En busca de la santidad

Papa Francisco: Hay que tener en cuenta que la santidad no es algo que nos proporcionamos a nosotros mismos, que obtenemos con nuestras cualidades y nuestras habilidades. La santidad es un don, es el regalo que nos hace el Señor Jesús, cuando nos lleva con Él, nos cubre de Él y nos hace como Él... La santidad es el rostro más bello de la Iglesia: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y su amor... no es la prerrogativa de unos pocos: la santidad es un don que se ofrece a todos, sin excepción, por eso es el carácter distintivo de cada cristiano.

jueves, 16 de julio de 2015

Evangelización que haga una presentación integral del mensaje cristiano

Monseñor Munilla:
«Veo debates en televisión por la noche y pienso:
 ¿por qué discuten, si piensan igual?»

«Posiblemente la tercera guerra mundial hoy la podemos encontrar en las heridas generadas en el seno de la familia; hay gente que no ha experimentado el amor gratuito de la familia. Eso es una herida más grave que cualquier arma de destrucción masiva», ha dicho el obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, en el curso Propuestas cristianas ante la crisis, promovido por el Grupo Polis, de la Delegación de Apostolado Seglar de Toledo

 
(Alfa y Omega/Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo) «Para encontrar una buena solución a la crisis hay que hacer primero un buen diagnóstico», señaló el obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, en el curso Propuestas cristianas ante la crisis, que ha tenido lugar en Toledo.
Por eso, lo primero es observar que «la crisis de Occidente es, ante todo y sobre todo, una crisis de fe, de la que derivan después otras crisis», afirmó monseñor Munilla. Pero esta situación tiene una causa concreta, «la riqueza, el bienestar», que en Occidente han sido «la palanca de la que se ha servido Satanás para relativizar nuestra fe. El demonio se ha servido del materialismo para robarnos el alma. Porque el hombre, en vez de poner su seguridad en Dios, la ha puesto en los bienes materiales».
Echando una mirada a la Historia, monseñor Munilla destacó que «justo después de la II Guerra Mundial hubo un boom de religiosidad e incluso de vocaciones, porque Europa se cuestionaba el sentido de la vida». Pero enseguida comenzó la expansión económica, «con sus grandísimos logros», pero también con un efecto devastador: «el punto de encuentro de los países europeos ha sido casi exclusivamente el desarrollo económico. Hemos construido una Europa sin alma». Así, el bienestar económico «se ha convertido en un falso dios, y el sueño de la prosperidad ha creado un efecto llamada sobre muchas personas que quieren llegar a Europa como si fuera un nuevo El Dorado».
Este olvido de Dios «nos sitúa ante un dualismo de muerte: el materialismo frívolo y el fundamentalismo islámico, porque los inmigrantes vienen a una sociedad que no cree en sí misma. Lo de que todos somos Charlie Hebdo fue una renuncia general al alma de Europa: tenemos derecho a blasfemar, etc. Nuestro pecado de fondo ha sido el olvido de Dios. ¿Que hace falta para que volvamos a Él? ¿Qué hace falta para nuestro espíritu se afine? ¿Es que hace falta otra guerra? Sin duda, la Providencia de Dios sabrá cómo hacernos despertar, porque estamos ya tocando fondo».
El obispo de San Sebastián aseveró que «posiblemente la tercera guerra mundial hoy la podemos encontrar en las heridas generadas en el seno de la familia. Yo la tercera guerra mundial la entiendo así: el que haya gente que no pueda experimentar el amor gratuito de la familia. Eso es una herida más grave que cualquier arma de destrucción masiva. Eso muestra que estamos tocando fondo».
En esta línea, existe otro momento histórico clave «que explica nuestra situación actual: el rechazo de la Humanae vitae, que la Iglesia tuvo la osadía de publicar en 1968. Al rechazar este documento, Europa se manifestó dispuesta a no sacrificarse, y se consagró la Europa del bienestar. Y con el tiempo se elaboró un pacto tácito entre el capitalismo y el marxismo: el marxismo renunció a su teoría económica, y el capitalismo a sus raíces humanistas cristianas; y ambos se han encontrado en la ideología del deseo: busquemos en cada momento lo que nos apetece». Para monseñor Munilla, «hoy un secularizado de izquierdas piensa igual que un secularizado de derechas. Ambos piensan lo mismo. Veo debates en televisión por la noche y pienso: ¿por qué discuten, si piensan igual?»
Con todo, la responsabilidad de la Iglesia en este recorrido ha sido fundamental: «La crisis que atravesamos no habría sido tan grande sin nuestra propia crisis interna. Si hubiésemos tenido unos seglares más santos y formados, si los obispos y el clero hubiéramos tenido el corazón donde teníamos que tenerlo, habríamos resistido mejor a la crisis. Debemos reconocer que nosotros no hemos tenido la necesaria capacidad de respuesta», lamentó el obispo.
En este sentido, en la Iglesia ha habido dos tipos de errores: «el primero ha sido reducir la fe al modo de pensar del momento, ser cristiano sin necesidad de creer en nada en concreto. Esto lo hemos llegado a predicar en nuestras facultades de Teología. Nosotros mismos hemos echado sal al campo, y ha sido un drama; nos ha hecho débiles totalmente».
El segundo error ha sido «reducir la fe a un objeto de consumo, como si fuera un sedante para sentirte bien: Creo porque me da paz. Es reducir la fe a un objeto terapéutico de uso individual, emotivo e interiorista». Ambas versiones han dado origen «a un catolicismo mundano, que no tiene fe en la transformación del mundo».
Como respuesta a los restos de la crisis hoy, monseñor Munilla subrayó la necesidad de «una evangelización que haga una presentación integral del mensaje cristiano. No podemos caer en una lectura fragmentada del Evangelio y del Magisterio, seleccionando lo que va más con mis gustos y pasando por encima lo que no me va tanto. Si nos conformamos con una vida cristiana a mi medida, nos incapacitaremos para dar respuesta a esta crisis global, para dar a nuestros hermanos una versión integral y completa de nuestra fe. Sólo de esta manera formaremos parte de la solución, y no parte del problema».
 
 

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