Es muy
importante comprender bien a Cristo y a
su Iglesia para que la vida cristiana no se debilite. La gran diversidad de
opiniones y de equivocaciones sobre la Iglesia dificulta la evangelización. La Iglesia
es Madre y mira por cada uno de sus hijos.
En más de
una ocasión una mirada casi obsesiva por problemáticas puntuales hace que
perdamos la visión de conjunto. En otras ocasiones cometemos el error de
pensar en la Iglesia en términos de
eficacia y tratamos de demostrar para qué sirve. Y lo más peligroso es pensar
que la Iglesia es nuestra, que la hacemos entre todos, donde todos opinamos qué
clase de Iglesia queremos.
Debemos
tener meridianamente clara que la Iglesia es de Dios, no es nuestra, es suya. La
Iglesia no es el conjunto de unos “socios” que se rigen según unas normas y de unas
ideas. Por medio de la Iglesia Cristo está vivo, entre nosotros, real, que hace
posible la fraternidad. La Iglesia ha nacido del corazón abierto de Cristo, no
es una asociación ni un club, es una realidad espiritual. Por eso todo
encuentro auténtico con Cristo es también encuentro con la Iglesia. Es la
Iglesia en su totalidad la que salva al hombre, no un mero grupo de amigos que
forman una “comunidad”. Salva Cristo muerto en la cruz y resucitado, salva la
Iglesia como realidad espiritual. Dios se hace hombre para que el hombre –todos
nosotros- se encuentre con Dios y nos propone un camino directo: La Iglesia de
Cristo.
La Iglesia
es santa y es Madre, en la Iglesia y desde la Iglesia, Cristo cuida de ti. En
la Iglesia entramos en el ámbito de la salvación que nos pone al servicio
del Señor que es Camino, Verdad y Vida. Habrás
oído decir que “la Iglesia es santa y pecadora”, pero no es cierto ya que los
pecadores somos nosotros, la Iglesia es santa y sólo santa.
Aunque
formes parte de algún grupo cristiano la auténtica comunidad cristiana es la
Iglesia que es la que realmente nos salva. La Iglesia es comunidad de comunión,
de libertad, de amor y de verdad. No podemos convertirla en el ámbito de ninguna
ideología que gira siempre entrono a una idea y la Iglesia gira entorno a
Cristo. Cuando lo importante son las “ideas” pronto desemboca en el relativismo
que nace de no soportar que haya
referencias absolutas por encima de nosotros. La soberbia siempre desemboca en
el relativismo. La razón, que es también muy importante para creer, necesita
ser salvada por la fe. El hombre, sus facultades y potencialidades, es
comprensible gracias a Cristo y a la fe cuando se vive en el ámbito de la
Iglesia.
Si la
Iglesia nace del corazón abierto de Cristo, el centro es “la fracción del pan”,
la Eucaristía. La Eucaristía, fuente y culmen de toda vida cristiana tiene
mucho que ver con la vida apostólica y con el seguimiento de Cristo. La mera
vida de fraternidad no basta porque se basaría en un simple humanismo laico; es
necesario que fraternidad o comunidad y Eucaristía vayan unidas. Desde una
simple fraternidad lo que ofrecemos son nuestras habilidades, valores y
cualidades para hacer el bien a los demás y vivir la ayuda mutua. Gracias a la
Comunión Eucarística ofrecemos nuestras vidas como hostias puras, agradables a
Dios; y esto sólo es posible por la intervención de Cristo y de su Iglesia en
cada uno de nosotros. No salva la mera “fraternidad”
ni la “simple comunidad” como conjunto de personas que se ayudan mutuamente, sólo
salva la Iglesia como comunidad fundada por Cristo a la que somos incorporados
por el Bautismo.
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