaria oportunidad de mejora. Si les responden que no creían que la tarea les sirviera de nada, puede argüir que nunca lo sabrán, pues no la hicieron. Lo importante es predisponer la situación de manera que la próxima vez que les imponga una tarea la cumplirán. Un terapeuta no suele perdonar fácilmente a quienes no han hecho lo que él les pidió. A veces es mejor ser duro con los incumplidores y luego, en un momento posterior de la entrevista, hallar la forma de excusarlos, pero jamás debe tratarse con ligereza el incumplimiento o cumplimiento parcial de una directiva.

El terapeuta puede impartir tareas metafóricas, usando analogías. A veces la gente estará más dispuesta a cumplir una directiva si no tiene conciencia de haberla recibido. Un modo de impartir este tipo de directivas consiste en expresarse con metáforas. La metáfora es una formulación acerca de una cosa que se parece a otra; es la relación de analogía entre una cosa y otra. Frecuentemente, cuando un terapeuta quiere que los miembros de una familia se comporten de un modo determinado hace que se conduzca de otro modo, de tal manera que, sin ser el mismo, se asemeje; entonces se portarán "espontáneamente" como él quiere. No olvidemos que las metáforas no se expresan sólo con palabras, también hay acciones metafóricas. Si el terapeuta elige cómo meta cambiar alguna actividad familiar, el segundo paso será escoger una actividad parecida a la que quiere modificar, pero que les resulte más fácil a los miembros de la familia, conversando sobre ella para informarse e influir en sus opiniones. Finalmente les asigna una tarea dentro de esta actividad, pero que permita alcanzar los resultados deseados tanto en ella como en la que se quiere cambiar.

Hay tareas que pueden parecerles paradójicas o contradictorias a los clientes porque, habiéndoles dicho que desea ayudarles a cambiar, al mismo tiempo les está pidiendo que no cambien. Hasta cierto punto, todas las familias que se hallan en una situación estable son reacias al cambio, pero si se encuentran en un estado crítico e inestable suelen seguir dócilmente las directivas, porque están tratando de estabilizarse. Por lo común, una familia se ha estabilizado en torno al hecho de que uno de sus miembros constituye el problema. Al tender a modificar la situación de la persona problema es terapeuta también tiende a desestabilizar a la familia, por lo que encontrará resistencia.

El enfoque paradójico presenta siempre dos mensajes, transmitidos a niveles diferentes: "Cambien", y, dentro del marco del mensaje, "no cambien". El uso de este enfoque requiere habilidad. Los peligros implícitos en este enfoque emergen cuando todas estas cosas no se transmiten simultáneamente, pues los clientes pueden creerse desahuciados, insultados o ignorados. Cuando el enfoque tiene éxito, los miembros de la familia logran los objetivos de la terapia, que es demostrarle al terapeuta que son tan normales como el que más. Si desea asegurar la continuidad del cambio puede advertirles que quizá sea temporario y sufran una recaída, con lo cual se empeñarán en continuarlo para demostrarle que no es algo transitorio. Al hablar de transitoriedad del cambio le cierra el paso a una recaída. A veces las directivas pueden involucrar sólo a una parte de la familia. A la gente no le gusta disputar o amargarse la vida porque alguien se lo ordene. El terapeuta debe ser capaz de mirar los problemas desde una perspectiva juguetona o deportiva, aunque comprenda que está abordando problemas terribles y angustias verdaderas. Debe tolerar la reacción emotiva de la familia hacia él, ya que este enfoque impulsa a sus miembros a tratarlo como jamás trataron a quienes los ayudaron. En este enfoque, el diseño de las directivas es relativamente simple. Se observa cómo se tratan unos a otros los integrantes de la familia y se les dice que se comporten así. La manera de impartir la directiva,, hacerla parecer razonable, reaccionar ante el cambio y mantener el enfoque requieren más inventiva que el diseño de la tarea.

A la hora de impartir directivas paradójicas, el orientador debe tener en cuenta las siguientes etapas:

1ª Como en toda terapia directiva, antes que nada hay que establecer una relación que se define como tendente a provocar un cambio.

2ª Definir claramente el problema

3ª Fijar los objetivos paradójicos con claridad

4ª Ofrecer un plan. Conviene dar una explicación lógica que haga razonable una directiva paradójica.

5ª Descalificar diplomáticamente a quien es tenido por "autoridad en la materia"; por lo general alguien ya está tratando de ayudar a la persona a resolver su problema, y debe explicarse que ese individuo no está haciendo lo correcto.

6ª Impartir la directiva paradójica

7ª Observar la reacción y seguir alentando el comportamiento usual.

8ª A medida que continúa el cambio, el terapeuta deberá evitar que se le acredite como un logro de él, dado que ello significaría aceptar que las recaídas están en relación con el terapeuta.

Debemos subrayar que la maniobra paradójica debe ser empleada dentro del contexto familiar.


Diseño de tareas.

Sea cual fuere la tarea, debe ser diseñada con un objetivo claro a conseguir. Siempre ha de ser lo suficientemente simple como para que la familia pueda cumplirla, amenos que haya una razón especial para desear que fracase. Otras veces, más que su realización, puede que importe más su negociación con el terapeuta, o entre los miembros de la familia. En ocasiones será conveniente invitarles a que sean ellos los que se impongan las tareas a realizar. Una tarea puede ser simple si se imparte en una etapa en que el objetivo principal es intensificar la relación con el terapeuta. Cuando se busca ante todo un cambio en la organización, la tarea a asignar exige mayor elaboración. La mejor será aquella que se valga del problema presentado para producir un cambio estructural en la familia. Las etapas en el diseño de una tarea consisten en reflexionar sobre el problema presentado en función de la secuencia que tiene lugar en la familia y hallar una directiva que cambie a ambos. Se deberá evitar toda interpretación en torno a las causas de sus fracasos o cuál podría ser la "verdadera" razón oculta tras el problema. Con aquellas familias en las que el enfoque directo es ineficaz, el terapeuta recurrirá a un plan alternativo que motive a sus integrantes hacia el objetivo. El terapeuta debe tener un caudal de alternativas para que sea eficaz en sus intervenciones y sus directivas den resultado positivo.

En todos los casos cuando las directivas son realizadas están cambiando la secuencia de hechos que tienen lugar en la familia y por tanto su estructura; aclaran las funciones de cada miembro dentro del entramado familiar.


5.4.- La Orientación Familiar en Etapas.

La Primera obligación del terapeuta es cambiar el problema presentado que le formulen. El objetivo no es aleccionar a la familia sobre su funcionamiento defectuoso sino cambiar sus secuencias a fin de resolver los problemas presentados.

El enfoque adoptado y las etapas dependerán de cada familia, sus miembros, sus relaciones, sus dificultades, sus características, sus problemas, etc.; cada familia requiere su tratamiento.

Cuando el terapeuta ha conducido correctamente la primera entrevista averiguando así la secuencia de hechos correspondientes al problema familiar, su segundo paso es buscar la estrategia más adecuada para generar el cambio, y los pasos o etapas a seguir, con esta familia en particular. El proceso que va del punto de partida al punto final no puede recorrerse de un salto, hay una serie de etapas, que estarán determinadas por el enfoque adoptado.

Si se opta por utilizar a la persona periférica habrá una etapa de coalición entre el terapeuta, la persona periférica y el niño, luego una de involucración entre terapeuta y adultos, y finalmente una tercera en la cual el terapeuta se desenganchará de los adultos. Si el enfoque abarca al niño y a la persona sobreinvolucrada con él hay una etapa de involucración intensa entre terapeuta, adulto y niño y luego aquel se desengancha de estos. Si el terapeuta penetra en la familia a través de los cónyuges, el primer foco de atención es el niño, luego el matrimonio y por último el terapeuta se separa de la pareja.

En esta clase de tratamientos familiares hay ciertas reglas que aumentan la eficacia del terapeuta. No puede oponer o confrontar a sus integrantes con su error, sino que "aceptará" lo que hacen, generando el cambio dentro de ese marco. No debe hacer interpretaciones para ayudarles a comprender cómo se comportan y por qué; las usara tácitamente para motivar a los miembros de la familia a hacer lo debido. No exp1orará el pasado de sus clientes, sino que atenderá a la situación y organizará a la familia para que cambie su conducta actual, con el fin de que sea mantenida en el futuro. No buscará una involucración prolongada sino más bien una intervención breve e intensa y un rápido desenganche.



6.- ORIENTACION DEL MATRIMONIO

6.1.- Guías para el proceso terapéutico

El matrimonio con hijos ha de verse, no como pareja, sino en función de los que con ellos conviven y se relacionan. La pareja es un sistema de interacción, una entidad gobernada por reglas o un sistema condicionante donde los actos de un cónyuge tenderán a equilibrar mutuamente sus pareceres. Uno dirá que la cuestión es grave, mientras que el otro dirá que no lo es, para compensar. La observación de cómo un niño problema estabiliza una pareja conyugal, demuestra que la unidad básica en la terapia familiar debe estar constituida por los progenitores y el hijo. El terapeuta es también un tercero que interviene en la estabilización de esa diada. La tarea será cómo solucionar el problema sin desequilibrar a la pareja.

El primer concepto que debemos aceptar es que un "problema" marital no sólo es exclusivo de cada pareja, sino que varia de acuerdo con el modo en que esa pareja ha acudido al terapeuta. Las cuatro maneras principales en que las parejas llegan a presentar un problema son: a través de un síntoma individual, a través de un niño, por una crisis familiar o mediante el pedido de un asesoramiento matrimonial. Cada situación demanda un enfoque terapéutico diferente.

· Los síntomas como problemas presentados. Cuando un terapeuta trata con eficacia los síntomas de un cliente casado, se ve envuelto necesariamente en cuestiones matrimoniales. El verdadero problema o es de orden marital, o tratar el síntoma individual después de que se haya producido una mejoría marital. Siempre que un individuo casado presenta un síntoma grave, este desempeña una función en su matrimonio y su cura acarreará consecuencias en él, enfrentará un tipo de relación diferente. Tratar a un solo individuo por sus síntomas es como suponer que un palo tiene un solo extremo.

· El niño como problema presentado. Algunos matrimonios parecen capaces de librar encarnizadas batallas sin involucrar a sus hijos, en tanto que otros centran en ellos su desavenencia conyugal.


· La crisis familiar como problema presentado. En estos casos el enfoque de las cuestiones maritales demanda más acción que reflexión, de modo que a menudo el terapeuta debe asumir la responsabilidad y tomar decisiones en nombre de personas cuyo estado de ánimo no les permite hacerlo. Algunas crisis familiares suceden sólo una vez, pero ciertos matrimonios las tienen regularmente como parte de un ciclo; el terapeuta deberá ayudar a cambiar ese ciclo o a separarse sin consecuencias desafortunadas. En los momentos de crisis (inestabilidad) es cuando más puede hacerse por una pareja y cuando más se le pide al terapeuta.

· El matrimonio como problema presentado. Si los entrevista en forma conjunta, advertirá que entre ellos hay pautas de acción que dan una imagen del matrimonio muy distinta de la descrita por cada cónyuge. Por lo general, una pareja presenta un problema marital en un intento de permanecer unida. A veces la sesión individual es también el único medio de obtener cierta clase de información (aventuras extrafamiliares, deseos de separación,...).

En la mayoría de los problemas maritales subyace una actitud protectora que hace que el problema continúe. El examen de un problema marital presentado pone en evidencia que la pareja sigue reglas habituales de conducta y que el problema radica en ellas. Sean cuales fueren las reglas de una pareja, el terapeuta formará parte de ellas. La influencia terapéutica se hace sentir en la forma en que el terapeuta cambia esa regla tal como se aplica en relación con él, y no comentándosela objetivamente a la pareja. No sólo hay reglas sobre cómo comportarse mutuamente, cómo relacionarse con extraños, etc.; también hay reglas sobre cómo negociar reglas y quién ha de instituirlas. El terapeuta marital puede pasar buena parte de su tiempo negociando pacientemente acuerdos sobre cuestiones específicas.

Las dificultades familiares pueden interponerse, entre otras maneras, en términos de flexibilidad. Cuando las reglas de un matrimonio son demasiado rígidas, los cónyuges sufren tensión porque no pueden adaptarse a los cambios. Una de las funciones de la terapia marital es ampliar las posibilidades de ambos cónyuges para que tengan un campo de comportamiento más ancho.

Un comentario del terapeuta no es una simple acotación sino, también, una coalición con un cónyuge respecto del otro o con la unidad conyugal contra otro grupo mayor.

Algunas parejas desean vivir separadas mientras "tratan" su matrimonio, lo mejor es forzar las cosas pidiéndoles que vivan juntos si han de seguir una terapia de pareja.

El terapeuta debe tener unos objetivos específicos claros. Si al intervenir advierte carencia de filosofía de la vida y del matrimonio, no debe evitar dar consejos, ya que el pensamiento del terapeuta será comunicado de alguna manera. El terapeuta mientras lucha contra las dificultades maritales, salen a relucir sus propias ideas sobre la vida, el matrimonio, etc.

Si decimos que una terapia tiene éxito cuando resuelve problemas específicos acrecentando la variedad y multiplicidad en la vida del individuo, la terapia marital es la que brinda al terapeuta mayores oportunidades de alcanzar ese objetivo en su vida privada.


6.1.- Guías para el proceso terapéutico

Son muchos los factores que determinan la manera en que el terapeuta enfocará un problema marital. La acción a emprender dependerá de la naturaleza única de esa situación en particular, aunque pueden aplicarse algunas reglas generales.

No debe restarse importancia a los problemas. La pareja sentiría que el terapeuta no comprende la gravedad de su situación. Un problema pequeño puede ser una analogía de otro mayor.

Deben evitarse las abstracciones. Ha de pedirle a la pareja que se concentre en conductas específicas. El terapeuta necesita buscar un comportamiento específico para poder idear una directiva que conduzca al cambio.

Deben evitarse las coaliciones persistentes. El arte del proceso terapéutico consiste en evitar la coalición permanente. La coalición con un cónyuge contra otro debe formarse de un modo calculado y con un propósito específico. El dilema del terapeuta es cómo evitar la intromisión de sus propios prejuicios en los cambios buscados por la pareja. En ciertas situaciones el terapeuta puede querer desequilibrar un matrimonio para producir un cambio (hay matrimonios estables pero desdichados) y la manera eficaz de lograrlo es unirse a cualquiera de los cónyuges contra el otro.

Deben evitarse debates abstractos sobre la vida. Cuando surjan cuestiones filosóficas se llevará a la pareja hacia temas más concretos. La misión de la terapia no es que los cónyuges persuadan al terapeuta de que cambie su ideología ni que éste enseñe a aquellos lo que es la vida; consiste, mas bien, en hacer que dos personas se traten mutuamente de un modo más fecundo y en función de que principios.

Es una buena idea evitar hablar del pasado. Las personas casadas son expertas en debatir asuntos del pasado. Por más que nos interese saber cómo han arribado a la situación presente, debemos abstenernos de investigarlo. Por supuesto, hay ocasiones en que es correcto utilizar el pasado para motivar a una pareja en su situación actual. También puede recurrirse nuevamente a viejas formas de resolver problemas. No obstante, cuando hay cosas imperdonables en el pasado el terapeuta no debe explorarlo, sino que buscará alguna acción presente que permita perdonar para que la pareja pueda entrar en un período mejor. Aunque cierta exploración del pasado puede ser necesaria al entrevistar por primera vez a un matrimonio, el término de esa sesión el terapeuta deberá haberse desplazado al contexto presente (empezar de nuevo, nuevo acuerdo, nueva oportunidad).

No debe creerse que los problemas son idénticos entre sí. Por ejemplo, las causas por las cuales dos esposos no salen juntos y las medidas a tomar al respecto difieren de las de cualquier otro matrimonio porque su ecología es distinta.

El terapeuta joven no debe tratar de parecer más sabio de lo que es. En vez de ello, procurará actuar desde una posición aceptable para la pareja mayor, diciéndole, por ejemplo: "Obviamente, ustedes saben más que yo sobre la vida conyugal, puesto que llevan muchos años de casados, y por cierto saben más que yo sobre su propio matrimonio; pero viendo las cosas desde afuera puedo ofrecerles una opinión objetiva sobre algunos de sus problemas".

No debe dejarse objetivos sin formular. El terapeuta sin meta corre el riesgo de perder el rumbo.

No se obligará a la pareja a formular explícitamente lo que desea el uno del otro. Es una forma anormal de comunicación.

Deberá evitarse que cristalicen las luchas por el poder. Interpretar el problema marital como una lucha por el control puede servir para una investigación, pero no es la mejor perspectiva para fines clínicos. En vez de pensar en una lucha por el poder, deberíamos buscar el modo de aclarar las dificultades. Subrayando el elemento "poder" puede reducirse todo a la disyuntiva de que triunfe uno u otro cónyuge, bloqueando otras alternativas.

La pluralidad de terapeutas puede dificultar el cambio. Por lo general, la coterapia se establece en beneficio de los terapeutas inseguros y no del caso en sí. Habrá interferencias de los otros terapeutas, psicólogos o psiquiatras. Es mejor no combinar dos terapias y sugerir que mientras dure la marital, la pareja se someta solamente a ella; esto deberá hacerse aún a riesgo de contrariar al terapeuta que lo remitió y que quiere retener a su paciente.

No se permitirá adoptar posiciones irreversibles. La terapia no debe permitir la libre expresión de la pareja, sino sólo aquella que logre un propósito. El objetivo debe ser dejar lugar para el cambio, la negociación y las alternativas flexibles en la vida de la pareja.




7.- EL DESCUBRIMIENTO DEL SENTIDO DE LA VIDA

7.1.- El Sentido del amor como tarea.

Según la visión de las diferentes corrientes de pensamiento el comportamiento del ser humano está en función de una fuente motivante distinta. Aquí partimos de que la primera fuerza de motivación del ser humano es la lucha por encontrarle sentido a la propia vida, es la voluntad de sentido (V. Krank) en contraste con la voluntad de placer (Freud) y la voluntad de poder (Adler). Pero no se trata del convencimiento filosófico y racional de que merece la pena darle un sentido a la vida, sino más bien del convencimiento de que descubrir o encontrarle un sentido determinado a la vida merece la pena, ya que es una necesidad básica para hacer esa existencia lo más significativa posible. No es inventarse un sentido, sino descubrirlo. La libertad humana no decido qué sentido tiene la vida, sino que está en su mano aceptar o rechazar el sentido descubierto.

Hablar del sentido de la vida a los clientes no significa perderse en disquisiciones abstractas, teóricas o filosóficas, sino de ponerle de cara a su futuro, fijando la mirada en los cometidos que está llamado a realizar. Una vez que se haya enfrentado con el sentido de su propia existencia y sus cometidos, la labor será facilitar la orientación de su comportamiento en función de tal sentido. El cliente no se comportará por una obligación externa, sino por mor de una causa, un ideal, una persona; en definitiva, por ese sentido con el que se identifica; de esta manera tiene un faro que ilumina su camino, que le servirá de orientación y guía.

Hay que diferenciar dos conceptos que a nivel práctico tienen una gran repercusión en el tipo de orientación a realizar. Por una parte, cada vez es más común un sentimiento de frustración existencial. Es decir, el cliente posee una aspiración humana por una existencia significativa, pero no es capaz de seguirla o ponerla en práctica; o no encuentra la forma y tiene dificultades. Tiene el faro del ideal que ilumina, pero le falta el timón de la voluntad para enderezar su comportamiento hacia lo desea.

Por otra parte nos encontramos con ese sentimiento tan extendido en nuestra sociedad de vacío existencial. Nos referimos a ese estado de tedio que asola a tantas personas conscientes de la falta de contenido de sus vidas. Lo único que buscan es la satisfacción inmediata sin saber ni por qué ni para qué. El barco de su vida, sin faro ni timón, va a la deriva, sin saberlo, consumiendo sus días a ciegas, compensando su carencia de felicidad con los sucedáneos de la voluntad de placer o la voluntad de poder.

Nuestra labor orientadora no es ser "docentes" ni "predicadores" sobre el sentido filosófico de la vida en general, sino ser ayuda, ser facilitadores para encontrar el significado concreto de cada individuo en un momento dado. No buscamos el sentido abstracto de la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto. El orientador facilitará al cliente para hacerle plenamente consciente de sus propias responsabilidades, para decidir por sí mismo por qué, para qué, ante qué o ante quién se considera responsable. El orientador ampliará y ensanchará el campo visual del paciente de forma que sea consciente y visible para él todo el espectro de las significaciones y principios.

En la medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida en esa medida se autorrealiza.


7.1.- El sentido del amor como tarea.

El amor nace de una enamoramiento, de un sentimiento de atracción, es algo que surge en un momento determinado con esa persona concreta. Pero esta es sólo una parte del amor que tiene más que ver con los sentimientos que con la razón. Si queremos que ese sentimiento de amor perdure hace falta la voluntad decidida de querer mantenerlo. El sentido de ese amor se convierte en una tarea. El enamoramiento inicial empuja a plantearse si merece la pena construir un proyecto de pareja y de familia con esa persona., pero ponerlo en práctica exige dosis de generosidad, entrega, olvido de sí mismo, alegría y renuncias. Sin perder la frescura del sentimiento, la emoción y la pasión, ese amor se irá haciendo más racional, con más conocimiento., para mantenerse enamorados. Es el amor como tarea, hecho y trabajado cada día por medio de los acontecimientos insignificantes y de las cosas más pequeñas. El trato con alguien es siempre conocimiento afectivo e intelectual.

Para que no se desmorone el amor hay que cuidarlo día a día, buscando el bien del otro, ser feliz haciendo feliz a la otra persona. Esto supone poner en juego facultades humanas como la voluntad, la inteligencia y el esfuerzo. La inteligencia nos permite conocer la realidad , los posibles problemas, las soluciones, las estructura familiar; en definitiva, nos permite conoce como es ese amor y cómo se está viviendo. Y la voluntad, a la luz de la inteligencia, del conocimiento, hace posible mejorar la convivencia conyugal.

El amor como tarea exige no descuidar aspectos esenciales del amor. Querer realizar un proyecto común de pareja requiere compartir sentimientos, ideas y creencias. Por otra parte exige comprometerse por encima de todo para la realización de ese proyecto, sin perder la propia personalidad pero abierto a cambiar lo que sea necesario. Comprometerse significa fidelidad que es una actitud coherente, una forma de ser ante la pareja, tejida a través de pequeños detalles, con generosidad .

El amor como tarea es un amor inteligente, tiene sentimientos, pasión y emoción, que sometidos a la criba racional los hace más libres e independientes, y capaces de construir un proyecto que de sentido a la vida.


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