La Eucaristía es central en la iniciación cristiana, como es básica en cualquier tipo de evangelización y fundamental en la aventura cristiana de seguimiento de Jesucristo en Su Iglesia. Toda iniciación cristiana debe tener como finalidad la experiencia de la Eucaristía, Sacramento de la Presencia real de Jesucristo.
Déjame que te diga y reconocerás conmigo que se dice y se han dicho algunas cosas erróneas sobre la Misa. Habrás oído decir que “no hace falta ir a Misa para ser bueno” o que “el Señor nos podrá decir que mucho ir a Misa, mucho golpe de pecho, pero no ayudaste al pobre”, “que si fulanito de tal oye Misa diaria pero luego es un tal y un cual”. Tantas veces y durante tantos años hemos oído decir estas cosas que hemos podido llegar a la conclusión de que realmente la Misa no me aporta nada especial, porque soy yo con mis actitudes, cualidades y valores el que puede llegar a ser bueno, incluso cristiano. Y hemos podido olvidar lo fundamental que es Dios es que me puede transformar en lo que Él quiera, como Él quiera y cuando Él quiera; incluso en buena persona.
Que no te confundan ni desorienten, es la acción de Dios la que te transforma y especialmente a través de los Sacramentos. Por lo tanto la Misa (independientemente del celebrante, de si es más o menos entretenida) es un lugar privilegiado para recibir la Gracia de Dios, porque Él así lo ha querido. Por eso viviendo la Misa, la Gracia de Dios nos hará mejores, la Gracia de Dios te hará -por ejemplo- sensible y activo en la ayuda a los necesitados porque reconocerás a Dios en ellos. Por eso no podemos prescindir de la Misa, porque es un regalazo de Dios. Es el acontecimiento más importante que ocurre cada día en el mundo: Dios se hace presente.
Díselo así a tus catecúmenos, hijos o alumnos. Cuéntales bien claro que lo que van a vivir en la Misa es un acontecimiento único, sobrenatural en medio del mundo. Explícales, por ejemplo, porque nos ponemos en pié y cantamos con alegría cuando entra el sacerdote. Cuéntales por qué y para qué se proclama la Palabra de Dios, por qué y para qué nos arrodillamos en el momento de la consagración. Verán y verás que el centro de la celebración no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace en nosotros. Él se hace presente con su Palabra, su mensaje, su enseñanza. Se hace presente misteriosamente en forma de pan y vino.
Este acontecimiento es tan grande que nos tiene que llenar de alegría, por lo que la Misa no puede ser triste ni pasiva. La Misa es un acontecimiento alegre y activo.
Nosotros vamos a Misa a recibir la Gracia de Dios y llevamos lo que somos, ofrecemos lo que hacemos y lo compartimos con los demás hermanos. Nos llenamos de Su Gracia para al final poder ir en paz y alabar a Dios también con nuestra vida durante la semana que comienza. Prolongando la Misa con nuestra vida en el quehacer diario para que seamos testimonios vivos y alegres de la Presencia amorosa de Dios en el mundo.
Si comprendemos lo que estamos viviendo en la Misa, entonces estaremos alegres y cantaremos, y participaremos activamente, llenado de alegría la celebración. Porque, ¿sabes una cosa?, participar en la Misa no es tener “tu minuto de gloria” haciendo la lectura o las peticiones. No, participar en la Misa es en primer lugar ser consciente en cada momento de qué estás viviendo.
Si comprendemos lo que estamos experimentando diremos a todos y cada uno que no dejen jamás de ir a Misa, que no dejen jamás de “respirar”, porque es la fuente de nuestra felicidad, la raíz de nuestra aventura y el culmen de toda iniciación cristiana.
Por eso es normal que terminemos alegres y entusiasmados, cantando a la Virgen porque ella nos enseña que la misión y la evangelización nacen de unos corazones enamorados de Jesucristo y de su Evangelio, y del deseo de llevarlo a los demás.
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Antonio Manuel Sánchez Sánchez
Cádiz, 12 de abril de 2011
1 comentario:
Magnífica reflexión.
Para guardar y fotocopiar y utilizar en reuniones y catequesis. Muy importantes la verdades que transmite, con sencillez, profundidad, brevedad y claridad.
Gracias y un abrazo en Cristo, desde María Inmaculada
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