SÍNODO DE
LOS OBISPOS
XIII
ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA
NUEVA EVANGELIZACIÓN
PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA
PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA
LINEAMENTA
ÍNDICE
1. La urgencia de una nueva evangelización
2. El deber de evangelizar
3. Evangelización y discernimiento
4. Evangelizar en el mundo de hoy, a partir de sus desafíos
2. El deber de evangelizar
3. Evangelización y discernimiento
4. Evangelizar en el mundo de hoy, a partir de sus desafíos
Preguntas
Tiempo de “nueva evangelización”
5. “Nueva evangelización”. El significado
de una definición
6. Los escenarios de la nueva evangelización
7. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios
8. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad
9. Nuevos modos de ser Iglesia
10. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización
6. Los escenarios de la nueva evangelización
7. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios
8. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad
9. Nuevos modos de ser Iglesia
10. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización
Preguntas
Proclamar el Evangelio de Jesucristo.
11. El encuentro y la comunión con Cristo,
finalidad de la transmisión de la fe
12. La Iglesia transmite la fe que ella misma vive
13. La Palabra de Dios y la transmisión de la fe
14. La pedagogía de la fe
15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión
16. Dar razón: el estilo de la proclamación
17. Los frutos de la transmisión de la fe
12. La Iglesia transmite la fe que ella misma vive
13. La Palabra de Dios y la transmisión de la fe
14. La pedagogía de la fe
15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión
16. Dar razón: el estilo de la proclamación
17. Los frutos de la transmisión de la fe
Preguntas
Iniciar a la experiencia cristiana
18. La iniciación cristiana, proceso
evangelizador
19. El primer anuncio como exigencia de formas nuevas del discurso sobre Dios
20. Iniciar a la fe, educar en la verdad
21. El objetivo de una “ecología de la persona humana”
22. Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
19. El primer anuncio como exigencia de formas nuevas del discurso sobre Dios
20. Iniciar a la fe, educar en la verdad
21. El objetivo de una “ecología de la persona humana”
22. Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
Preguntas
23. El fundamento de la “nueva
evangelización” en María y en Pentecostés
24. La “nueva evangelización”, visión para la Iglesia de hoy y de mañana
25. La alegría de la evangelización
24. La “nueva evangelización”, visión para la Iglesia de hoy y de mañana
25. La alegría de la evangelización
«Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20). Con
estas palabras, Jesucristo, antes de subir al cielo y sentarse a la derecha de
Dios Padre (cf. Ef 1, 20), envió a sus discípulos a
proclamar la Buena Noticia al mundo entero. Ellos representaban un pequeño
grupo de testigos de Jesús de Nazaret, de su vida terrena, de su enseñanza, de
su muerte y sobre todo de su resurrección (cf. Hch 1, 22). La
tarea era inmensa, más allá de sus posibilidades. Para darles coraje el Señor
Jesús promete la venida del Paráclito, que el Padre enviará en su nombre (cf.
Jn 14, 26) y que los «guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,
13). Además, asegura su presencia constante: «Y he aquí que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Después del acontecimiento de Pentecostés,
cuando el fuego del amor de Dios se posó sobre los apóstoles (cf. Hch 2, 3) unidos en
oración «en compañía de algunas mujeres, y de María la madre de Jesús» (Hch
1, 14), el mandato del Señor Jesús comenzó a realizarse. El Espíritu
Santo, que Jesucristo da en abundancia (cf. Jn 3, 34), está
en el origen de la Iglesia, que es por naturaleza misionera. En efecto, apenas
recibida la unción del Espíritu, san Pedro Apóstol «presentándose ...
levantó su voz» (Hch 2, 14) proclamando la salvación en nombre de
Jesús, «que Dios ha constituido Señor y Cristo» (Hch 2, 36). Transformados
por el don del Espíritu, los discípulos se dispersaron por el mundo entonces
conocido y difundieron el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,
1). Su anuncio ha llegado a las regiones de la cuenca Mediterránea, de
Europa, de África y de Asia. Guiados por el Espíritu, don del Padre y del Hijo,
sus sucesores han continuado dicha misión, que conserva su actualidad hasta el
fin de los siglos. Mientras la Iglesia exista debe anunciar el Evangelio de la
venida del Reino de Dios, la enseñanza de su Maestro y Señor y, sobre todo, la
persona de Jesucristo.
La expresión «el Evangelio», τò εύ αγγέλιον, era usada ya en la
época del nacimiento de la Iglesia. La emplea a menudo san Pablo para indicar
la predicación del Evangelio, que Dios le ha confiado (cf. 1 Ts 2,
4) «entre frecuentes luchas» (1 Ts 2, 2), y toda la nueva
economía de la salvación (cf. 1 Ts 1, 5 ss; Gal 1, 6-9 ss).
Además de Marco (cf. Mc 1, 14.15; 8, 35; 10, 29; 13, 10; 14, 9; 16,
15), el término Evangelio es usado también por el evangelista Mateo,
asiduamente en la combinación específica «el Evangelio del Reino» (Mt 9,
35; 24, 14; cf. 26, 13). San Pablo utiliza también el término
evangelizar (εύ αγγελίσασθαι, cf. 2 Co 10, 16), que se
encuentra en los Hechos de los Apóstoles (cf. en particular Hch 8,
4. 12. 25. 35. 40), y cuyo uso ha tenido un notable desarrollo en la
historia de la Iglesia.
En tiempos recientes con el término
evangelización se indica la actividad eclesial en su totalidad. La Exhortación
Apostólica Evangelii nuntiandi, publicada el 8 de
diciembre de 1975, comprende dentro de tal categoría la predicación, la
catequesis, la liturgia, la vida sacramental, la piedad popular, el testimonio
de vida de los cristianos (cf. EN 17, 21, 48 ss). En dicha
Exhortación el Siervo de Dios, el Papa Pablo VI, ha recogido los resultados de
la Tercera Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada del
27 de septiembre al 26 de octubre de 1974 sobre el tema La evangelización
en el mundo moderno. El Documento ha dato un notable dinamismo a la acción
evangelizadora de la Iglesia en las décadas sucesivas, que ha sido acompañado
por una auténtica promoción humana (cf. EN 29, 38, 70).
En el amplio contexto de la
evangelización, una atención particular es reservada al anuncio de la Buena
Noticia a las personas y a los pueblos que todavía no conocen el Evangelio de
Jesucristo. A ellos se dirige la missio ad gentes. Ésta ha caracterizado la actividad constante
de la Iglesia, aunque haya habido momentos privilegiados en algunos períodos
históricos. Basta pensar en la epopeya misionera del continente americano, o
luego, en las misiones en África, Asia y Oceanía. Con el Decreto Ad gentes, el Concilio Vaticano II ha
subrayado la naturaleza misionera de toda la Iglesia. Según el mandato de su
fundador Jesucristo, los cristianos no solo deben sostener, con la oración y el
apoyo material, a los misioneros, o sea a las personas dedicadas al anuncio a
los no cristianos, sino también están llamados ellos mismos a contribuir a la
difusión del Reino de Dios en el mundo, según los modos y la vocación propios.
Esta responsabilidad se hace particularmente urgente en la actual fase de globalización
en la cual, por diversas razones, no pocas personas que no conocen a Jesucristo
emigran hacia los Países de antigua tradición cristiana y, por lo tanto, entran
en contacto con los cristianos, testigos del Señor resucitado, presente en su
Iglesia, en modo especial en su Palabra y en los sacramentos.
En el curso de sus 45 años, el Sínodo de
los Obispos ha tratado el tema de la missio ad gentes en varias Asambleas. Por una parte, ha tenido
presente la naturaleza misionera de toda la Iglesia y, por otra parte, las
indicaciones del Concilio Ecuménico Vaticano II que, en el Decreto conciliar
Ad gentes, ha confirmado el interés
misionero como importante finalidad de la misma actividad del Sínodo de los
Obispos: «Perteneciendo, ante todo, al cuerpo de los Obispos la
preocupación de anunciar el Evangelio en todo el mundo, el sínodo de los
Obispos, o sea “el Consejo estable de Obispos para la Iglesia universal”, entre
los negocios de importancia general, considere especialmente la actividad
misional deber supremo y santísimo de la Iglesia» (AG 29).
En las últimas décadas se ha hablado
también de la urgencia de la nueva evangelización. Teniendo presente que la evangelización
constituye el horizonte ordinario de la actividad de la Iglesia y del anuncio
del Evangelio ad gentes –que exige la formación de comunidades locales,
las Iglesias particulares, en los Países misioneros de la primera
evangelización– la nueva evangelización es más bien dirigida a aquellos que se
han alejado de la Iglesia en los Países de antigua cristiandad. Este fenómeno,
lamentablemente, existe con diversos matices también en los Países donde la
Buena Noticia ha sido anunciada en los últimos siglos, pero todavía no ha sido
suficientemente acogida hasta transformar la vida personal, familiar y social
de los cristianos. Así lo han puesto de relieve las Asambleas Especiales del
Sínodo de los Obispos, de carácter continental, celebradas como preparación al
Año Jubilar del 2000. Se trata de un gran desafío para la Iglesia universal.
Por esta razón, Su Santidad Benedicto XVI, después de haber sentido el parecer
de sus hermanos en el episcopado, ha decidido convocar la XIII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización
para la transmisión de la fe cristiana, que tendrá lugar desde el 7 hasta el
28 de octubre de 2012. Retomando la reflexión desarrollada hasta el presente
sobre el tema, la Asamblea sinodal tendrá como finalidad examinar la situación
actual en las Iglesias particulares, para implementar, en comunión con el Santo
Padre Benedicto XVI, Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia, nuevos
modos y expresiones de la Buena Noticia que ha de ser trasmitida al hombre
contemporáneo con renovado entusiasmo, como lo hacen los santos, testigos gozosos
del Señor Jesucristo, «Aquel que era, que es y que va a venir» (Ap 4, 8).
Se trata de un desafío para extraer, como el escriba que se ha hecho
discípulo del Reino de los cielos, cosas nuevas y cosas viejas del precioso
tesoro de la Tradición (cf. Mt 13, 52).
Los Lineamenta que ahora presentamos, redactados con la ayuda del
Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos,
representan una etapa importante en la preparación de la Asamblea sinodal. Al
final de cada capítulo se encuentran algunas preguntas que tienen como
finalidad facilitar la discusión a nivel de la Iglesia universal. En efecto,
los Lineamenta se envían a los Sínodos de los Obispos de las Iglesias
Orientales Católicas sui iuris, a las Conferencias Episcopales, a los
Dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de los Superiores Generales,
organismos con los cuales la Secretaría General del Sínodo de los Obispos
mantiene relaciones oficiales. Tales órganos eclesiales procuran favorecer la
reflexión del mencionado documento en las respectivas estructuras: diócesis,
zonas pastorales, parroquias, congregaciones, asociaciones, movimientos, etc.
Las respuestas de dichos organismos deberían ser resumidas por los responsables
de las Conferencias Episcopales, de los Sínodos de los Obispos, así como
también de los otros organismos enumerados, y luego deberían ser enviadas a la
Secretaría General del Sínodo de los Obispos antes del 1º de noviembre de 2011,
solemnidad de Todos los Santos. Con la ayuda del Consejo Ordinario, las respuestas
serán atentamente analizadas e integradas en el Instrumentum laboris, documento
de trabajo de la próxima Asamblea sinodal.
Mientras se agradece anticipadamente por
la eficaz colaboración, que representa un valioso intercambio de dones, de
preocupaciones y de atenciones pastorales, confiamos el proceso de la XIII
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos a la maternal protección
de la Beata Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización. Su intercesión
obtenga para la Iglesia la gracia de renovarse en el Espíritu Santo de modo que
en nuestro tiempo pueda poner en práctica, con renovado entusiasmo, el
mandamiento del Señor resucitado: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la
creación» (Mc 16, 15).
Vaticano, 2 de febrero de 2011, Fiesta de
la Presentación del Señor.
Nikola
Eterović
Arzobispo titular de Cibale
Secretario General
Arzobispo titular de Cibale
Secretario General
«Fui hallado de quienes no me buscaban;
me manifesté a quienes no preguntaban por mí» (Rm 10, 20)
1. La urgencia de una nueva
evangelización
Al concluir la celebración de la Asamblea
Especial del Sínodo de los Obispos para Medio Oriente, el Papa Benedicto XVI ha puesto claramente el tema de la nueva
evangelización en el primer puesto en la agenda de nuestra Iglesia. «Se
ha evocado muchas veces la urgente necesidad de una nueva evangelización
también para Oriente Medio. Se trata de un tema muy extendido, sobre todo en
los países de antigua cristianización. También la reciente creación del Consejo
pontificio para la promoción de la nueva evangelización responde a esta
profunda exigencia. Por eso, después de haber consultado al Episcopado de todo
el mundo y después de haber escuchado al Consejo ordinario de la Secretaría
General del Sínodo de los obispos, he decidido dedicar la próxima Asamblea General
Ordinaria, en 2012, al siguiente tema: Nova evangelizatio ad christianam
fidem tradendam, La nueva
evangelización para la transmisión de la fe cristiana».[1]
Como él mismo lo recuerda, la decisión de
dedicar esta Asamblea al tema de la nueva evangelización ha de leerse en el
contexto de un plan unitario, que tiene como sus recientes etapas la creación
de un dicasterio ad hoc[2]
y la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini;[3]
un plan que está fundado en el empeño de una renovada acción evangelizadora,
que ha animado el magisterio y el ministerio apostólico del Papa Pablo VI y del
Papa Juan Pablo II. Desde el Concilio Vaticano II hasta el presente, la nueva
evangelización ha sido siempre presentada, cada vez con más claridad, como el
instrumento gracias al cual es posible enfrentar a los desafíos de un mundo en
acelerada transformación, y como el camino para vivir el don de ser congregados
por el Espíritu Santo para realizar la experiencia del Dios, que es para
nosotros Padre, dando testimonio y proclamando a todos la Buena Noticia –el
Evangelio– de Jesucristo.
2. El deber de evangelizar
La Iglesia, que anuncia y transmite la fe,
imita el modo de actuar del mismo Dios, el cual se manifiesta a la humanidad
ofreciendo el Hijo, vive en la comunión trinitaria, infunde el Espíritu Santo
para comunicarse con la humanidad. Para que la evangelización sea eco de esta
comunicación divina, la Iglesia debe
dejarse plasmar por la acción del Espíritu y conformarse a Cristo crucificado,
el cual revela al mundo el rostro del amor y de la comunión de Dios. De este
modo descubre su vocación de Ecclesia mater que engendra hijos para el
Señor, transmitiendo la fe, enseñando el amor que genera y nutre a los hijos.
En el corazón del anuncio está Jesucristo, en el cual se cree y del cual se da
testimonio. Transmitir la fe significa esencialmente transmitir las Escrituras,
principalmente el Evangelio, que permiten conocer
a Jesús, el Señor.
Precisamente el Papa Pablo VI, lanzando
nuevamente la prioridad de la evangelización, recordaba a todos los fieles: «No
sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad,
a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros
caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el
Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por
vergüenza – lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio –, o por ideas falsas
omitimos anunciarlo?».[4]
La pregunta, con la cual concluye Evangelii nuntiandi, suena a nuestros
oídos como una exégesis original del texto de san Pablo del cual partimos y nos
ayuda a colocarnos inmediatamente en el corazón del tema, que en el presente
texto deseamos afrontar: la absoluta
centralidad de la tarea evangelizadora para la Iglesia de hoy.
Verificar la experiencia vivida, nuestra actitud respecto a la evangelización,
es útil a nivel funcional, para mejorar aspectos prácticos de nuestras
actividades y nuestras estrategias de anuncio. Dicha verificación, más
profundamente, es el camino para interrogarnos hoy sobre la calidad de nuestra
fe, sobre nuestro modo de sentirnos y ser cristianos, discípulos de Jesucristo
invitados a anunciarlo al mundo, a ser testigos que, imbuidos del Espíritu
Santo (cf. Lc 24, 49 s; Hch 1, 8), están llamados a convertir a
los hombres de todas las naciones en discípulos(cf. Mt 28, 19 s).
La palabra de los discípulos de Emaús (cf.
Lc 24, 13-35) es emblemática sobre la posibilidad de un anuncio
frustrado de Cristo, en cuanto incapaz de transmitir vida. Los dos de Emaús anuncian un muerto (cf. Lc 24, 21-24),
comentan la propia frustración y la pérdida de esperanza. Ellos hablan
de la posibilidad, para la Iglesia de todos los tiempos, de un anuncio que no
da vida, pero que tiene encerrados en la muerte el Cristo anunciado, los
anunciadores y los destinatarios del anuncio. La pregunta acerca de la
transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino
más bien un evento comunitario, eclesial, no
debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias
comunicativas eficaces y ni siquiera debe centrar la atención analíticamente en
los destinatarios, por ejemplo los jóvenes, sino que debe ser formulada como
una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual.
Debe transformarse en una pregunta de
la Iglesia sobre sí misma. Esto permite encuadrar el problema de manera
no extrínseca, sino correctamente, porque cuestiona a toda la Iglesia en su ser
y en su vivir. Tal vez así se pueda comprender también que el problema de la
infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos
modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la
incapacidad de la Iglesia de configurarse
como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una
máquina o una empresa.
«La Iglesia peregrinante es misionera por
su naturaleza».[5]
Esta afirmación del Concilio Vaticano II reasume en modo simple y completo la
Tradición eclesial: La Iglesia es
misionera porque se origina en la misión de Jesucristo y en la misión del
Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre.[6]
Además, la Iglesia es misionera porque asume como protagonista este origen,
haciéndose anunciadora y testigo de esta Revelación de Dios y congregando el
pueblo de Dios disperso, para que se pueda cumplir aquella profecía del profeta
Isaías que los Padres de la Iglesia han leído como dirigida a ella: «Ensancha
el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus
sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu
prole heredará naciones y ciudades desoladas poblará» (Is 54, 2-3).[7]
Las afirmaciones del apóstol Pablo
«predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un
deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9,
16) se pueden así aplicar y entender en relación a la Iglesia en su conjunto.
Como nos recuerda el Papa Pablo VI: «la tarea de la evangelización de todos los
hombres constituye la misión esencial de la Iglesia... Evangelizar constituye,
en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda.
Ella existe para evangelizar».[8]
En esta doble dinámica, misionera y
evangelizadora, la Iglesia no reviste solo el papel del actor, de sujeto de la
proclamación, sino también el rol reflexivo de la escucha y del discipulado. En cuanto evangelizadora, la Iglesia
comienza con evangelizarse a sí misma.[9]
La Iglesia sabe que ella es el fruto visible de esa ininterrumpida obra de
evangelización que el Espíritu guía a través de la historia, para que el pueblo
de los redimidos dé testimonio de la memoria viviente del Dios de Jesucristo.
Hoy podemos sostener con mayor convicción todavía esta certeza que es nuestra,
porque venimos de una historia que nos ofrece páginas extraordinarias de
coraje, entrega, audacia, intuición y razón; páginas que nos han dejado muchos
ecos y huellas en textos, oraciones, modelos y métodos pedagógicos, itinerarios
espirituales, caminos de iniciación a la fe, obras e instituciones educativas.
3. Evangelización y discernimiento
Es importante para la Iglesia reconocer
esta dimensión de escucha y discipulado inscripta en la obra de evangelización
por un segundo motivo, además de aquel apenas indicado del agradecimiento y de
la contemplación de las mirabilia Dei. La Iglesia se reconoce a sí misma como fruto de esa evangelización,
y no sólo como agente, porque está convencida de que la dirección de todo este
proceso no está en sus manos, sino en las de Dios, que la guía en la historia a
través del Espíritu. Como lo da a entender bien san Pablo en el texto
que hace de puerta de ingreso a esta introducción, la Iglesia es consciente que
la dirección de la acción evangelizadora corresponde al Espíritu Santo: en Él
confía para reconocer los instrumentos, los tiempos y los espacios de aquel
anuncio que ella es llamada a vivir. Lo sabía bien san Pablo, que en un momento
de fuertes cambios, como fue aquel de los orígenes de la Iglesia, reconoció, no solo “teóricamente” sino
también “prácticamente”, a Dios el primado en la organización y en el
desarrollo de la evangelización; y logró dar las razones de ese primado
tomando como punto de referencia las Escrituras, especialmente los Profetas.
El apóstol Pablo concede este primado a la
acción del Espíritu al interno de un momento muy intenso y significativo para
la Iglesia naciente: a los creyentes, en efecto, les parece que los caminos a
recorrer sean otros; los primeros cristianos se muestran inciertos frente a
algunas opciones de fondo que han de asumirse. El proceso de evangelización se
transforma en un proceso de discernimiento; el anuncio exige que antes haya un
momento de escucha, comprensión e interpretación.
Nuestro tiempo se muestra, en este
sentido, muy similar a la situación vivida por san Pablo: también nosotros nos encontramos como cristianos inmersos en un
período de fuertes cambios históricos y culturales, como tendremos modo
de ver mejor más adelante. También para nosotros la acción de evangelizar exige
una acción de discernimiento análoga, simétrica y contemporánea. Ya hace más de
cuarenta años el Concilio Vaticano II afirmaba: «El género humano se halla en
un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados,
que progresivamente se extienden al universo entero».[10]
Estos cambios de los cuales el Concilio nos habla, se multiplicaron en el
período sucesivo a su celebración y, a diferencia de aquellos años, no inducen
sólo a la esperanza, no suscitan solo esperanzas utópicas, sino que además
generan incluso miedo y siembran desconfianza. También la primera década de
este nuevo siglo / milenio ha sido el teatro de transformaciones que han
signado en modo indeleble, y en más de un caso en modo dramático, la historia
de los hombres.
Nos encontramos en un momento histórico de
grandes cambios y tensiones, de pérdida de equilibrio y de puntos de
referencia. Esta época nos lleva a vivir cada vez más sumergidos en el presente
y en lo provisional, haciendo siempre más difícil la escucha y la transmisión
de la memoria histórica, y el compartir valores sobre de los cuales construir
el futuro de las nuevas generaciones. En este cuadro la presencia de los
cristianos, la acción de sus instituciones, es percibido en modo menos
espontáneo y con mayores sospechas; en las últimas décadas se han multiplicado
los interrogantes críticos dirigidos a la Iglesia y a los cristianos, al rostro
del Dios que anunciamos. La tarea de
la evangelización se encuentra así frente a nuevos desafíos, que cuestionan
prácticas ya consolidadas, que debilitan caminos habituales y estandarizados;
en una palabra, que obligan a la Iglesia a interrogarse nuevamente sobre el
sentido de sus acciones de anuncio y de transmisión de la fe. La
Iglesia no llega, sin embargo, sin preparación frente a tal desafío: con éste
se ha ya confrontado en las Asambleas que el Sínodo de los Obispos ha dedicado
en modo específico al tema del anuncio y de la transmisión de la fe, como las
correspondientes exhortaciones apostólicas –Evangelii nuntiandi y Catechesi tradendae– lo atestiguan. La
Iglesia ha vivido en estos dos eventos un momento significativo de revisión y
de revitalización del propio mandato evangelizador.
4. Evangelizar en el mundo de hoy, a
partir de sus desafíos
El texto de San Pablo, que nos guía en
esta introducción nos ayuda así a comprender el sentido y las razones de la
próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, para la cual nos
estamos preparando. En un tiempo extenso y también caracterizado por cambios y
transformaciones es útil para la Iglesia dedicar momentos y ocasiones de
escucha y de confrontación recíproca, para que se mantenga en un nivel alto de
calidad el ejercicio del discernimiento exigido por la acción evangelizadora,
que, como Iglesia, estamos llamados a vivir. La próxima Asamblea General
Ordinaria desea ser un momento privilegiado, una etapa significativa de este
camino de discernimiento. A partir de las Asambleas sobre la evangelización y
sobre la catequesis el contexto socio-cultural se ha confrontado con cambios
importantes y también imprevistos, cuyos efectos – como en el caso de la crisis
económico-financiera – resultan todavía bien visibles y activos en nuestras
respectivas realidades locales. La misma Iglesia ha sido tocada en modo directo
por estos cambios, ha sido obligada a enfrentarse con interrogantes, con
fenómenos que han de ser comprendidos, con prácticas que deben ser corregidas,
con caminos y realidades en los cuales ha de infundirse en modo nuevo la
esperanza evangélica. Un contexto como éste nos lleva en modo natural hacia la
próxima Asamblea sinodal. De la escucha y la confrontación recíproca todos
resultaremos enriquecidos y preparados para reconocer aquellos caminos que
Dios, a través de su Espíritu, está construyendo para manifestarse y dejarse
encontrar por los hombres, según la imagen del profeta Isaías (cf. Is
40, 3; 57, 14; 62, 10).
Un discernimiento exige la identificación
de objetos y de temas sobre los cuales hacer converger nuestra mirada y a
partir de los cuales activar la escucha y la confrontación recíproca. Con la finalidad de sostener la acción
evangelizadora y los cambios con ella relacionados, nuestro ejercicio de
discernimiento debe colocar en el centro de la atención los capítulos
esenciales de esta práctica eclesial: el nacimiento, la difusión y el
progresivo afirmarse de una “nueva evangelización” en nuestras Iglesias; las
modalidades con la cuales la Iglesia hace suya y vive hoy la tarea de
transmitir la fe; el rostro y la aplicación concreta que asumen en nuestro
presente los instrumentos a disposición de la Iglesia para engendrar en la fe
(iniciación cristiana, educación), y los desafíos con los cuales esos
instrumentos están llamados a confrontarse. Estos capítulos constituyen
la clave del presente texto. Su objetivo es incentivar la escucha y la
confrontación, para ampliar los confines de aquel discernimiento ya en acto en
nuestra Iglesia, y darles así una resonancia y un eco todavía más católicos y
universales.
Preguntas
El discernimiento del cual hablamos es,
por su misma naturaleza, siempre histórico y determinado: parte de un hecho
concreto y se estructura como reacción a un evento determinado. Aún
compartiendo en modo genérico el mismo espacio cultural, nuestras Iglesias
locales han vivido, en estas décadas, períodos y episodios en este camino de
discernimiento que son únicos, típicos del propio contexto y de la propia
historia.
1. ¿Qué episodios es útil comunicar a las
otras Iglesias locales?
2. ¿Qué ejercicios de discernimiento
histórico sería útil compartir en el seno de la catolicidad de la Iglesia, para
que, de la recíproca escucha de estos eventos, la Iglesia universal pueda
reconocer los caminos que el Espíritu Santo le indica para la obra de la
evangelización?
3. El tema de la “nueva evangelización” ha
conocido ya una difusión capilar en nuestras Iglesias locales. ¿Cómo ha sido
asumido y aplicado? ¿A qué procesos interpretativos ha dado origen?
4. ¿Qué acciones pastorales han sido beneficiadas en modo
particular con la asunción del tema de la “nueva evangelización”? ¿Qué acciones
pastorales han experimentado un cambio y un relance significativo? ¿Cuáles, en
cambio, han desarrollado formas de resistencia y tomas de distancia de tal
temática?
Tiempo de
“nueva evangelización”
«¿Cómo creerán en aquel a quién no han
oído ? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rm 10, 14)
5. “Nueva evangelización”. El
significado de una definición
Aunque la expresión «nueva evangelización»
haya sido ciertamente divulgada y suficientemente asimilada, sigue siendo una
definición aparecida recientemente en el universo de la reflexión eclesial y
pastoral, y por lo tanto, un significado no siempre claro y estable. Habiendo
sido introducido por el Papa Juan Pablo II, inicialmente –sin un particular
énfasis, y casi sin dejar presagiar el papel que habría asumido ulteriormente–
durante su viaje apostólico en Polonia,[11]
el término “nueva evangelización” ha sido retomado y relanzado por el mismo
Pontífice sobre todo en su Magisterio dirigido a las Iglesias de América
Latina. El Papa Juan Pablo II recurre a esta expresión para hacer de ella un
instrumento de intrepidez; la introduce como un medio de comunicación de
energías en vista de un nuevo fervor
misionero y evangelizador. A los Obispos de América Latina se dirige
así: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su
significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro
presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una
evangelización nueva. Nueva en su
ardor, en sus métodos, en su expresión».[12]
No se trata de hacer nuevamente una
cosa que ha sido mal hecha o que no ha funcionado, de modo que la nueva acción
se convierta en un juicio implícito sobre el desacierto de la primera.
La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple
repetición, sino que consiste en el
coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas
condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del
Evangelio. El Continente latino-americano se encontraba llamado, en
aquel período, a hacer frente a nuevos desafíos (la difusión de la ideología
comunista, la aparición de las sectas). La nueva evangelización es la acción
que sigue al proceso de discernimiento con el cual la Iglesia en América Latina
está llamada a leer y evaluar la situación en la cual se encuentra.
En esta acepción, el término es retomado y
relanzado en el Magisterio del Papa Juan Pablo II dirigido a la Iglesia
universal. «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia
nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva
evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a
las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió
a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del
Espíritu»:[13]
la nueva evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de
hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros
cristianos, de los primeros misioneros. Por lo tanto, es una acción que
exige un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo,
la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas.
Explicará más adelante el mismo Papa Juan Pablo II: «La Iglesia tiene que dar
hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva
etapa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la
desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades
eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios,
comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y de vivir el
Evangelio. “Las llamadas Iglesias más jóvenes – han dicho los Padres sinodales
– necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del
testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se
beneficie de las riquezas de las otras Iglesias”».[14]
Ya estamos en condiciones de comprender el
funcionamiento dinámico correspondiente al concepto de “nueva evangelización”:
a tal concepto se recurre para indicar el esfuerzo de renovación que la Iglesia
está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto
socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio,
en correspondencia con los fuertes cambios en acto. A estos desafíos la Iglesia responde no resignándose, no cerrándose
en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo,
habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que
da el Espíritu Santo y las energías para un anuncio y una proclamación del
Evangelio a través de nuevos caminos, capaces de hablar a las culturas
contemporáneas.
Así configurado, el concepto de “nueva
evangelización” ha sido asumido y nuevamente impulsado en las Asambleas
Sinodales Continentales, celebradas como preparación al Jubileo del 2000,
manifestándose ya como un término adquirido dentro de las reflexiones pastorales
y eclesiales de las Iglesias locales. “Nueva evangelización” es sinónimo: de
renovación espiritual de la vida de fe de las Iglesias locales, de puesta en
marcha de caminos de discernimiento de los cambios que están afectando la vida
cristiana en varios contextos culturales y sociales, de relectura de la memoria
de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en vista de una
proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.[15]
Suficientemente sintéticas y ejemplares son las palabras del Papa Juan Pablo II
dirigidas a la Iglesia en Europa, al hablar de «la urgencia y la necesidad de la “nueva evangelización”» mientras se
toma cada vez más consciencia «de que Europa, hoy, no debe apelar simplemente a
su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de
decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje
de Jesucristo».[16]
No obstante esta difusión y notoriedad, la
expresión no logra, de todos modos, ser recibida en modo pleno y total en el
debate, dentro de la Iglesia y dentro de la cultura. Al respecto, permanecen
algunas reservas, como si con esta expresión se quisiera elaborar un juicio de
desaprobación y una remoción de algunas páginas del pasado reciente de la vida
de las Iglesias locales. Existe quien duda que la “nueva evangelización” cubra
o esconda la intención de nuevas acciones de proselitismo de parte de la
Iglesia, principalmente en relación a las otras confesiones cristianas.[17]
Se tiende a pensar que con esta definición se realice un cambio en la actitud
de la Iglesia hacia aquellos que no creen, transformados en objetos de
persuasión y no ya vistos como interlocutores en el contexto de un diálogo que
nos descubre a todos unidos por la misma humanidad y en la búsqueda de la
verdad de nuestra existencia. A esta última preocupación ha querido prestar
atención y también dar una respuesta el Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a la República Checa: «Me
vienen aquí a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es
decir, que el templo debería ser una casa de oración para todos los pueblos
(cf. Is 56, 7; Mc 11, 17). Él pensaba en el llamado “patio de los
gentiles”, que desalojó de negocios ajenos a fin de que el lugar quedara libre
para los gentiles que querían orar allí al único Dios, aunque no podían
participar en el misterio, a cuyo servicio estaba dedicado el interior del
templo. Lugar de oración para todos los pueblos: de este modo se pensaba en
personas que conocen a Dios, por decirlo así, sólo de lejos; que no están
satisfechos de sus dioses, ritos y mitos; que anhelan el Puro y el Grande,
aunque Dios siga siendo para ellos el “Dios desconocido” (cf. Hch 17,
23). Debían poder rezar al Dios desconocido y, sin embargo, estar así en
relación con el Dios verdadero, aun en medio de oscuridades de diversas clases.
Creo que la Iglesia debería abrir
también hoy una especie de “patio de los gentiles” donde los hombres puedan
entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan
encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la
Iglesia».[18]
Nosotros, en cuanto creyentes, debemos
amar también a las personas que se retienen agnósticas o ateas. Ellas, tal vez,
se asustan cuando se habla de nueva evangelización, como si ellas debieran
transformarse en objetos de misión. Sin embargo, la cuestión sobre Dios
permanece igualmente presente también para ellos. La búsqueda de Dios ha sido
el motivo fundamental a partir del cual ha nacido el monacato occidental y, con
él, la cultura occidental. El primer paso de la evangelización consiste en
tratar de mantener alta la atención en dicha búsqueda. Es necesario perseverar en el diálogo no sólo con las religiones,
sino también con los que consideran la religión como una cosa extraña.
La imagen del “patio de los gentiles” se
nos ofrece como un ulterior elemento en la reflexión sobre la “nueva
evangelización”, que pone de manifiesto la audacia de los cristianos de no
renunciar jamás a buscar positivamente todos los caminos para delinear formas
de diálogo que correspondan a las esperanzas más profundas y a la sed de Dios
de los hombres. Tal audacia permite colocar dentro de este contexto la pregunta
sobre Dios, compartiendo la propia experiencia en la búsqueda y comunicando
como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo. Una análoga capacidad,
una actitud similar, exige un primer momento de autoverificación y de
purificación, para reconocer los vestigios de temor, de cansancio, de
aturdimiento, de repliegue sobre sí mismo, que la cultura en la cual vivimos
haya podido generar en nosotros. En un segundo momento, será urgente el
impulso, la puesta en marcha, gracias a la acción del Espíritu Santo, hacia
aquella experiencia de Dios como Padre, que el encuentro vivido con Cristo nos
permite anunciar a todos los hombres. Estos momentos no constituyen etapas
temporales sucesivas, una después de la otra, sino más bien movimientos
espirituales que se suceden sin solución de continuidad dentro de la vida
cristiana. El apóstol San Pablo trasmite todo esto cuando describe la
experiencia de la fe como una liberación «del poder de las tinieblas» y un
ingreso en el «Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el
perdón de los pecados» (Col 1, 13-14; cf. Rm 12, 1-2). Así
también, esta audacia no es algo absolutamente nuevo o totalmente inédito para
el cristianismo, dado que existen signos de esta actitud ya en la literatura
patrística.[19]
6. Los escenarios de la nueva
evangelización
Por lo tanto, la nueva evangelización es una actitud, un estilo
audaz. Es la capacidad de parte del
cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas
últimas décadas han surgido dentro de la historia humana, para habitarlos y
transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio. Estos
escenarios han sido identificados analíticamente y descriptos varias veces;[20]
se trata de escenarios sociales, culturales, económicos, políticos y
religiosos.
El primero de ellos es el escenario cultural de fondo. Nos encontramos en una época de profunda secularización, que
ha perdido la capacidad de escuchar y de comprender la palabra evangélica como
un mensaje vivo y vivificador. La secularización, radicada en modo particular
en el mundo occidental – fruto de episodios y de movimientos sociales y de
pensamiento, que han signado en profundidad su historia y su identidad – se
presenta hoy en nuestras culturas a través de la imagen positiva de la
liberación, de la posibilidad de imaginar la vida del mundo y de la humanidad
sin referencia a la trascendencia. En estos años no asume tanto la forma
pública de discursos directos y fuertes contra Dios, la religión y el
cristianismo, aunque en algún caso esos tonos anticristianos, antirreligiosos y
anticlericales se han hecho sentir recientemente. La secularización ha asumido un tono modesto, que ha
permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las personas y
desarrollar una mentalidad en la cual
Dios está, de hecho, ausente, en todo o en parte, de la existencia y de la
consciencia humana. Este modo
de actuar ha consentido a la secularización entrar en la vida de los cristianos
y de las comunidades eclesiales, transformándose no sólo en una amenaza externa
para los creyentes, sino convirtiéndose en un terreno de confrontación
cotidiana.[21]
Son expresiones de la llamada cultura del relativismo. Además, aquí existen
graves implicancias antropológicas en acto, que ponen en discusión la misma
experiencia humana elemental, como la relación hombre-mujer, el sentido de la
generación y de la muerte.
Las características de un modo
secularizado de entender la vida dejan sus huellas en el comportamiento
cotidiano de muchos cristianos, que se muestran frecuentemente influenciados,
si no condicionados, por la cultura de la imagen con sus modelos e impulsos
contradictorios. La mentalidad hedonista y consumista predominante conduce a
los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo, que no es fácil
contrastar. La “muerte de Dios”, anunciada en las décadas pasadas por tantos
intelectuales, cede el lugar a un estéril culto al individuo. El riesgo de perder también los
elementos fundamentales de la gramática de la fe es real, con la consecuencia
de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, o por el
contrario, en formas subrogadas de pertenencia religiosa y de vago
espiritualismo. En un escenario de este tipo, la nueva evangelización
se presenta como un estímulo del cual tienen necesidad las comunidades cansadas
y débiles, para descubrir nuevamente la alegría de la experiencia cristiana,
para encontrar de nuevo “el amor de antes” que se ha perdido (Ap 2, 4),
para reafirmar una vez más la naturaleza de la libertad en la búsqueda de la
Verdad.
Por otra parte, en otras regiones del
mundo se asiste a un prometedor renacimiento religioso. Tantos aspectos
positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado en varias religiones se
encuentran oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces
manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo. Se
trata de un grave abuso. «No se puede utilizar la violencia en nombre de
Dios».[22]
Además, la proliferación de sectas representa un desafío permanente.
Junto a este primer escenario cultural, podemos indicar otro, más
social: el gran fenómeno migratorio, que impulsa cada vez más a las personas a dejar sus países de
origen y vivir en contextos urbanizados, modificando la geografía étnica de
nuestras ciudades, de nuestras naciones y de nuestros continentes. Este fenómeno provoca un encuentro y una
mezcla de culturas que nuestras sociedades no conocían desde hace siglos.
Se están produciendo formas de contaminación y de desmoronamiento de los puntos
de referencia fundamentales de la vida, de los valores por los cuales
comprometerse, de los mismos vínculos a través de los cuales cada individuo
estructura la propia identidad y tiene acceso al sentido de la vida. El
resultado cultural de estos procesos es un clima de extrema fluidez y
“liquidez” dentro del cual hay siempre menos espacio para las grandes
tradiciones, incluidas las religiosas, cuya función es estructurar en modo
objetivo el sentido de la historia y la identidad de los sujetos. Con este
escenario social se relaciona el fenómeno conocido el término globalización, realidad no
fácilmente descifrable, que exige de parte de los cristianos un fuerte trabajo
de discernimiento. La globalización puede ser interpretada como un fenómeno
negativo, si prevalece la hermenéutica determinista, vinculada solamente con la
dimensión económica y productiva; sin embargo puede ser leída como un fenómeno
de crecimiento, en el cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas de
solidaridad y nuevos caminos para compartir el progreso de todos hacia el
bien.[23]
En un escenario como éste, la nueva evangelización nos permite aprender que la misión ya no es un movimiento
norte-sur o este-oeste, porque es necesario desvincularse de los confines
geográficos. Hoy la misión se encuentra en todos los cinco continentes.
Es necesario aprender a conocer, también nosotros, los sectores y los ambientes
que son ajenos a la fe, porque no la han encontrado nunca la fe o porque se
alejaron de ella. Desvincularse de los confines geográficos, significa tener
las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de
encuentro, mixtura y reconstrucción de tejidos sociales, que están en acto en
cada uno de nuestros contextos locales.
Esta profunda mezcolanza de culturas es el
fondo sobre el cual actúa un tercer escenario, que está marcando en modo cada
vez más determinante la vida de las personas y la consciencia colectiva. Se
trata del desafío de los medios de
comunicación social, que hoy ofrecen enormes posibilidades y representan uno de
los grandes retos para la Iglesia. El escenario que aquí presentamos,
al comienzo característico sólo del mundo industrializado, es capaz de influir
también amplios sectores de los países en vías de desarrollo. No existe lugar
en el mundo que hoy no pueda ser alcanzado y, por lo tanto, no pueda estar
sujeto al influjo de la cultura de los medios de comunicación y de la cultura
digital, que se estructura cada vez más como el “lugar” de la vida pública y de
la experiencia social. La difusión de esta cultura trae consigo indudables
beneficios: mayor acceso a la información, mayor posibilidad de conocimiento,
de intercambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad de construir una
cultura cada vez más de dimensión mundial, haciendo que los valores y los
mejores frutos del pensamiento y de la expresión humana se transformen en
patrimonio de todos. Sin embargo, estas potencialidades no pueden esconder los
riesgos que la difusión excesiva de una cultura de este tipo está ya generando.
Se manifiesta una profunda concentración egocéntrica sobre sí mismo y sólo
sobre las necesidades individuales. Se afirma una exaltación de la dimensión
emotiva en la estructuración de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste
a una pérdida del valor objetivo de la experiencia de la reflexión y del
pensamiento, reducida, en muchos casos, a un puro lugar de confirmación del
propio modo de sentir. Se difunde una progresiva alienación de la dimensión
ética y política de la vida, que reduce la alteridad al rol funcional de espejo
y espectador de mis acciones. El punto final al cual pueden conducir estos
riesgos consiste en lo que es llamado la cultura del efímero, de lo inmediato,
de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En tal
contexto, la nueva evangelización
exige a los cristianos la audacia de estar presentes en estos “nuevos
areópagos”, buscando los instrumentos y los caminos para hacer comprensible,
también en estos lugares ultramundanos, el patrimonio de educación y de
sabiduría custodiado por la tradición cristiana.[24]
Un cuarto escenario que marca con sus cambios la acción
evangelizadora de la Iglesia es el económico. Repetidas
veces el Magisterio de los Sumos Pontífices han denunciado los crecientes
desequilibrios entre el Norte y el Sur del mundo, en el acceso y en la
distribución de los recursos, así como también en el daño a la creación.
La duradera crisis económica en la cual nos encontramos indica el problema del
uso de las fuerzas materiales, que no encuentra fácilmente las reglas de un
mercado global capaz de tutelar una convivencia más justa.[25]
No obstante la comunicación cotidiana de los medios reserve cada vez menos
espacio para una lectura de estas problemáticas a partir de la voz de los
pobres, de las Iglesias se espera aún mucho en términos de sensibilización y de
acción concreta.
Un quinto escenario es el de la investigación científica y
tecnológica. Vivimos
en una época en la cual no cesamos de admirarnos por los maravillosos pasos que
la investigación ha sabido superar en estos campos. Todos podemos experimentar en la vida cotidiana los beneficios que
provienen de estos progresos. Todos dependemos cada vez más de tales
beneficios. De este modo, la ciencia y la tecnología corren el riesgo de
transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto
digitalizado y globalizado hacer de la ciencia nuestra nueva religión, a la
cual dirigir nuestras preguntas sobre la verdad y el sentido de la esperanza,
sabiendo que solo recibiremos respuestas parciales e inadecuadas. Nos encontramos frente al surgir de
nuevas formas de gnosis, que asumen la técnica como una forma de sabiduría, en
la búsqueda de una organización mágica de la existencia que funcione como el
saber y el sentido de la vida. Asistimos a una afirmación de nuevos cultos.
Éstos proponen en modo terapéutico prácticas religiosas que los hombres están
dispuestos a vivir, estructurándose como religiones de la prosperidad y de la
gratificación instantánea.
Un sexto y último escenario es el de la política. Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy
los cambios que han tenido lugar pueden ser definidos, con justa razón,
sintomáticos de la época. Se ha terminado la división del mundo occidental en
dos bloques con la crisis de la ideología comunista. Esto ha favorecido la
libertad religiosa y la posibilidad de reorganización de las Iglesias
históricas. La aparición en la escena mundial de nuevos actores económicos,
políticos y religiosos, como el mundo islámico y el mundo asiático, ha creado
una situación inédita y totalmente desconocida, rica de potencialidades, pero
también plena de nuevas tentaciones de dominio y de poder. En este escenario, existen temas y sectores que han de ser iluminados
con la luz del Evangelio: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación
de los pueblos; el mejoramiento de las formas de gobierno mundial y nacional;
la construcción de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y
colaboración entre diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos
del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los
más débiles; la protección de la creación y el empeño por el futuro de nuestro
planeta.
7. Como cristianos frente a estos nuevos
escenarios
Ante semejantes cambios es natural que la
primera reacción sea el turbamiento y el miedo, en cuanto nos enfrentamos con
transformaciones que interrogan nuestra identidad y nuestra fe hasta las
raíces. Resulta natural asumir esa actitud crítica de discernimiento varias
veces evocada por el Papa Benedicto XVI, cuando nos invita a una relectura del
presente a partir de la perspectiva de esperanza que el cristianismo ofrece
como don.[26]
Si los cristianos comprenden nuevamente qué es la esperanza, podrán actuar en
el contexto de sus conocimientos y de sus experiencias, dialogando con los
otros hombres, intuyendo qué pueden ofrecer al mundo como don, qué pueden
compartir, qué elementos pueden asumir para expresar aún mejor esa esperanza, y
a qué elementos, en cambio, es justo oponerse. Los nuevos escenarios con los cuales estamos llamados a
confrontarnos exigen desarrollar una actitud crítica de los estilos de vida, de
las estructuras de pensamiento y de los valores, de los lenguajes construidos
para comunicar. Esta actitud, al mismo tiempo, deberá funcionar como
autocrítica del cristianismo moderno, el cual debe siempre de nuevo aprender a
comprenderse a sí mismo a partir de las propias raíces.
Aquí encuentra su específico carácter y su
fuerza la nueva evangelización como instrumento: es necesario observar estos
escenarios, estos fenómenos, sabiendo superar el nivel emotivo de juicio
defensivo y de miedo, para comprender objetivamente los signos de lo nuevo,
junto a los desafíos y a las fragilidades. “Nueva evangelización” quiere decir,
por lo tanto, trabajar en nuestras Iglesias locales para construir caminos de
lectura de los fenómenos ya indicados, permitiendo traducir la esperanza del
Evangelio en términos practicables. Esto significa que la Iglesia se edifica
aceptando confrontarse con estos desafíos, siendo cada vez más la constructora
de la civilización del amor.
Además, “nueva evangelización” quiere
decir tener la audacia de formular la pregunta acerca de Dios al interno de
estos problemas, realizando lo
específico de la misión de la Iglesia y mostrando de esta manera cómo la
perspectiva cristiana ilumina en modo inédito los grandes problemas de la
historia. La nueva evangelización exige que nos confrontemos con estos
escenarios, no permaneciendo cerrados en los recintos de nuestras comunidades y
de nuestras instituciones, sino aceptando
el desafío de entrar dentro de estos fenómenos, para tomar la palabra y ofrecer
nuestro testimonio desde adentro. Ésta es la forma que la martyria
cristiana asume en el mundo de hoy, aceptando la confrontación también con
aquellas formas recientes de ateísmo agresivo o de secularización extrema, cuya
finalidad es eclipsar la cuestión de Dios en la vida del hombre.
En este contexto, “nueva evangelización”
significa para la Iglesia sostener con convicción el esfuerzo de ver a todos
los cristianos unidos en la manifestación al mundo de la fuerza profética y
transformadora del mensaje evangélico. La
justicia, la paz, la convivencia entre los pueblos y la salvaguardia de la
creación son las palabras que han signado el camino ecuménico de estas décadas.
Los cristianos, todos unidos, las ofrecen al mundo como lugares en los cuales
es posible hacer emerger la cuestión de Dios en la vida de los hombres.
Estas palabras, en efecto, adquieren su sentido más auténtico sólo a la luz y
en el contexto de la palabra de amor que Dios nos ha dirigido en su Hijo
Jesucristo.
8. “Nueva evangelización” y deseo de
espiritualidad
Este esfuerzo de llevar la cuestión de Dios dentro de los
problemas del hombre de hoy sale al encuentro de la necesidad religiosa y del
deseo de espiritualidad, que a partir de las jóvenes generaciones emerge con
renovado vigor. La
misma Iglesia católica es alcanzada por este fenómeno, que ofrece recursos y
ocasiones de evangelización, inesperados en las pasadas décadas. Los grandes encuentros mundiales de la
juventud, las peregrinaciones hacia los lugares de devoción, antiguos y nuevos,
la primavera de los movimientos y de las asociaciones eclesiales, constituyen
el signo visible de un sentido religioso que no se ha apagado. La
“nueva evangelización” en este contexto pide a la Iglesia que sepa discernir
los signos de la acción del Espíritu, orientando y educando sus expresiones, en
vista de una fe adulta y consciente hasta alcanzar «la plena madurez de Cristo»
(Ef 4, 13).[27]
Además de los grupos de reciente fundación, fruto prometedor del Espíritu
Santo, una grande tarea en la nueva evangelización corresponde a la vida
consagrada, en las antiguas y nuevas formas. Es necesario recordar que todos
los grandes movimientos de evangelización, surgidos en dos mil años de
cristianismo, están vinculados a formas de radicalismo evangélico.
En este contexto han de ser inseridos el
encuentro y el diálogo con las grandes tradiciones religiosas, en particular
las orientales, que la Iglesia ha aprendido a vivir en las últimas décadas, y
continúa a intensificar. Este encuentro aparece como una ocasión prometedora
para aprender a conocer y a confrontar la forma y los lenguajes relativos a la
pregunta religiosa, así como se presenta en otras experiencias religiosas. Esto
permite al catolicismo comprender con mayor profundidad los modos con los
cuales la fe cristiana escucha y asume la interrogación religiosa de cada
hombre.
9. Nuevos modos de ser Iglesia
Estas nuevas condiciones de la misión nos
ayudan a intuir que el término “nueva evangelización” indica finalmente la
exigencia de encontrar nuevas
expresiones para ser Iglesia dentro de los contextos sociales y culturales
actuales, en proceso de continua mutación. Las figuras tradicionales y
ya establecidas – que por convención son indicadas con las expresiones “países
de cristiandad” y “tierras de misión” – junto con su claridad conceptual
muestran sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un contexto en
vía de superación, para poder funcionar como modelos de referencia para la
construcción de las comunidades cristianas actuales. Es necesario que la
práctica cristiana oriente la reflexión hacia un lento trabajo de construcción
de un nuevo modelo de ser Iglesia, que evite las asperezas del sectarismo y de
la “religión civil”, y permita, en un contexto postideológico como el actual,
seguir manteniendo la forma de una Iglesia misionera. En otras palabras, la
Iglesia tiene necesidad, dentro de la variedad de sus figuras, de no perder el
rostro de Iglesia “doméstica, popular”. Aún en contextos minoritarios o de
discriminación la Iglesia no puede perder su capacidad de permanecer junto a la
persona en su vida cotidiana, para anunciar desde esa realidad el mensaje
vivificante del Evangelio. Como afirmaba el Papa Juan Pablo II, “nueva
evangelización” significa hacer de nuevo el tejido cristiano de la sociedad
humana, haciendo nuevamente el tejido de las mismas comunidades cristianas;[28]
quiere decir ayudar a la Iglesia a mantener su presencia «entre las casas de
sus hijos y de sus hijas»,[29]
para animar la vida y orientarla hacia el Reino que viene.
En esta tarea de discernimiento pueden ser
de gran ayuda las Iglesias católicas orientales y todas aquellas comunidades
cristianas que en su reciente pasado han vivido, o están todavía viviendo, la
experiencia del ocultamiento, de la persecución, de la marginación, de ser
víctimas de la intolerancia de carácter étnico, ideológico o religioso. Su
testimonio de fe, su tenacidad, su capacidad de resistir, la solidaridad de su
esperanza, la intuición de algunas prácticas pastorales, son un don para
compartir con las comunidades que, teniendo en la propia historia un pasado
glorioso, viven un presente de fatiga y dispersión. Para Iglesias poco
habituadas a vivir la fe en situación de minoría es ciertamente un don poder
escuchar experiencias capaces de infundir en ellas aquella confianza que es
indispensable para adquirir el impulso exigido por la nueva evangelización.
Es tiempo de nueva evangelización también para Occidente, donde
muchos que han recibido el bautismo viven completamente fuera de la vida
cristiana y siempre más personas conservan ciertamente un vínculo con la fe,
pero conocen poco o mal sus fundamentos. Frecuentemente
la presentación de la fe cristiana resulta distorsionada por la caricatura y
por los lugares comunes difundidos por la cultura, en una actitud de indiferente
alejamiento, si no de abierta contestación. Es tiempo de nueva
evangelización para ese occidente en el cual «enteros países y naciones, en los
que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces
de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a
dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el
continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se
trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el
bienestar económico y el consumismo –si bien entremezclado con espantosas
situaciones de pobreza y miseria– inspiran y sostienen una existencia vivida
“como si no hubiera Dios”».[30]
Las comunidades cristianas deben saber
asumir con responsabilidad y coraje esta demanda di renovación que la
transformación del contexto cultural y social pide a la Iglesia. Dichas
comunidades deben aprender a vivir y a gestionar esta larga transición de
figura, manteniendo como punto de referencia el mandato de evangelizar.
10. Primera evangelización, atención
pastoral, nueva evangelización
La mandato misionero con el cual se
concluye el Evangelio (cf. Mc 16, 15s; Mt 28, 19s; Lc 24,
48s) está lejos de haberse cumplido; ha entrado en una nueva fase. Ya el Papa
Juan Pablo II recordaba que «no es fácil definir los confines entre atención
pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y
no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados...Las Iglesias
de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva
evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no
cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente
de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo
creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa».[31]
El cristiano y la Iglesia o son misioneros o no son tales. Quien ama la propia fe se preocupará también de testimoniarla, de
llevarla a los otros y permitir a los otros de participar en ella. La falta de
celo misionero es carencia de celo por la fe. Al contrario, la fe se robustece
trasmitiéndola. El texto del Papa parece querer traducir el concepto de
nueva evangelización en una pregunta crítica y bastante directa: tenemos
interés en transmitir la fe y en conquistar para la fe a los no cristianos?
Estamos empeñados de corazón con la misión?
La nueva evangelización es el nombre dado
a esta nueva atención de la Iglesia a su misión fundamental, a su identidad y
razón de ser. Por lo tanto, es una realidad que no corresponde solamente a
determinadas regiones bien definidas, sino que se trata del camino que permite
explicar y traducir en práctica la herencia apostólica en y para nuestro tiempo. Con el programa de la nueva
evangelización la Iglesia desea introducir en el mundo de hoy y en la actual
discusión su temática más original y específica: el anuncio del Reino de Dios,
iniciado en Jesucristo. No hay situación eclesial que pueda sentirse excluida
de este programa: las antiguas Iglesias cristianas, con el problema
práctico del abandono de la fe de parte de muchos; las nuevas Iglesias, en la
búsqueda de caminos de inculturación, los cuales exigen continuas
verificaciones para lograr no sólo introducir el Evangelio en las culturas,
purificándolas y elevándolas, sino también para abrir las mismas culturas a la
novedad del Evangelio; más en general, todas las comunidades cristianas,
empeñadas en el ejercicio de una atención pastoral, que cada vez parece más
difícil llevar adelante y corre el riesgo de transformarse en una routine
poco capaz de comunicar las razones por las cuales ha nacido.
Entonces, nueva evangelización es sinónimo de misión; exige la capacidad de
partir nuevamente, de atravesar los confines, de ampliar los horizontes. La
nueva evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre
sí mismo, a la mentalidad del status quo y a una concepción pastoral que
retiene suficiente continuar a hacer las cosas como siempre han sido hechas.
Hoy el “business as usual” ya no es válido. Como algunas Iglesias
locales se empeñaron en afirmar, es tiempo que
la Iglesia llame a las propias comunidades cristianas a una conversión
pastoral, en sentido misionero, de sus acciones y de sus estructuras.[32]
Preguntas
Nuestras comunidades están viviendo
períodos de fuertes transformaciones de sus figuras eclesiales y sociales.
1. ¿Cuáles son las características de esta
transformación en nuestras Iglesias locales?
2. ¿Cómo son vividas estas características
de Iglesia misionera, de una Iglesia capaz de estar en lo cotidiano de la
gente, de una Iglesia “entre las casas de sus hijos y de sus hijas”?
3. ¿En qué modo la nueva evangelización ha
sabido dar nuevamente vida e impulso a la primera evangelización o a la
atención pastoral ya en acto? ¿Cómo ha ayudado a vencer el cansancio y las fatigas
que surgen en la vida cotidiana de nuestras Iglesias locales?
4. ¿Qué discernimientos, qué lecturas de
la situación presente de las diversas Iglesias locales, han sido realizados a
la luz de la nueva evangelización?
El mundo está conociendo fuertes cambios,
que generan nuevos escenarios y nuevos desafíos para el cristianismo. Han sido
presentados seis escenarios: un escenario cultural (la secularización), uno
social (la mezcolanza de pueblos), uno de los medios de comunicación, uno
económico, uno científico y uno político. Intencionalmente estos escenarios han
sido descriptos en modo genérico y uniforme.
5. ¿Qué figura específica han asumido
estos escenarios en el contexto de las diversas Iglesias locales?
6. ¿En qué modo tales escenarios han
provocado una reacción en contacto con la vida de las Iglesias locales? ¿Cómo
han influenciado la vida de las mismas?
7. ¿Qué preguntas y cuáles desafíos ha
puesto? ¿Qué respuestas han sido dadas?
8. ¿Cuáles fueron los principales
obstáculos y las fatigas más importantes al plantear la cuestión de Dios dentro
de las cuestiones temporales? ¿Cuáles fueron las experiencias más logradas?
Al escenario religioso ha sido dado un
particular relieve.
9. ¿Qué transformaciones está conociendo
el modo que la gente tiene de vivir la propia experiencia religiosa?
10. ¿Qué nuevas preguntas sobre la
espiritualidad, qué nuevas necesidades religiosas están emergiendo? ¿Hay nuevas
tradiciones religiosas que se están afirmando?
11. ¿Cómo las comunidades cristianas son
afectadas por la evolución del escenario religioso? ¿Cuáles son las principales
fatigas? ¿Cuáles las nuevas oportunidades?
La nueva evangelización es la
transformación que la Iglesia sabe imaginar para continuar viviendo la propia
misión de anuncio dentro de estos nuevos escenarios.
12. ¿Qué forma ha adquirido la nueva
evangelización en las Iglesias locales?
13. ¿Qué contenido, qué forma ha asumido
la audacia que es característica de la nueva evangelización? ¿Qué energías ha
sabido infundir en la vida eclesial y pastoral?
14. ¿Para designar qué acciones y qué
dimensiones de la vida y de la acción de la Iglesia?
15. ¿Cómo las Iglesias locales han logrado
asumir y hacer propio el pedido del Papa Juan Pablo II, tantas veces reiterado,
de apropiarse de “una nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos,
en sus expresiones”?
16. ¿Cómo la celebración de Asambleas
sinodales continentales o regionales ha ayudado a las comunidades cristianas a
elaborar un programa de nueva evangelización?
Proclamar
el Evangelio de Jesucristo
«Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15)
11. El encuentro y la comunión con
Cristo, finalidad de la transmisión de la fe
El mandato misionero que los discípulos
han recibido del Señor (cf. Mc 16, 15) contiene una explícita referencia
a la proclamación y a la enseñanza del Evangelio («enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado» Mt 28, 20). El apóstol Pablo se presenta como
«apóstol [...] escogido para predicar el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1). La misión de la Iglesia consiste, por lo
tanto, en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y la transmisión
del Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm
1, 16) y que en última instancia, se identifica con Jesucristo (cf. 1
Co 1, 24).[33]
Al hablar de Evangelio, no debemos
pensar sólo en un libro o en una doctrina; el Evangelio es mucho más: es una
Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice. No es un sistema de artículos
de fe y de preceptos morales ni, menos aún, un programa político, sino que es
una persona: Jesucristo como Palabra definitiva de Dios, hecha hombre.[34]
El Evangelio es Evangelio de
Jesucristo: no solamente tiene como contenido Jesucristo. Mucho más, éste
último es, a través del Espíritu Santo, también el promotor y el sujeto
primario de su anuncio, de su transmisión. El objetivo de la transmisión de la
fe es la realización de este encuentro con Jesucristo, en el Espíritu, para
llegar a vivir la experiencia del Padre suyo y nuestro.[35]
Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo
las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesucristo se
realice. La fe como encuentro con la persona de Cristo asume la forma de la
relación con Él, de la memoria de Él (en la Eucaristía) y de la formación en
nosotros de la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu. Como ha
afirmado el Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva [...] Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero
(cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la
respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro».[36]
La misma Iglesia se encuentra conformada precisamente a partir de la
realización de esa misión del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la
fe cristiana.
El resultado esperado de este encuentro
consiste en inserir a los hombres en la relación del Hijo con su Padre para
sentir la fuerza del Espíritu. La finalidad de la transmisión de la fe, el
objetivo de la evangelización, es llevar por Cristo «al Padre en un mismo
Espíritu» (Ef 2, 18);[37]
ésta es la experiencia de la novedad del Dios cristiano. En esta perspectiva, transmitir la fe en Cristo significa
crear las condiciones para una fe pensada, celebrada, vivida y rezada:
esto implica inserir en la vida de la Iglesia.[38]
Ésta es una estructura de transmisión muy radicada en la tradición eclesial. A
ella se refiere el Catecismo de la Iglesia Católica, así como también el
Compendio del mismo Catecismo, que la asume para sostenerla, explicitarla, promoverla.[39]
12. La Iglesia transmite la fe que ella
misma vive
Por lo tanto, la transmisión de la fe es
una dinámica muy compleja que implica en modo total la fe de los cristianos y
la vida de la Iglesia. No se puede
transmitir aquello en lo cual no se cree y no se vive. Un signo de fe consolidada y madura es,
precisamente, la naturalidad con la cual comunicamos la fe a los otros.
«Llamó a los que él quiso... para que estuvieran con él, y para enviarlos a
predicar...» (Mc 3, 13-14). No se puede transmitir el Evangelio sin
saber lo que significa “estar” con Jesús, vivir en el Espíritu de Jesús la
experiencia del Padre; así también, paralelamente, la experiencia de “estar”
con Jesús impulsa al anuncio, a la proclamación, al compartir lo que se ha
vivido, habiéndolo experimentado como bueno, positivo y bello.
Dicho mandato del anuncio y de la proclamación no está reservado a
algunos en particular, a pocos elegidos. Es un don ofrecido cada hombre que
responde confiadamente a la llamada de fe. La transmisión de la fe no es una acción especializada,
que pueda ser adjudicada a algún grupo o a algún individuo expresamente
designado. Es la experiencia de cada cristiano y de toda la Iglesia, que en
esta acción descubre continuamente la propia identidad de pueblo convocado por
el Espíritu, que nos reúne impidiendo que caigamos en la dispersión de nuestra cotidianidad,
para vivir la presencia de Cristo entre nosotros, y para descubrir así el
verdadero rostro de Dios, que es nuestro Padre. «Los fieles laicos – debido a
su participación en el oficio profético de Cristo – están plenamente implicados
en esta tarea de la Iglesia. En concreto, les corresponde testificar cómo la fe
cristiana – más o menos conscientemente percibida e invocada por todos –
constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas
que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad. Esto será posible si los
fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la
vida, recomponiendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la
sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza
para realizarse en plenitud».[40]
La transmisión de la fe, en cuanto es una
acción fundamental de la Iglesia, estructura el rostro y las acciones de las
comunidades cristianas.[41]
Para anunciar y difundir el Evangelio
es necesario que la Iglesia promueva imágenes de comunidades cristianas capaces
de articular con fuerza las obras fundamentales de la vida de fe: caridad,
testimonio, anuncio, celebración, escucha y coparticipación. Es
necesario concebir la evangelización como el proceso a través del cual la
Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el
mundo, siguiendo la lógica, que la reflexión del Magisterio ha sintetizado así:
«impulsada por la caridad,
impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las
culturas; da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de
vivir que caracteriza a los cristianos; y proclama explícitamente el Evangelio,
mediante el “primer anuncio”, llamando a la conversión; inicia en la fe
y vida cristiana, mediante la “catequesis” y los “sacramentos de
iniciación” a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden
el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la
comunidad cristiana; alimenta constantemente el don de la comunión en
los fieles mediante la educación permanente de la fe (homilía, otras formas del
ministerio de la Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad; y
suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de
Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo».[42]
13. La Palabra de Dios y la transmisión
de la fe
Desde la celebración del Concilio Vaticano
II la Iglesia católica ha descubierto nuevamente que esta transmisión de la fe, entendida como encuentro con Cristo, se
realiza mediante la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia, bajo
la guía del Espíritu Santo.[43]
Así, la Iglesia es continuamente regenerada por el Espíritu. De este modo, las
nuevas generaciones son sostenidas en el camino que lleva al encuentro con
Cristo en su cuerpo, que encuentra su plena expresión en la celebración de la
Eucaristía. La posición central que ocupa esta función de transmisión de la fe
ha sido releída y puesta en evidencia en las últimas dos Asambleas sinodales,
sobre la Eucaristía y, en particular, en la dedicada a la Palabra de Dios en la
vida y en la misión de la Iglesia. En estas dos Asambleas la Iglesia ha sido
invitada a reflexionar y a tomar plena consciencia de la dinámica profunda que
sostiene su identidad: la Iglesia transmite la fe que ella misma vive, celebra,
profesa y testimonia.[44]
Dicha toma di consciencia ha dado a la
Iglesia empeños concretos y desafíos con los cuales poder evaluar su misión de
trasmisión. Es necesario hacer madurar en el pueblo de Dios un mayor
conocimiento del rol de la Palabra de Dios, de su fuerza reveladora y
manifestadora de la intención de Dios hacia los hombres, de su designio de
salvación.[45]
Hay necesidad de una mayor atención en la proclamación de la Palabra de Dios
durante las asambleas litúrgicas y de una entrega más convencida a la tarea de
la predicación.[46]
Es conveniente una atención más consciente y una confianza más firme en el rol
que la Palabra de Dios puede tener en la misión de la Iglesia, ya sea en el
momento específico del anuncio del mensaje de salvación, ya sea en la posición
más reflexiva de la escucha y del diálogo con las culturas.[47]
Los Padres sinodales han reservado una
atención particular al anuncio de la Palabra a las nuevas generaciones. «En
ellos [los jóvenes] encontramos a menudo una apertura espontánea a la escucha
de la Palabra de Dios y un deseo sincero de conocer a Jesús. ... Esta
atención al mundo juvenil implica la valentía de un anuncio claro; hemos de
ayudar a los jóvenes a que adquieran confianza y familiaridad con la Sagrada
Escritura, para que sea como una brújula que indica la vía a seguir. Para ello,
necesitan testigos y maestros, que caminen con ellos y los lleven a amar y a
comunicar a su vez el Evangelio, especialmente a sus coetáneos, convirtiéndose
ellos mismos en auténticos y creíbles anunciadores».[48]
Asimismo, los Padres sinodales piden a las comunidades cristianas que abran
«caminos de iniciación cristiana, los cuales, a través de la escucha de la
Palabra, la celebración de la Eucaristía y el amor fraterno vivido en
comunidad, puedan desarrollar una fe cada vez más adulta. Es oportuno
considerar la nueva exigencia que proviene de los movimientos humanos y del
fenómeno migratorio, que abre nuevas perspectivas de evangelización, porque los
inmigrantes no sólo tienen necesidad de ser evangelizados sino que ellos mismos
pueden ser agentes de evangelización».[49]
Con sus acentos, la reflexión de la
Asamblea sinodal ha invitado a las comunidades cristianas a verificar en qué
medida el anuncio de la Palabra es el fundamento de la tarea de transmisión de
la fe: «Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza
de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo
mismo. [...] Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo
ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura,
el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. No se trata
de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la
conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una
humanidad nueva».[50]
14. La pedagogía de la fe
La transmisión de la fe no se realiza sólo
con las palabras, sino que exige una relación con Dios a través de la oración,
que es la misma fe en acto. En esta educación en la oración es decisiva la
liturgia con su propia función pedagógica, en la cual el sujeto educador es el mismo
Dios y el verdadero maestro en la oración es el Espíritu Santo.
La Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos dedicada a la catequesis había reconocido como don del Espíritu
– además del florecimiento, en número y en dedicación de los catequistas – la
madurez registrada en los métodos que la Iglesia ha sabido elaborar para
realizar la transmisión de la fe, para permitir que los hombres logren vivir el
encuentro con Cristo.[51]
Son métodos basados en la experiencia que implican a la persona. Se trata de
métodos plurales, que activan en modo diferenciado las facultades del
individuo, su integración en un grupo social, su actitudes, su inquietudes y
búsquedas. Estos métodos asumen la inculturación como instrumento propio.[52]
Para evitar el riesgo de dispersión y de confusión ínsito en una situación
caracterizada por la pluralidad y la continua evolución, el Papa Juan Pablo II
asumió en aquel contexto una instancia de los Padres sinodales y la convirtió
en regla: la pluralidad de los métodos en la catequesis puede ser signo de
vitalidad y de genialidad, si cada uno de estos métodos logra interiorizar y
hacer suya una ley fundamental, que es la de la doble fidelidad, a Dios y al
hombre, en una única actitud de amor.[53]
Al mismo tiempo, el Sínodo sobre la
catequesis se interesó por no desaprovechar los beneficios y los valores
recibidos de un pasado signado por la preocupación de garantizar una
transmisión de la fe sistemática, integral, orgánica y jerarquizada.[54]
Por este motivo el Sínodo ha propuesto dos instrumentos fundamentales para la
transmisión de la fe: la catequesis y el catecumenado. Gracias a ellos, la
Iglesia transmite la fe en modo activo, la siembra en los corazones de los
catecúmenos y de los que son catequizados para fecundar sus experiencias más
profundas. La profesión de fe recibida por la Iglesia (traditio),
germinando y creciendo durante el proceso catequístico, es restituida (redditio),
enriquecida con los valores de las diferentes culturas. El catecumenado se
transforma, de este modo, en un centro fundamental de incremento de la
catolicidad y fermento de renovación eclesial.[55]
La promoción de estos dos instrumentos –
catequesis y catecumenado – debía servir para dar cuerpo a lo que ha sido
designado con la expresión «pedagogía de la fe».[56]
El uso de este término permite dilatar el concepto de catequesis, extendiéndolo
al de transmisión de la fe. Desde el Sínodo sobre la catequesis en adelante la
catequesis es considerada como un proceso de transmisión del Evangelio, así
como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y
lo comunica.[57]
«La catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo
meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana,
desborda – incluyéndola – a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en
lo «común» para el cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni
convertirse en investigación teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a
la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo
tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción. Esta riqueza,
inherente al catecumenado de adultos no bautizados, ha de inspirar a las demás
formas de catequesis».[58]
El catecumenado se nos ha entregado como
el modelo que la Iglesia ha recientemente asumido para dar forma a sus procesos
de transmisión de la fe. El catecumenado, que ha sido impulsado por el Concilio
Vaticano II,[59]
ha sido asumido en varios proyectos de reorganización y de promoción de la
catequesis, como modelo paradigmático de estructuración de esta misión
evangelizadora. El Directorio General para la Catequesis
sintetiza los elementos fundamentales de tal misión, dejando intuir los motivos
por los cuales tantas Iglesias locales se han inspirado en este paradigma para
reorganizar las propias prácticas de anuncio y de generación en la fe, dando
incluso origen a un nuevo modelo, el «catecumenado post-bautismal»:[60]
recuerda constantemente a toda la Iglesia la función de la iniciación en la fe.
Despierta la responsabilidad de toda la comunidad cristiana. Pone en el centro
de todo el camino el misterio de la Pascua de Cristo. Hace de la inculturación
el principio del propio funcionamiento pedagógico; es imaginado como un
verdadero proceso formativo.[61]
15. Las Iglesias locales, sujetos de la
transmisión
El sujeto de la transmisión de la fe es
toda la Iglesia, que se manifiesta en la Iglesias locales. El anuncio, la
transmisión y la experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más
aún, las mismas Iglesias locales, además de ser sujetos, son también el fruto
de esa acción del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe, como
resulta de la experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch
2, 42-47): el Espíritu congrega a los creyentes entorno a las comunidades que
viven fervorosamente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de
los Apóstoles y de la Eucaristía, y consumando la propia vida en el anuncio del
Reino de Dios. El Concilio Vaticano II confirma esta descripción como
fundamento de la identidad de cada comunidad cristiana, cuando afirma que la
«Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas
reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en
el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo
nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts
1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de
Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del
cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”».[62]
La vida concreta de nuestras Iglesias ha
tenido la fortuna de ver en el campo de la transmisión de la fe, y mas
genéricamente del anuncio, una realización concreta, frecuentemente ejemplar,
de esta afirmación del Concilio. El número de los cristianos, que en las
últimas décadas se han empeñado en modo espontáneo y gratuito en el anuncio y
en la transmisión de la fe, ha sido verdaderamente notable y ha dejado su
huella en la vida de nuestras Iglesias locales, como un verdadero don del
Espíritu ofrecido a nuestras comunidades cristianas. Las acciones pastorales
relacionadas con la transmisión de la fe constituyen un lugar que ha permitido
a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales,
mostrando la riqueza y la variedad de los roles y de los ministerios que la componen
y que animan su vida cotidiana. Alrededor del Obispo se ha visto florecer el
rol de los presbíteros, de los padres, de los religiosos, de las comunidades,
cada uno con la propia misión y la propia competencia.[63]
Junto a los dones y a los aspectos
positivos, sin embargo, hay que considerar también los desafíos, que la novedad
de las situaciones y las evoluciones que la distinguen, pone a varias Iglesias
locales: la escasez de la presencia numérica de los presbíteros hace que el
resultado de su acción sea menos incisivo de cuanto se desearía. El estado de
cansancio y de desgaste vivido en tantas familias debilita el papel de los
padres. El nivel demasiado débil de la coparticipación hace evanescente el
influjo de la comunidad cristiana. El riesgo es que una acción tan importante y
fundamental vea caer el peso de su ejecución solo sobre la figura de los catequistas,
oprimidos por la tarea a ellos confiada y por la soledad en la cual se
encuentran al realizarla.
Como ya se ha mencionado, el clima
cultural y la situación de cansancio en la cual se encuentran varias
comunidades cristianas conducen al riesgo de hacer débil la capacidad de
nuestras Iglesias locales de anunciar, transmitir y educar en la fe. La
pregunta del apóstol san Pablo «¿cómo creerán ... sin que se les predique?» (Rm
10, 14) – suena en nuestros días muy pertinente. En una situación como
ésta, hay que reconocer como don del Espíritu la frescura y las energías que la
presencia de grupos y movimientos eclesiales ha logrado infundir en esta misión
de transmitir la fe. Al mismo tiempo, debemos trabajar para que estos frutos
puedan contagiar y comunicar su impulso a aquellas formas de catequesis y de
transmisión de la fe que han perdido su ardor originario.
16. Dar razón: el estilo de la
proclamación
Por lo tanto, el contexto en el cual nos
encontramos exige a las Iglesias locales un renovado impulso, un nuevo acto de
confianza en el Espíritu que las guía, para que vuelvan a asumir con alegría y
fervor la misión fundamental para la cual Jesús envía a sus discípulos: el
anuncio del Evangelio (cf. Mc 16, 15), la predicación del Reino (cf. Mc
3,15). Es necesario que cada cristiano se sienta interpelado por este mandato
de Jesús y se deje guiar por el Espíritu al responder a la llamada, según la
propia vocación. En un momento en el cual la opción de la fe y del seguimiento
de Cristo resulta menos fácil y poco comprensible, o incluso contrariada y
combatida, aumenta la tarea de la comunidad y de los cristianos individualmente
de ser testigos y heraldos del Evangelio, como lo hizo Jesucristo.
La lógica de un comportamiento como éste,
nos la sugiere el apóstol san Pedro, cuando nos invita a la apología, a dar
razón, a «dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1
P 3, 15). Una nueva primavera para el testimonio de nuestra fe, nuevas
formas de respuesta (apo-logía) a quien nos pida el logos, la razón de
nuestra fe, son los caminos que el Espíritu indica a nuestras comunidades
cristianas: para renovarnos, para hacer presente la esperanza y la salvación,
que nos da Jesucristo, con mayor fuerza en el mundo en que vivimos. Se trata,
como cristianos, de aprender un nuevo estilo, de responder «con dulzura y
respeto [...] con buena consciencia» (1P 3, 16), con aquella fuerza
humilde que proviene de la unión con Cristo en el Espíritu y con aquella
determinación de quien tiene como meta el encuentro con Dios Padre en su
Reino.[64]
Este estilo debe ser global, es decir,
debe abrazar el pensamiento y la acción, los comportamientos personales y el
testimonio público, la vida interna de nuestras comunidades y su impulso
misionero, la atención educativa y la entrega cuidadosa hacia los pobres, la
capacidad de cada cristiano de tomar la palabra en los contextos en los cuales
vive y trabaja para comunicar el don cristiano de la esperanza. Este estilo
debe apropiarse del fervor, de la confianza y de la libertad de palabra (la
parresia) que se manifiestan en la predicación de los Apóstoles (cf. Hch
4, 31; 9, 27-28) y que el rey Agripa experimentó escuchando a san Pablo: «Por
poco me convences para hacer de mí un cristiano» (Hch 26, 28).
En un tiempo durante el cual tantas
personas viven la propia vida como una verdadera experiencia del «desierto de
la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la
dignidad y del rumbo del hombre», el Papa Benedicato XVI nos recuerda que «la
Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como
Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la
vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y
la vida en plenitud».[65]
Este es el estilo que el mundo tiene
derecho a encontrar en la Iglesia, en las comunidades cristianas, según la
lógica de nuestra fe.[66]
Un estilo comunitario y personal; un estilo que interpela a las comunidades en
su conjunto e individualmente a cada bautizado, a la verificación, como nos
recuerda el Papa Pablo VI: «además de la proclamación que podríamos llamar
colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra
transmisión de persona a persona. [...] La urgencia de comunicar la Buena Nueva
a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante
la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el
influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro
hombre».[67]
17. Los frutos de la transmisión de la
fe
La finalidad de todo el proceso de
transmisión de la fe es la edificación de la Iglesia como comunidad de testigos
del Evangelio. Afirma el Papa Pablo VI: «Comunidad de creyentes, comunidad de
esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de
escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento
nuevo del amor. Pueblo de Dios inmenso en el mundo y, con frecuencia, tentado
por los ídolos, necesita saber proclamar “las grandezas de Dios”, que la han
convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una
palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser
evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para
anunciar el Evangelio».[68]
Los frutos, que este ininterrumpido
proceso de evangelización genera adentro de la Iglesia como signo de la fuerza
vivificadora del Evangelio, toman forma en la confrontación con los desafíos de
nuestro tiempo. Es necesario generar familias que sean signos verdaderos y
reales de amor y de coparticipación, capaces de dar esperanza porque están
abiertas a la vida; se necesita la fuerza para construir comunidades que posean
un auténtico espíritu ecuménico y que sean capaces de un diálogo con las otras
religiones; urge el coraje para sostener iniciativas de justicia social y
solidaridad, que coloquen el pobre en el centro del interés de la Iglesia; se
formulan los mejores auspicios de alegría en la donación de la propia vida en
un proyecto vocacional o de consagración. Una Iglesia que transmite su fe, una
Iglesia de la “nueva evangelización” es capaz en todos estos ámbitos de mostrar
el Espíritu que la guía y que transfigura la historia: la historia de la
Iglesia, de los cristianos, de los hombres y de sus culturas.
También el coraje de denunciar las
infidelidades y los escándalos, que emergen en las comunidades cristianas como
signo y como consecuencia de momentos de fatiga y de cansancio en esta tarea de
anuncio, es parte de esta lógica del reconocimiento de los frutos. El coraje de
reconocer las culpas; la capacidad de continuar dando testimonio de Jesucristo
mientras comunicamos nuestra continua necesidad de ser salvados, sabiendo que –
come nos enseña el apóstol san Pablo – podemos ver en nuestras debilidades la
fuerza de Cristo que nos salva (cf. 2 Co 12, 9; Rm 7, 14 s); el
ejercicio de la penitencia, el empeño en caminos de purificación y la voluntad
de reparar las consecuencia de nuestros errores; una sólida confianza en que la
esperanza que nos ha sido dada «no falla, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones» (Rm 5, 5), son también éstos diversos
frutos de una transmisión de la fe, de un anuncio del Evangelio que, en primer
lugar, no deja de renovar a los cristianos, mientras lleva al mundo el
Evangelio de Jesucristo.
Preguntas
Hacer experiencia de Cristo es la
finalidad de la transmisión de la fe para compartirla con los cercanos y los
lejanos. Ella nos impulsa a la misión.
1. ¿En qué medida nuestras comunidades
cristianas logran proponer lugares eclesiales que sean instrumentos de
experiencia espiritual?
2. ¿Nuestros caminos de fe tienen como
objetivo solamente la adhesión intelectual a la verdad cristiana o se proponen
verdaderamente vivir experiencias reales de encuentro y de comunión, de
“habitación” en el misterio de Cristo?
3. ¿En qué modo las Iglesias
individualmente han encontrado soluciones y respuestas a la exigencia de
experiencia espiritual, que proviene también de las jóvenes generaciones de
hoy?
La Palabra y la Eucaristía son los
vehículos principales, los instrumentos privilegiados para vivir la fe
cristiana como experiencia espiritual.
4. ¿En qué modo las dos precedentes
Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos han ayudado a las
comunidades cristianas a aumentar la calidad de la escucha de la Palabra en
nuestras Iglesias? ¿En qué modo han contribuido a aumentar la calidad de
nuestras celebraciones eucarísticas?
5. ¿Cuáles son los elementos mejor
recibidos? ¿Qué reflexiones y qué sugerencias han de ser aún acogidas?
6. ¿En qué medida los grupos de escucha y
de confrontación sobre la base de la Palabra de Dios están transformándose en
instrumentos comunes de vida cristiana para nuestras comunidades? ¿En qué modo
nuestras comunidades expresan la centralidad de la Eucaristía (celebrada, adorada)
y a partir de ellas estructuran sus acciones y sus vidas?
Después de décadas de vigorosa
efervescencia, el campo de la catequesis muestra signos de fatiga y de
cansancio, principalmente a nivel de los sujetos llamados a sostener y a animar
esta acción eclesial.
7. ¿Cuál es la experiencia concreta de
nuestras Iglesias?
8. ¿Cómo se ha buscado ofrecer
reconocimiento y solidaridad a la figura del catequista dentro de las
comunidades cristianas? ¿Cómo se ha tratado de concretar y dar eficacia al
reconocimiento de un rol activo de otros sujetos en la tarea de transmisión de
la fe (padres, padrinos, la comunidad cristiana)?
9. ¿Qué iniciativas han sido pensadas para
sostener a los padres, para darles coraje en una tarea (la transmisión, y en
consecuencia, la transmisión de la fe) que la cultura reconoce siempre menos
come tarea a ellos confiada?
En las últimas décadas, respondiendo
también a un pedido del Concilio Vaticano II, varias Conferencias Episcopales
se han empeñado en nuevos programas de itinerarios y textos catequísticos.
10. ¿En qué situación se encuentran tales
proyectos?
11. ¿Qué efectos benéficos han producido
en el proceso de transmisión de la fe? ¿Con qué esfuerzo y con qué obstáculos
han debido enfrentarse?
12. ¿Qué instrumentos ha ofrecido en este
itinerario de reprogramación la publicación del Catecismo de la Iglesia
Católica?
13. ¿Cómo trabajan las comunidades
cristianas (parroquias) y los diversos grupos y movimientos para garantizar en
los hechos una catequesis que sea lo más eclesial posible y que esté proyectada
en modo concordado y compartido con los otros sujetos eclesiales?
14. En relación a los fuertes cambios
culturales en acto: ¿cuáles son las instancias pedagógicas ante las cuales la
acción catequística de nuestras Iglesias se siente más desamparada y
descubierta?
15. ¿En qué medida el instrumento del
catecumenado ha sido asumido en las comunidades cristianas como modelo a partir
del cual construir el proyecto de catequesis y de educación en la fe?
La situación actual pide a la Iglesia un
renovado estilo evangelizador, una nueva disponibilidad para dar razón de
nuestra fe y de nuestra esperanza.
16. ¿En qué medida las Iglesias locales
han logrado difundir esta nueva exigencia en las comunidades cristianas? ¿Con
qué resultados? ¿Con qué esfuerzos y con qué resistencias?
17. ¿Puede decirse que la urgencia de un
nuevo anuncio misionero se ha transformado en una componente habitual de las
acciones pastorales de las comunidades? ¿Existe una convicción que la misión
debe ser vivida también en nuestras comunidades cristianas locales, en nuestros
contextos normales de vida?
18. ¿Existen otros sujetos, además de
nuestras comunidades, que animan el tejido social anunciando allí el Evangelio?
¿Con qué acciones y métodos? ¿Con qué resultados?
19. ¿En qué modo los bautizados han
madurado la consciencia de ser llamados en primera persona a este anuncio? ¿Qué
experiencias pueden ser trasmitidas a este respecto?
El anuncio y la transmisión de la fe
generan como fruto la comunidad cristiana.
20. ¿Cuáles son los principales frutos que
la transmisión de la fe ha generado en vuestras Iglesias?
21. ¿En qué medida las comunidades
cristianas están preparadas para reconocer estos frutos, para sostenerlos y
para nutrirlos? ¿Cuáles son los frutos de los que se siente principalmente la
falta?
22. ¿Qué resistencias, qué esfuerzos y
también qué escándalos obstaculizan este anuncio? ¿Cómo han sabido vivir las
comunidades estos momentos, considerándolos como un nuevo punto de partida para
un renovado impulso espiritual y misionero?
Iniciar a
la experiencia cristiana
«Id pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,
19-20)
18. La iniciación cristiana, proceso
evangelizador
La reflexión sobre la transmisión de la fe
que hemos presentado, junto a los cambios sociales y culturales – que se
presentan frente al cristianismo actual como un desafío – han dado inicio en la
Iglesia a un difundido proceso de reflexión y de revisión de los itinerarios de
introducción a la fe y de acceso a los sacramentos. Las afirmaciones del
Concilio Vaticano II,[69]
que originariamente fueron percibidas por muchas comunidades cristianas como
buenos auspicios, hoy en cambio, son una realidad en varias Iglesias locales.
Es posible experimentar tantos elementos allí enumerados, comenzando por la
consciencia ya madura y universalmente difundida del vínculo intrínseco que une
a los sacramentos de la iniciación cristiana. Bautismo, Confirmación y
Eucaristía son vistos no ya como tres sacramentos separados, sino como etapas
de un camino de engendramiento a la vida cristiana adulta, dentro de un proceso
orgánico de iniciación a la fe. La iniciación cristiana es ya un concepto y un
instrumento pastoral reconocido y bien consolidado en las Iglesias locales.
En este proceso, las Iglesias locales que
tienen una tradición secular de iniciación a la fe deben mucho a la Iglesias
más jóvenes. En comunión se ha aprendido a asumir, como modelo del camino de
iniciación a la fe, el adulto y no ya el niño.[70]
Se ha llegado a dar de nuevo importancia al sacramento del bautismo, asumiendo
la estructura de catecumenado antiguo, como un ejemplo para organizar acciones
pastorales que, en nuestros contextos culturales, consientan una celebración
más consciente, mayormente preparada y más capaz de garantizar la participación
futura de los nuevos bautizados en la vida cristiana. Muchas comunidades cristianas
han comenzado a revisar con atención las propias prácticas bautismales,
reconsiderando los modos de participación y empeño de los padres, en el caso
del bautismo de los niños, y explicitando el momento de evangelización, de
anuncio claro de la fe. Han buscado de estructurar celebraciones del sacramento
del bautismo que den mayor espacio al compromiso de la comunidad y que muestren
más visiblemente el sostén dado a los padres en la tarea de la educación
cristiana, que cada vez se hace más ardua. Escuchando la experiencia de las
Iglesias Católicas Orientales, se ha recurrido a la catequesis mistagógica,
para imaginar caminos de iniciación que no se detengan en el umbral de la
celebración sacramental, sino que continúen la acción formadora también después,
para recordar explícitamente que el objetivo es educar para una fe cristiana
adulta.[71]
La confrontación ha encendido una
reflexión teológica y pastoral que, teniendo en cuenta las peculiaridades de
los diversos ritos, es capaz de ayudar a la Iglesia a encontrar una
reestructuración compartida de las propias prácticas de introducción y de
educación en la fe. La cuestión del orden de los Sacramentos de la iniciación
es emblemática a este respecto. En la Iglesia hay diferentes tradiciones. Esta
diversidad se manifiesta en modo evidente en las costumbres eclesiales
orientales, y en la misma praxis occidental, en lo que se refiere a la
iniciación de los adultos, respecto de la iniciación de los niños. Dicha
diversidad encuentra una ulterior acentuación en el modo según el cual es
vivido y celebrado el sacramento de la Confirmación.
Ciertamente, se puede afirmar que del modo
en el cual la Iglesia en Occidente sabrá gestionar esta revisión de sus
prácticas bautismales dependerá el rostro futuro del cristianismo en su mundo y
la capacidad de la fe cristiana de hablar a su cultura. Sin embargo, no todo en
este proceso de revisión, ha funcionado siempre en términos positivos. No
faltaron los malos entendidos, es decir, la voluntad de interpretar las
transformaciones requeridas como ocasiones para introducir lógicas de ruptura:
las nuevas prácticas pastorales eran consideradas y comprendidas a la luz de
una hermenéutica de la fractura creadora, que veía en lo que nacía como algo
nuevo la posibilidad de dar un juicio sobre el pasado reciente de la Iglesia, y
al mismo tiempo, la posibilidad de instaurar formas sociales inéditas para
presentar y para vivir el cristianismo hoy. Según este criterio, el abandono de
la práctica del bautismo de los niños ha sido presentado alguna vez como una
necesidad inderogable. Paralelamente, un serio obstáculo a la revisión en acto
se verificó en los comportamientos inerciales mantenidos por algunas
comunidades cristianas, convencidas que la simple repetición de acciones
estereotipadas fuera una garantía de bondad y de éxito de la acción eclesial.
El proceso de revisión propone a la
Iglesia algunos lugares y algunos problemas como verdaderos desafíos, que ponen
a las comunidades cristianas frente a la obligación de discernir, y después
adoptar, nuevos estilos de acción pastoral. Ciertamente, es un desafío para la
Iglesia encontrar en este momento un consenso general con respecto a la
colocación del sacramento de la Confirmación. El pedido fue realizado también
durante la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la
Eucaristía, y nuevamente considerado por el Papa Benedicto XVI en la sucesiva
exhortación postsinodal.[72]
Las Conferencias Episcopales han hecho en estos últimos tiempos opciones
diversas al respecto, basándose en diferentes perspectivas desde las cuales
puede considerarse la problemática (pedagógica, sacramental, eclesial). Así, se
presenta como un desafío para la Iglesia la capacidad de ofrecer nuevamente
contenido y energía a esa dimensión mistagógica de los caminos de iniciación,
sin la cual estos mismos itinerarios resultarían privados de un ingrediente
esencial del proceso de generación de la fe. También se presenta como un
ulterior desafío, la necesidad de no delegar a eventuales caminos escolásticos
de educación religiosa la tarea, que es propia de la Iglesia, de anunciar el
Evangelio y de engendrar en la fe, incluso en relación a los niños y a los
adolescentes. Las prácticas en este sector son muy diferentes de nación a nación,
y no consienten la elaboración de respuestas únicas o uniformes. Sin embargo,
la instancia permanece válida para cada Iglesia local.
Como es posible intuir, el campo de la
iniciación es verdaderamente un ingrediente esencial del mandato evangelizador.
La “nueva evangelización” tiene mucho qué decir a este respecto: es necesario,
en efecto, que la Iglesia continúe en modo fuerte y determinado esos ejercicios
de discernimiento actualmente en acto, y al mismo tiempo encuentre energías
para entusiasmar nuevamente a aquellos sujetos y aquellas comunidades que
muestran signos de cansancio y de resignación. El futuro rostro de nuestras
comunidades depende mucho de las energías investidas en esta acción pastoral, y
de las iniciativas concretas propuestas y realizadas en vista de una
reconsideración y de un nuevo lanzamiento de dicha acción pastoral.
19. El primer anuncio como exigencia de
formas nuevas del discurso sobre Dios
El proceso de revisión de los caminos de
iniciación a la fe ha dato ulterior relieve a un desafío decididamente presente
en la situación actual: la dificultad cada vez mayor con la cual hombres y
mujeres escuchan hoy hablar de Dios y encuentran lugares y experiencias que
abran una reflexión sobre este tema. Se trata de una dificultad con la cual la
Iglesia se confronta desde hace tiempo, y que, por lo tanto, no sólo ha sido
denunciada, sino que ha conocido algunos instrumentos de respuesta. Ya el Papa
Pablo VI, considerando este desafío, ha puesto a la Iglesia frente a la
urgencia de encontrar nuevos caminos para proponer la fe cristiana.[73]
Así ha nacido el instrumento del “primer anuncio”,[74]
entendido como instrumento de propuesta explícita, o mejor aún de proclamación,
del contenido fundamental de nuestra fe.
Una vez asumido a pleno título en la tarea
de elaboración de un nuevo proyecto de los itinerarios de introducción a la fe,
el primer anuncio debe estar dirigido a los no creyentes, a aquellos que, de
hecho, viven en la indiferencia religiosa. Este primer anuncio tiene la
finalidad de proclamar el Evangelio y la conversión, en general, a quienes
todavía no conocen a Jesucristo. La catequesis, distinta del primer anuncio del
Evangelio, promueve y hace madurar esa conversión inicial, educando en la fe al
convertido e incorporándolo en la comunidad cristiana. La relación entre estas
dos formas del ministerio de la Palabra no es, sin embargo, siempre fácil de
establecer, y no necesariamente debe ser afirmada en modo neto. Se trata de una
doble atención que frecuentemente se conjuga en la misma acción pastoral.
Sucede a menudo, en efecto, que las personas que acceden a la catequesis
necesitan vivir todavía una verdadera conversión. Por ello, cuando se trata de
los caminos de catequesis y de educación en la fe, será útil poner mayor
atención en el anuncio del Evangelio que llama a esa conversión, que la provoca
y la sostiene. Éste es el modo según el cual la nueva evangelización estimula
los itinerarios habituales de educación en la fe, acentuando su carácter
kerigmático, de anuncio.[75]
Por lo tanto, una primera respuesta
directa al desafío propuesto ha sido dada. Pero, más allá de la respuesta
directa, el discernimiento que estamos realizando nos sugiere detenernos a
comprender todavía más en profundidad las razones de una tal extrañeza del
discurso sobre Dio de parte de nuestra cultura. Se trata de verificar, sobre
todo, en qué medida una situación de este tipo ha ejercido una influencia en
las mismas comunidades cristianas.[76]
Esto es necesario, sobre todo para buscar las formas y los instrumentos para
elaborar reflexiones sobre Dios, que sepan responder a las esperanzas y las
ansias de los hombres de hoy, mostrándoles cómo la novedad, que es Cristo, es,
al mismo tiempo, el don que todos esperamos, al cual cada ser humano anhela
como cumplimiento implícito de su búsqueda de sentido y de su sed de verdad. El
olvido del tema de Dios se transformará así en una ocasión de anuncio
misionero. La vida cotidiana nos mostrará dónde localizar esos “patios de los
gentiles”,[77]
dentro de los cuales nuestras palabras se hacen no solo audibles sino también
significativas y curativas para la humanidad. La tarea de la “nueva
evangelización” es conducir tanto a los cristianos practicantes como a los que
se preguntan acerca de Dios a percibir su llamada personal en la propia
consciencia. La nueva evangelización es una invitación a las comunidades
cristianas para que depositen mayormente la confianza en el Espíritu, que las
guía en la historia. Así serán capaces de vencer los miedos que experimentan, y
lograrán ver con mayor lucidez los lugares y los senderos a través de los
cuales colocar la cuestión de Dios en el centro de la vida de los hombres de
hoy.
20. Iniciar a la fe, educar en la
verdad
La necesidad de hablar de Dios conlleva,
como consecuencia, la posibilidad y la necesidad de un análogo discurso sobre
el hombre. La evangelización, de suyo, lo exige directamente. Existe un vínculo
fuerte entre la iniciación a la fe y la educación. Lo afirmaba el Concilio
Vaticano II.[78]
El Papa Benedicto XVI ha expresado recientemente esta misma convicción:
«Algunos cuestionan hoy el compromiso de la Iglesia en la educación,
preguntándose si estos recursos no se podrían emplear mejor de otra manera.
[...] La misión, primaria en la Iglesia, de evangelizar, en la que las
instituciones educativas juegan un papel crucial, está en consonancia con la
aspiración fundamental de la nación de desarrollar una sociedad verdaderamente
digna de la dignidad de la persona humana. A veces, sin embargo, se cuestiona
el valor de la contribución de la Iglesia al forum público. Por esto es
importante recordar que la verdad de la fe y la de la razón nunca se
contradicen».[79]
La Iglesia con la verdad revelada purifica la razón y la ayuda a reconocer las
verdades últimas como fundamento de la moralidad y de la ética humana. La
Iglesia, por su misma índole, sostiene las categorías morales esenciales,
manteniendo viva la esperanza en la humanidad.
Las palabras del Papa Benedicto XVI
presentan los motivos por los cuales resulta natural que la evangelización y la
iniciación a la fe estén acompañadas por una acción educativa desarrollada por
la Iglesia como servicio al mundo. Hoy estamos llamados a realizar esta tarea
en un momento y en un contexto cultural en el que cada forma de acción
educativa aparece más crítica y difícil, a tal punto que el mismo Papa habla de
«emergencia educativa».[80]
Con el término “emergencia educativa” el
Papa desea aludir a las dificultades cada vez mayores que hoy encuentra no solo
la acción educativa cristiana, sino más en general toda acción educativa. Cada
vez es más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales
de la existencia y de un recto comportamiento. Ésta es la difícil tarea no sólo
de los padres, que ven reducida cada vez más la capacidad de influir en el
proceso educativo, sino también de los agentes de la educación, a quienes
corresponde esta actividad, comenzando por la escuela.
Un tal desarrollo de los acontecimientos
era en parte previsible: en una sociedad y en una cultura que muy a menudo
hacen del relativismo el propio credo, falta la luz de la verdad. Se considera
demasiado comprometedor hablar de la verdad, parece “autoritario”, y se termina
por dudar de la bondad de la vida –¿es un bien ser un hombre? ¿es un bien
vivir?– de la validez de las relaciones y de los empeños que son parte de la
vida. En este contexto ¿cómo sería posible proponer a los más jóvenes y
transmitir de generación en generación algo de válido y de cierto, reglas de
vida, un auténtico significado y objetivos convincentes para la existencia
humana, como personas y como comunidad? Por este motivo, la educación tiende en
gran medida a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades, o
capacidades para hacer, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las
nuevas generaciones colmándolas con objetos de consumo y con gratificaciones
efímeras. De este modo, tanto los padres como los docentes están fácilmente
tentados de abdicar a los propios deberes educativos y de no comprender ni
siquiera cuál es el propio rol, la misión a ellos confiada.
Aquí está la emergencia educativa: ya no
somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es
nuestro deber transmitirles. Nosotros estamos en deuda en relación a ellos
también en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a
la vida. Así termina descuidado y olvidado el objetivo esencial de la
educación, que es la formación de la persona, para hacerla capaz de vivir en
plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad. Por ello crece,
desde diversos sectores, la demanda de una educación auténtica y el
redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales.
Dicho pedido acomuna a los padres (preocupados, y con frecuencia angustiados,
por el futuro de los propios hijos), a los docentes (que viven la triste
experiencia de la decadencia de la escuela) y a la sociedad misma, que ve
amenazada las bases de la convivencia.
En estas circunstancias, el empeño de la
Iglesia para educar en la fe, siguiendo las huellas y el testimonio del Señor,
asume más que nunca el valor de una contribución para ayudar a la sociedad en
que vivimos a superar la crisis educativa que la aflige, construyendo un muro
de contención contra la desconfianza y contra aquel extraño «odio de sí»,
contra aquellas formas de auto-denigración, que parecen haberse transformado en
una característica de algunas de nuestras culturas. Este compromiso puede dar a
los cristianos la ocasión adecuada para habitar el espacio público de nuestras
sociedades, proponiendo nuevamente dentro de este espacio la cuestión de Dios,
y llevando como don la propia tradición educativa, fruto que las comunidades
cristianas, guiadas por el Espíritu, han sabido producir en este campo.
La Iglesia posee en este sentido una
tradición, es decir, un tesoro histórico de recursos pedagógicos, reflexión e
investigación, instituciones, personas – consagradas y no consagradas, reunidas
en ordenes religiosas y en congregaciones – capaces de ofrecer una presencia
significativa en el mundo de la escuela y de la educación. Además, ese capital
histórico, en cuanto se encuentra relacionado con las transformaciones sociales
y culturales actuales, está también sujeto a cambios significativos. Por lo
tanto, será oportuno pensar en un discernimiento en este sector, para
concentrar la atención en ciertos puntos críticos que los cambios están
generando. Se deberán reconocer las energías del futuro, los desafíos que
requieren una instrucción adecuada, sabiendo que la tarea fundamental de la
Iglesia es educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio, ayudando a
entrar en una relación viva con Cristo y con el Padre.
21. El objetivo de una “ecología de la
persona humana”
El objetivo de todo este empeño educativo
de la Iglesia es fácilmente reconocible. Se trata de trabajar en la
construcción de lo que el Papa Benedicto XVI define como una “ecología de la
persona humana”. «Es necesario que exista una especie de ecología del hombre
bien entendida. [...] el problema decisivo es la capacidad moral global de
la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural,
si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre,
si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común
acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología
ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al
ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a
sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que
concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones
sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que
tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la
persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden
exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la
praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la
sociedad».[81]
La fe cristiana sostiene la inteligencia
en la comprensión del equilibrio profundo que mantiene firme la estructura de
la existencia y de la historia. La fe desarrolla esta operación no en modo
genérico o desde el externo, sino compartiendo con la razón la sed de saber, la
sed de investigar, orientándola hacia el bien del hombre y del cosmos. La fe
cristiana contribuye a la comprensión del contenido profundo de las
experiencias fundamentales del hombre, como el texto del Papa apenas citado
demuestra. Es una tarea – la de la confrontación crítica y de orientación – que
el catolicismo desarrolla desde hace tiempo. Por ello, se encuentra cada vez
mejor preparado, dando vida a instituciones, centros de investigación,
universidades, fruto de la intuición y del carisma de algunos o de la atención
educativa de las Iglesias locales. Estas instituciones desarrollan su función
habitando el espacio común de la investigación y del progreso del conocimiento
en las diversas culturas y sociedades. Los cambios sociales y culturales que
hemos presentado interpelan y generan desafíos a estas instituciones. El
discernimiento, que constituye la base de la “nueva evangelización”, está
llamado a ocuparse de este empeño cultural y educativo de la Iglesia. Se podrán
así identificar los puntos críticos de estos desafíos, las energías y las
estrategias que han de ser adoptadas para garantizar el futuro, no solo de la
Iglesia sino también del hombre y de la humanidad.
En vista de una “nueva evangelización”
será seguramente posible: imaginar todos estos espacios culturales como otros
tantos “patios de los gentiles”, ayudándoles a vivir la propia vocación
originaria dentro de los nuevos escenarios que avanzan, es decir, aquella
vocación de llevar positivamente la cuestión de Dios y de la experiencia de la
fe cristiana dentro de las realidades del tiempo; ayudar a estos espacios a ser
lugares en los cuales se puedan formar las personas libres y adultas, capaces a
su vez de llevar la cuestión de Dios dentro de sus vidas, en el trabajo, en la
familia.
22. Evangelizadores y educadores en
cuanto testigos
El contexto de emergencia educativa en el
cual nos encontramos confiere aún más fuerza a las palabras del Papa Pablo VI:
«El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los
que enseñan – decíamos recientemente a un grupo de seglares –, o si escuchan a
los que enseñan, es porque dan testimonio. [...] Será sobre todo mediante su
conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir,
mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego
de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una
palabra de santidad».[82]
Cualquier proyecto de “nueva evangelización”, cualquier proyecto de anuncio y
de transmisión de la fe no puede prescindir de esta necesidad: disponer de
hombres y mujeres que con la propia conducta de vida sostengan el empeño
evangelizador que viven. Precisamente esta ejemplaridad es el valor agregado
que confirma la verdad de la donación, del contenido de lo que enseñan y de lo
que proponen como estilo de vida. La actual emergencia educativa acrecienta la
demanda de educadores que sepan ser testigos creíbles de aquellas realidades y
de aquellos valores sobre los cuales es posible fundar tanto la existencia
personal de cada ser humano, como los proyectos compartidos de la vida social.
A este respecto, tenemos excelentes ejemplos. Basta recordar a san Pablo, san
Patricio, san Bonifacio, san Francisco Javier, los santos Cirilo y Metodio,
santo Toribio de Mogrovejo, san Damian de Veuster, la beata Madre Teresa di
Calcuta.
Esta exigencia se transforma para la
Iglesia de hoy en una tarea de sostén y de formación de muchas personas, que
desde hace tiempo están empeñadas en estas actividades de evangelización y de
educación (obispos, sacerdotes, catequistas, educadores, docentes, padres) de
las comunidades cristianas y están llamadas a dar mayor reconocimiento y a
invertir mayores recursos en esta tarea esencial para el futuro de la Iglesia y
de la humanidad. Es necesario afirmar claramente la esencialidad de este
ministerio de evangelización, de anuncio y de transmisión, dentro de nuestras
Iglesias. Es igualmente necesario que cada comunidad considere nuevamente las
prioridades en las propias acciones, para concentrar energías y fuerzas en este
empeño común de la “nueva evangelización”.
Para que la fe sea sostenida y nutrida,
ella tiene necesidad, inicialmente, de ese ámbito originario que es la familia,
primer lugar de educación en la oración.[83]
En el espacio familiar puede tener lugar la educación en la fe esencialmente
bajo la forma de educación del niño en la oración. Es útil para los padres
rezar junto al niño para habituarlo a reconocer la presencia amante del Señor.
Esto les permite ser testigos autorizados ante el mismo niño.
La formación y el cuidado con que se
deberá no solo sostener a los evangelizadores ya en acción, sino llamar a
nuevas fuerzas, no se reducirá a una mera preparación técnica, aunque ella sea
necesaria. Será sobre todo una formación espiritual, una escuela de la fe a la
luz del Evangelio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu, para vivir la
experiencia de la paternidad de Dios. Puede evangelizar sólo quien a su vez se
ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar
espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. Puede
transmitir la fe, como lo demuestra el apóstol Pablo: «creí, por eso hablé» (2
Co 4, 13).
Por lo tanto, la nueva evangelización es
principalmente una tarea y un desafío espiritual. Es una tarea de cristianos
que desean alcanzar la santidad. En este contexto y con este modo de entender
la formación, seráútil dedicar espacio y tiempo a una confrontación con respecto
a las instituciones y a los instrumentos a disposición de las Iglesias locales
para hacer que los bautizados sean conscientes del propio empeño misionero y
evangelizador. Frente a los escenarios de la nueva evangelización, los testigos
para ser creíbles deben saber hablar en los lenguajes de su tiempo, anunciando
así, desde adentro, las razones de la esperanza que los anima (cf. 1 P
3, 15). Esta tarea no puede ser imaginada en modo espontáneo, exige atención,
educación y cuidado.
Preguntas
El proyecto de la nueva evangelización se
propone como un ejercicio de verificación de todos los lugares y las acciones
con las cuales la Iglesia anuncia al mundo el Evangelio.
1. ¿En qué medida el instrumento del
“primer anuncio” es conocido y difundido en las comunidades cristianas?
2. ¿Las comunidades cristianas realizan
acciones pastorales que tienen como objetivo la propuesta específica de la
adhesión al Evangelio, de la conversión al cristianismo?
3. Más en general, ¿cómo las comunidades
cristianas individualmente se confrontan con la exigencia de elaborar formas
nuevas para abrir un discurso sobre Dios dentro de la sociedad y también dentro
de nuestras mismas comunidades? ¿Qué experiencias significativas puede ser útil
compartir con las otras Iglesias?
4. ¿Cómo ha sido asumido y desarrollado el
proyecto del “patio de los gentiles” en las diversas Iglesias locales?
5. ¿A qué nivel de prioridad ha sido
asumido por las comunidades cristianas el empeño de atreverse a recorren
caminos de nueva evangelización? ¿Cuáles son las iniciativas que han dado
mejores resultados en cuanto a la apertura misionera de las comunidades
cristianas?
6. ¿Qué experiencias, qué instituciones,
nuevas asociaciones o grupos han nacido o se han difundido con el objetivo de
anunciar con gozo y coraje el Evangelio a los hombres?
7. ¿Qué colaboraciones entre las
comunidades parroquiales y estas nuevas experiencias?
La Iglesia ha empeñado muchas energías
para reestructurar los propios caminos de iniciación y de educación en la fe.
8. ¿En qué medida la experiencia de la
iniciación cristiana de los adultos ha sido asumida como modelo para repensar
los caminos de iniciación a la fe en nuestras comunidades?
9. ¿En qué medida y cómo ha sido asumido
el instrumento de la iniciación cristiana? ¿En qué modo ha ayudado a la
reflexión sobre la pastoral bautismal y a la acentuación del vínculo que existe
entre los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía?
10. Las Iglesias Católicas Orientales
administran unitariamente los sacramentos de la iniciación cristiana al niño.
¿Cuáles son las riquezas y las peculiaridades de esta experiencia? ¿Cómo se
sienten interpeladas por las reflexiones y por los cambios actuales en la
Iglesia, en lo que se refiere a la iniciación cristiana?
11. ¿Cómo el “catecumenado bautismal” ha
inspirado una revisión de los caminos de preparación a los sacramentos,
transformándolos en itinerarios de iniciación cristiana, capaces de implicar en
modo activo a los diversos miembros de la comunidad (en particular los
adultos), y no sólo a los sujetos directamente interesados? ¿Cómo las
comunidades cristianas se acercan a los padres para ayudarlos a cumplir con el
deber de transmitir la fe, deber que se hace cada vez más arduo?
12. ¿Qué evoluciones ha conocido la
ubicación del sacramento de la Confirmación, dentro de este itinerario? ¿A raíz
de qué motivos?
13. ¿Cómo se ha logrado dar cuerpo a los
itinerarios mistagógicos?
14. ¿En qué medida las comunidades
cristianas han logrado transformar el camino de educación en la fe en una
cuestión adulta y dirigida sobre todo a los adultos, evitando de este modo el
riesgo de colocar dicho camino exclusivamente en la edad de la infancia?
15. ¿Están elaborando las Iglesias locales
reflexiones explícitas sobre el rol del anuncio y sobre la necesidad de dar
mayor importancia a la generación en la fe, a la pastoral bautismal?
16. ¿Ha sido superada la fase de la
delegación del deber de la educación en la fe de parte de la comunidad
parroquial a otros agentes de educación religiosa (por ejemplo las instituciones
escolásticas, confundiendo los caminos de educación en la fe con eventuales
formas de educación cultural en relación al hecho religioso)?
El desafío educativo interpela nuestras
Iglesias como una verdadera emergencia.
17. ¿Con qué grado de sensibilidad y con
qué energía ha sido asumida tal emergencia?
18. ¿Cómo ayuda a responder a este desafío
la presencia de instituciones católicas en el mundo de la escuela? ¿Qué cambios
influyen en estas instituciones? ¿Con qué recursos son capaces de responder al
desafío?
19. ¿Qué vínculo existe entre estas
instituciones y otras instituciones eclesiales, entre estas instituciones y la
vida parroquial?
20. ¿En qué modo estas instituciones
logran hacerse escuchar en el ámbito de la cultura y de la sociedad, enriqueciendo
los debates y los movimientos culturales de pensamiento con la voz de la
experiencia cristiana de la fe?
21. ¿Qué relación existe entre estas
instituciones católicas y las otras instituciones educativas, entre ellas y la
sociedad?
22. ¿Cómo las grandes instituciones
culturales (universidades católicas, centros culturales, centros de
investigación), que la historia nos ha dejado en herencia, logran tomar la
palabra en los debates que se refieren a los valores fundamentales del hombre
(defensa de la vida, de la familia, de la paz, de la justicia, de la
solidaridad, de la creación)?
23. ¿Cómo logran dichas instituciones ser
instrumentos que ayudan al hombre a dilatar los confines de su razón, a buscar
la verdad, a reconocer las huellas del designio de Dios que da sentido a
nuestra historia? ¿Y paralelamente, cómo ayudan las comunidades cristianas a
decifrar y a favorecer la escucha de las inquietudes y de las esperanzas
expresadas por la cultura actual?
24. ¿En qué medida estas instituciones
logran ubicarse dentro de aquella experiencia denominada “patio de los
gentiles”? ¿Logran imaginar este lugar como un espacio en el que los cristianos
viven la audacia de implementar formas de diálogo que salgan al encuentro de
las esperanzas más profundas de los hombres y de la sed que ellos tienen de
Dios; y de poner dentro de estos contextos la pregunta sobre Dios, compartiendo
la propia experiencia de búsqueda y trasmitiendo como un don el encuentro con
el Evangelio de Jesucristo?
El proyecto de la nueva evangelización
requiere formas y caminos de formación para el anuncio y el testimonio.
25. ¿Cómo viven las comunidades cristianas
la urgencia de llamar, formar y sostener personas que sean capaces de ser
evangelizadores y educadores como testigos?
26. ¿Qué ministerios, instituidos, pero
más frecuentemente “de hecho”, las Iglesias locales han visto surgir (o han
favorecido) con esta clara finalidad evangelizadora?
27. ¿Cómo las parroquias se han dejado
inspirar al respecto por la vitalidad de algunos movimientos y realidades
carismáticas?
28. Varias Conferencias Episcopales en
estas décadas han hecho de la misión y de la evangelización los elementos
centrales y las prioridades de sus proyectos pastorales: ¿qué resultados han
obtenido? ¿cómo han logrado sensibilizar a las comunidades cristianas sobre la
calidad “espiritual” de este desafío misionero?
29. ¿En qué modo esta acentuación sobre la
“nueva evangelización” ha ayudado a la revisión y a la reorganización de los
caminos de formación de los candidatos al sacerdocio? ¿Cómo las diversas
instituciones destinadas a esta formación (seminarios diocesanos, regionales,
dirigidos por órdenes religiosas) han sabido reinterpretar y adecuar sus reglas
de vida a esta prioridad?
30. ¿Cómo el ministerio del diaconado,
recientemente restablecido, ha encontrado en este mandato evangelizador uno de
los contenidos de su identidad?
«Recibiréis una fuerza, cuando el
Espíritu Santo venga sobre vosotros» (Hch 1, 8)
23. El fundamento de la “nueva
evangelización” en María y en Pentecostés
Jesucristo, con su venida entre nosotros,
nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo
nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Su revelación nos ha implicado no
sólo como destinatarios de la salvación, que nos ha sido dada, sino también
como sus anunciadores y testigos. El Espíritu del Resucitado habilita, de este
modo, nuestra vida para el anuncio eficaz del Evangelio en todo el mundo. Esta
es la experiencia de la primera comunidad cristiana, que veía difundirse la Palabra
mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6, 7).
Cronológicamente, la primera
evangelización comenzó el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos
todos juntos en el mismo lugar en oración con la Madre de Cristo, recibieron el
Espíritu Santo. Aquella, que según las palabras del Arcángel, es la “llena de
gracia”, se encuentra así en la vía de la predicación apostólica, y en todos
los caminos en los cuales los sucesores de los Apóstoles se ha movido para
anunciar el Evangelio.
mNueva evangelización no significa un
“nuevo Evangelio”, porque «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos»
(Hb 13, 8). Nueva evangelización quiere decir: una respuesta adecuada a
los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de
hoy, a los nuevos escenarios que diseñan la cultura a través de la cual
contamos nuestras identidades y buscamos el sentido de nuestras existencias.
Nueva evangelización significa, por lo tanto, promover una cultura más
profundamente enraizada en el Evangelio; quiere decir descubrir al hombre nuevo
que existe en nosotros gracias al Espíritu que nos ha dado Jesucristo y el
Padre. El camino de preparación a la próxima Asamblea General Ordinaria del
Sínodo de los Obispos y su celebración serán para la Iglesia como un nuevo
Cenáculo, en el cual los sucesores de los Apóstoles, reunidos en oración junto
a la Madre de Cristo –con Aquella que ha sido invocada como Estrella de la
Nueva Evangelización[84]–
preparan los caminos de la nueva evangelización.
24. La “nueva evangelización”, visión
para la Iglesia de hoy y de mañana
En estas páginas hemos varias veces
hablado de nueva evangelización. Vale la pena, al concluir, evocar el
significado profundo de esta definición y el llamado contenido en ella. Dejemos
esta tarea al Papa Juan Pablo II, que ha sostenido y difundido tanto esta
terminología. “Nueva evangelización” significa «reavivar en nosotros el impulso
de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica
después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante
de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co
9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no
podrá ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar
la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha
encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe
anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso
cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos».[85]
En el presente texto hemos hablado muchas
veces de cambios y transformaciones. Nos hemos confrontado con escenarios que
describen cambios históricos, que suscitan con frecuencia en nosotros aprensión
y miedo. En esta situación, advertimos la necesidad de una visión que nos
permita ver el futuro con esperanza, sin lágrimas de desesperación. Como
Iglesia, ya tenemos esta visión. Se trata del Reino que viene, que nos ha sido
anunciado por Jesucristo y descripto en sus parábolas. Es el Reino que ya ha
comenzado con su predicación y, sobre todo, con su muerte y resurrección por
nosotros. Sin embargo, a menudo tenemos la impresión de no lograr a dar forma
concreta a esta visión, de no lograr a “hacerla nuestra”, de no lograr a hacer
de ella palabra viva para nosotros y para nuestros contemporáneos, de no
asumirla como fundamento de nuestras acciones pastorales y de nuestra vida
eclesial.
En este sentido, desde el Concilio Vaticano
II en adelante, los Papas nos han ofrecido una clara palabra clave de
orientación para una pastoral presente y futura: “nueva evangelización”, es
decir nueva proclamación del mensaje de Jesús, que infunde alegría y nos
libera. Esta palabra clave puede ser el fundamento de esta visión de la cual
sentimos necesidad: la visión de una Iglesia evangelizadora, punto de partida
del presente texto, es también la tarea que nos es asignada al final. Todo el
trabajo de discernimiento que estamos llamados a hacer tiene como objetivo que
esta visión eche raíces profundas en nuestros corazones. En el corazón de cada
uno de nosotros, en los corazones de nuestras Iglesias, para ofrecer un
servicio al mundo.
25. La alegría de la evangelización
Nueva evangelización quiere decir
compartir con el mundo sus ansias de salvación y dar razón de nuestra fe,
comunicando el Logos de la esperanza ( cf. 1 P 3, 15). Los
hombres tienen necesidad de esperanza para poder vivir el propio presente. El
contenido de esta esperanza es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha
amado hasta el extremo».[86]
Por esto la Iglesia es misionera en su íntima esencia. No podemos tener solo
para nosotros las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con
Jesucristo. Esas palabras son para todos, para cada hombre. Cada persona de
nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.
Precisamente la falta de esta consciencia
genera desierto y desaliento. Uno los obstáculos para la nueva evangelización
es la ausencia de alegría y de esperanza que tales situaciones crean y difunden
entre los hombres de nuestro tiempo. Con frecuencia esta falta de alegría y de
esperanza son tan fuertes que influyen en nuestras mismas comunidades
cristianas. La nueva evangelización se presente en estos contextos no como un
deber, o como un ulterior peso que hay que soportar, sino más bien como una
medicina capaz de dar nuevamente alegría y vida a realidades prisioneras de sus
propios miedos.
Por lo tanto, afrontemos la nueva
evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de
evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea una siembra entre lágrimas (cf. Sal
126, 6). «Hagámoslo – como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los
otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han
sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie
ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas
entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a
veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de
evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través
de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han
recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su
vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el
mundo».[87]
[1]
Benedicto XVI, Homilía de la Misa conclusiva de la Asamblea Especial
para Medio Oriente del Sínodo de los Obispos (Vaticano, 24 de
octubre de 2010): L’Osservatore Romano (ed. española, 31 de octubre de
2010), 7.
[2]
Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de «motu proprio» Ubicumque et semper con la cual se
instituye el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
(21 de septiembre de 2010): L’Osservatore Romano (ed. española, 17 de
octubre de 2010), 5.11-12.
[3]
Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
96 y 122: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 96,
111-112.
[4]
Pablo VI, Exhortación Apostolica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de
1975), 80: AAS 68 (1976), 74.
[5]
Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia Ad gentes, 2.
[7]
Cf. S. Hilario de Poitiers, In Ps. 14: PL 9, 301; S. Eusebio de
Cesarea, In Isaiam 54, 2-3: PG 24, 462-463; S. Cirilo de
Alejandría, In Isaiam V, cap. 54, 1-3: PG 70, 1193.
[8]
Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de
1975), 14: AAS 68 (1976), 13.
[10]
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual Gaudium et spes, 4.
[11]
Cf. Juan Pablo II, Homilía durante la Misa en el Santuario de
la S. Cruz, Mogila (9 de junio de 1979), 1:AAS 71 (1979), 865: «Donde
surge la cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la
salvación del hombre mediante el amor... La nueva cruz de madera ha surgido no
lejos de aquí, exactamente durante las celebraciones del milenario. Con ella
hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio –en esta nueva
época, en las nuevas condiciones de vida–, vuelve a ser anunciado el Evangelio.
Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un
segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo» (L’Osservatore
Romano [ed. española, 24 de junio de 1979], 6).
[12] Juan
Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (9 de
marzo de 1983), 3: AAS 75 (1983), 778.
[13]
Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris
missio (7 de diciembre de 1990), 30:
AAS 83 (1991), 276; cf. también 1-3,
ibid.: AAS 83 (1991), 249-252.
[14]
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, (30 de diciembre
de1988), 35: AAS 81 (1989), 458.
[15]
Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa (14 de septiembre de
1995), 57.63: AAS 85 (1996), 35-36, 39-40; Exhortación Apostólica
postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999),
6.66: AAS 91 (1999), 10-11, 56; Exhortación Apostólica
postsinodal Ecclesia in Asia (6 de noviembre de 1999),
2: AAS 92 (2000), 450-451; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia
in Oceania (22 de noviembre de 2001), 18: AAS 94 (2002), 386-389.
[16]
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Europa (28 de junio de 2003),
2: AAS 95 (2003) 650, que además hace referencia al n. 2 de la
declaración final de la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos
para Europa, 1991. Cf. igualmente Ecclesia in Europa, 45 : AAS 95
(2003), 677.
[17]
Cf. ibid. 32: AAS 95 (2003), 670: «Al
mismo tiempo, quiero asegurar una vez más a los pastores y a los hermanos y
hermanas de las Iglesias ortodoxas, que la nueva evangelización en modo alguno
debe ser confundida con el proselitismo, quedando firme el deber de respetar la
verdad, la libertad y la dignidad de toda persona». La necesidad de la
evangelización, la diferencia entre evangelización y proselitismo, el modo de
vivir la evangelización dentro de una clara actitud ecuménica: una aclaración
sobre estos temas se ofrece en el documento de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la
evangelización (3 de diciembre de 2007), 10-12: AAS 100
(2008) 498-503.
[18]
Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana para el intercambio de
felicitaciones con ocasión de la Navidad (21 de diciembre de
2009): L’Osservatore Romano (ed. española, 25 de diciembre de 2009), 12.
La misma imagen del “patio de los gentiles” es citada por el Papa Benedicto XVI
en el Mensaje para la
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2010. En este texto
los nuevos “patios de las gentes” son los espacios de socialización que los
nuevos media han creado, y que están acogiendo cada vez más personas:
nueva evangelización quiere decir imaginar senderos para el anuncio del
Evangelio también en estos espacios ultramodernos.
[19]
Cf. por ejemplo S. Clemente de Alejandría, Protreptico IX, 87, 3-4 (Sources
chrétiennes, 2,154); S. Agustín, Sermo 14, D [= 352 A], 3 (Nuova
Biblioteca Agostiniana, XXXV/1, 269-271).
[20]
Cf. por ejemplo Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris
Missio (7 de diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991),
282-286.
[21]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del
Pontificio Consejo de la Cultura (8 de marzo de 2008): AAS
100 (2008) 245-248; L’Osservatore Romano (ed. española, 4 de abril de
2008), 5.
[22]
Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
102: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 97.
[23]
Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009),
42: AAS 101 (2009) 677-678.
[24]
Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris
missio (7 de diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991)
282-286; Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales (24 de enero de 2010): L’Osservatore Romano (ed.
española, 29 de enero de 2010), 3.
[25]
Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009),
42: AAS 101 (2009), 678: «Durante mucho tiempo se ha pensado que los
pueblos pobres deberían permanecer anclados en un estadio de desarrollo
preestablecido o contentarse con la filantropía de los pueblos desarrollados.
Pablo VI se pronunció contra esta mentalidad en la Populorum progressio. Los recursos
materiales disponibles para sacar a estos pueblos de la miseria son hoy
potencialmente mayores que antes, pero se han servido de ellos principalmente
los países desarrollados, que han podido aprovechar mejor la liberalización de
los movimientos de capitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitos de
bienestar en el mundo no debería ser obstaculizada con proyectos egoístas,
proteccionistas o dictados por intereses particulares. En efecto, la
participación de países emergentes o en vías de desarrollo permite hoy
gestionar mejor la crisis. La transición que el proceso de globalización
comporta, conlleva grandes dificultades y peligros, que sólo se podrán superar
si se toma conciencia del espíritu antropológico y ético que en el fondo
impulsa la globalización hacia metas de humanización solidaria.
Desgraciadamente, este espíritu se ve con frecuencia marginado y entendido
desde perspectivas ético-culturales de carácter individualista y utilitarista
».
[26]
Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 22: AAS
99 (2007) 1003-1004.
[27]
Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana «Orationis formas» (15 de octubre de 1989): AAS
82 (1990) 362-379.
[28]
Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de
1988), 34: AAS 81 (1989), 455.
[30] Ibid.
34: AAS 81 (1989), 455, retomado en el «motu proprio» Ubicumque et semper con el cual fue
instituido el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
(21 de septiembre de 2010).
[31]
Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris
missio (7 de diciembre de 1990), 34: AAS 83 (1991),
279-280.
[32]
Cf. V Conferencia General del Episcopado Latino Americano y del Caribe
(Aparecida, 13-31 de mayo de 2007), 365-370: http://www.celam.org/nueva/Celam/
aparecida/Español.pdf
[33]
Cf. Orígenes, In Evangelium secundum Matthaeum 17, 7: PG 13, 1197
B; S. Jerónimo, Translatio homiliarum Origenis in Lucam, 36: PL
26, 324-325.
[34]
Como nos recuerda la Dei Verbum, «Jesucristo – ver al cual es
ver al Padre (cf. Jn 14, 9) – , con su total presencia y manifestación
personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío
del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio
divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado
y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna» (Concilio Ecuménico Vaticano
II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 4).
[35]
Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la
evangelización (3 de diciembre de 2007), 2: AAS 100
(2008) 490.
[36]
Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de
2005), 1: AAS 98 (2006), 217.
[37]
Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 100.
[39]
Cf. Juan Pablo II, Constitución apostólica Fidei depositum (11
de noviembre de 1992), 122: AAS 86 (1994) 113-118; retomado por la
Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 122.
[40]
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de
1988), 34: AAS 81 (1989) 455. Cf. también Juan Pablo II, Exhortación
Apostólica postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999),
66 : AAS 91 (1999), 801; Benedicto XVI, Exhortación Apostólica
postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
94 : L’Osservatore Romano, Anexo de L’Osservatore Romano (12 de
noviembre de 2010), 91-92.
[41]
Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 47: «El decreto conciliar Ad gentes ha clarificado bien la dinámica
del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la
caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13),
catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad
cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). Este
es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia»
[42]
Ibid. 48. El texto del Directorio construye una descripción lúcida y
precisa de estos elementos, componiendo en una síntesis original los textos del
Decreto conciliar Ad gentes, de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi di Paolo VI y de la
Carta Encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II.
[44]
Cf. XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Mensaje al Pueblo
de Dios (24 de octubre de 2008), tercera parte: L’Osservatore Romano
(ed. española, 31 de octubre de 2008), 5-8.
[45]
Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
10.75: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 15, 74.
[49]
XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Elenchus Finalis
Propositionum (25 de octubre de 2008), Prop. 38.Cf. también Benedicto XVI,
Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
74.105: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 73-74,
99-100.
[50]
Benedicto XVI, Exhortación Apostolica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010),
93: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 91.
[51]
Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae (16 de octrubre de
1979), 3: AAS 71 (1979), 1279 «Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera
excepcional de acción de gracias y de esperanza. Ha visto en la renovación
catequética un don precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy, un don al
que por doquier las comunidades cristianas, a todos los niveles, responden con
una generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario
discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía contar
en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del Señor y a las
directrices del Magisterio». Una evaluación de la situación de la catequesis,
de sus progresos y de sus puntos débiles, ha sido presentada por el Directorio General para la Catequesis,
29-30.
[52]
Para la presentación de estos métodos ver Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), parte III, cap. 2º; parte IV, capítulos 4º y 5º.
[53]
Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de
1979), 55: AAS 71 (1979), 1322-1323.
[55]
Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 78.
[56]
Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de
1979), 58: AAS 71 (1979), 1324-1325: «Pues bien, también hay una
pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta puede hacer en
favor de la catequesis. En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de la
educación en la fe, las técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación
en general. Sin embargo es importante tener en cuenta en todo momento la
originalidad fundamental de la fe. Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se
trata de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de comunicar
en su integridad la Revelación de Dios. Ahora bien, Dios mismo, a lo largo de
toda la historia sagrada y principalmente en el Evangelio, se sirvió de una
pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe. En
catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de
la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale»; Cf. la
reelaboración hecha por la Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 143-144.
[57]
Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 105; cf. también Catecismo de la Iglesia Católica, 4-10.
[59]
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia Ad gentes,14: «Los que han recibido de
Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean admitidos con ceremonias
religiosas al catecumenado; que no es una mera exposición de dogmas y
preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la
vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense,
pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el
ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de
celebrarse en los tiempos sucesivos, introdúzcanse en la vida de fe, de la
liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios. Libres luego de los Sacramentos de
la iniciación cristiana del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y
resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y asisten con
todo el Pueblo de Dios [...] esta iniciación cristiana durante el catecumenado
no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino toda la
comunidad de los fieles, y en modo especial los padrinos, de suerte que sientan
los catecúmenos, ya desde el principio, que pertenecen al Pueblo de Dios. Y
como la vida de la Iglesia es apostólica, los catecúmenos han de aprender
también a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia
con el testimonio de la vida y la profesión de la fe».
[60]
Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 91: «La catequesis postbautismal, sin tener que reproducir
miméticamente la configuración del catecumenado bautismal, y reconociendo el
carácter de bautizados que tienen los catequizandos, hará bien en inspirarse en
esta “escuela preparatoria de la vida cristiana”, dejándose fecundar por sus
principales elementos configuradores».
[62]
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 26. Texto citado y asumido
por el Directorio General para la Catequesis,
217, en referencia al tema de los sujetos de la acción de la catequesis en la
Iglesia.
[63]
Una presentación del rol y de los deberes de estos sujetos en orden al anuncio
de la fe ha sido hecha por la Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis,
219-232.
[64]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a los Participantes en la IV Asamblea Eclesial
Nacional Italiana (Verona, 19 de octubre 2006): AAS 98
(2006), 804-817.
[65]
Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa de inicio del ministerio petrino
(Vaticano, 24 de abril de 2005): AAS 97 (2005), 710.
[66]
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 6.
[67]
Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de
1975), 46: AAS 68 (1976), 36.
[69]
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia Ad gentes, 14.
[70]
Un gran papel ha jugado en este proceso la publicación del Ordo Initiationis
Christianae Adultorum, editio typica 1972, reimpressio emendata 1974. Este
ritual ha sido fuente de inspiración para la reflexión catequística en su
trabajo de revisión de la práctica de la catequesis.
[71]
Todos estos esfuerzos han sido desarrollados, bajo el término “catecumenado
bautismal”, en el Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 88-91.
[72]
Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de
2007), 18: AAS 99 (2007), 119: «A este respeto es necesario prestar
atención al tema del orden de los Sacramentos de la iniciación. En la Iglesia
hay tradiciones diferentes. Esta diversidad se manifiesta claramente en las
costumbres eclesiales de Oriente, y en la misma praxis occidental por lo que se
refiere a la iniciación de los adultos, a diferencia de la de los niños. Sin
embargo, no se trata propiamente de diferencias de orden dogmático, sino de
carácter pastoral. Concretamente, es necesario verificar qué praxis puede
efectivamente ayudar mejor a los fieles a poner de relieve el sacramento de la
Eucaristía como aquello a lo que tiende toda la iniciación. En estrecha
colaboración con los competentes Dicasterios de la Curia Romana, las
Conferencias Episcopales han de verificar la eficacia de los actuales procesos
de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción
educadora de nuestras comunidades, y a asumir en su vida una impronta
auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia
esperanza de modo adecuado en nuestra época».
[73]
Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de
1975), 51: AAS 68 (1976), 40.
[74]
Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris
missio (7 de diciembre de 1990), 44: AAS 83 (1991),
290-291.
[75]
Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15
de agosto de 1997), 61-62.
[76]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a los Obispos de Brasil en visita “ad limina
apostolorum” (Vaticano, 7 de septiembre de 2009): L’Osservatore
Romano (ed. española, 11 de septiembre de 2009), 4: «En los decenios
sucesivos al Concilio Vaticano II, algunos han interpretado la apertura al
mundo no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino
como un paso a la secularización, vislumbrando en ella algunos valores de gran
densidad cristiana, como la igualdad, la libertad y la solidaridad, y mostrándose
disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación. [...] Sin
darse cuenta, se ha caído en la auto-secularización de muchas comunidades
eclesiales; estas, esperando agradar a los que no venían, han visto cómo se
marchaban, defraudados y desilusionados, muchos de los que estaban: nuestros
contemporáneos, cuando se encuentran con nosotros, quieren ver lo que no ven en
ninguna otra parte, o sea, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de
estar con el Señor resucitado».
[77]
A esto se refiere la iniciativa promovida por el Pontificio Consejo de la
Cultura, siguiendo la sugerencia del Papa Benedicto XVI. Los “patios de los
gentiles” son lugares en los cuales es posible abrir una confrontación
recíproca, enriquecedora y culturalmente estimulante, entre los cristianos y
los que sienten lejana la religión, pero desean acercarse a Dios, al menos en
cuanto les resulta desconocido.
[78]
Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en
el mundo actual Gaudium et spes, 22.
[79]
Benedicto XVI, Discurso en la Universidad Católica de América
(Washington, 17 de abril de 2008): L’Osservatore Romano (ed.
española 25 de abril de 2008), 7.
[80]
Cf. Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la
Asamblea Diocesana de Roma (Roma, 11 de junio de 2007): L’Osservatore
Romano (ed. española, 22 de junio de 2007), 11-12.
[81]
Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009),
51: AAS 101 (2009), 687-688.
[82]
Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de
1975), 41: AAS 68 (1976), 31-32; cf. Benedicto XVI, Exhortación
Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de
2007), 85: AAS 99 (2007), 170-171.
[84]
Cf. Juan Pablo II, Audiencia General (21 de octubre de 1992):
L’Osservatore Romano (ed. española, 23 de octubre de 1992), 20.
[85]
Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de
2001), 40: AAS 93 (2001), 294.
[87]
Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, (8 de diciembre de
1975), 80: AAS 68 (1976), 75.
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y Libreria Editrice Vaticana.
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